Pacientes, enfermeras y otros profesionales del hospital se mezclan para aprender la danza porteña con grandes bailarines que enseñan en forma voluntaria. Una experiencia de bienestar y socialización que funciona hace 16 años.
7 de febrero de 2018
(Ilustración: Pablo Blasberg)En un segundo piso de uno de los edificios que conforman el Hospital Borda, es cerca del mediodía y avanza una asamblea en la que, sentados en círculo, participan pacientes, médicos y psicólogos. Los problemas, dudas e inquietudes de los internados se plantean en esta instancia. No hay temas tabú: todo se discute y se dice públicamente; pero Guillermo Hönig, médico psiquiatra y jefe del servicio 25B, considera que ya hubo suficiente debate. «¡Hoy es miércoles y hay tango!», grita, y entonces da por concluida la asamblea: una milonga distinta a las habituales está por comenzar.
Ahora, como cada segundo y cuarto miércoles de cada mes, en un amplio salón empieza el taller «Todos estamos locos por el tango», en donde los pacientes, enfermeras y otros profesionales del Borda se mezclan para aprender la danza porteña con el seguimiento de bailarinas profesionales que se acercan a enseñar de manera voluntaria.
«El taller tiene una estructura conceptual muy fuerte. Se baila tango y el objetivo es enseñar a bailar, no contemplar que un loco puede hacer un pasito. No, es exigente y el paso tiene que salir», cuenta Silva Perl, psicóloga del hospital y fundadora de la iniciativa.
Las clases tienen su dinámica propia: al comienzo, una presentación de los participantes. Luego, una explicación de lo que se va a aprender. Entre los bailarines hay pacientes experimentados en la danza y también novatos. Nadie queda afuera y, en todo caso, los que ya tienen varias clases encima después terminan mostrando las figuras a los que recién empiezan. El público también forma parte de la clase, que hasta cuenta con un momento de crítica de lo que se viene aprendiendo.
Todo comenzó en 2001, por iniciativa de Hönig, Perl y el psicólogo Adrián Mascherpa. Por un lado, la experiencia de ver a los pacientes escuchar tango en la radio y, por otro, la voluntad de derribar los muros entre el hospital y el exterior pusieron en marcha el taller, aunque también supieron experimentar con la escritura, en particular con la poesía. Sin embargo, y a pesar de haber participado en algunos congresos, la experiencia con el baile fue mucho más efectiva, cuenta Perl. «El taller les permite a los pacientes internados y externados que sufren algún tipo de padecimiento mental tener una herramienta para relacionarse con los otros, no exclusivamente enfermos», agrega. Y, en ese sentido, los efectos de la «danza del abrazo» no tardaron en visibilizarse: «Vimos que la experiencia de la clase de tango repercute más en lo actitudinal, en la relación con el otro. Además, para alguien cuya característica es la apatía y el no deseo de nada, de pronto levantarse de la cama e ir a un taller a bailar o a mirar es algo inconmensurable», describe la especialista.
«Hay una orientación clara a la profesionalización, y la comunidad médica lo fue tomando cada vez más seriamente», indica Laura Segade, profesora de tango y actualmente una las coordinadoras del taller. Voluntaria en las clases desde hace ocho años, Segade destaca: «Hay una cosa relativa a una transformación, que por más que sea eventual, implica una progresión, a veces muy lenta, pero con seguridad el taller sigue resonando».
Cada año, el taller celebra su aniversario con una gran milonga y orquestas en vivo. Los médicos y bailarinas profesionales, además, inflan el pecho cuando cuentan que algunos de los pacientes salieron a bailar a otras milongas.
Ahora, y como cada miércoles, el final de la clase es con un tango cantado a capella porque, como expresó el poeta Henri Michaux, y en el Borda se encargan de repetir, «quien esconde a su loco muere sin voz».