4 de diciembre de 2024
Notificaciones, mensajes, audios. El estruendo de los dispositivos invade el espacio público y privado y el silencio es un bien escaso. Efectos de vivir en un estado constante de sobreestimulación.
Concentración. La saturación permanente, como la de los mensajes por celular, genera ansiedad y desvía la atención.
Foto: Jorge Aloy
Son tiempos ruidosos. En las grandes ciudades, principalmente, la gente vive en medio del clamor de la hipercomunicación, desde que se levanta hasta que se va a la cama. Las notificaciones, los mensajes, las charlas o la música sin auriculares invaden el transporte público. Los móviles irrumpen en el cine, el teatro, las aulas. Y los «opinólogos» de todo tipo circulan por las redes sociales, la TV y la radio.
Por lo visto, bullicio, comunicación y tecnología van de la mano. «Hay dos tipos de ruidos vinculados con esto en la sociedad: uno es el sonoro, o sea, personas hablando por teléfono o audios que se escuchan en voz alta y el otro, el de la imagen, porque las pantallas, que son las protagonistas de las tecnologías, a diferencia de la TV y del zapping, forman un flujo continuo», dice Leonardo Murolo, licenciado en Comunicación de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), doctor en Comunicación por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y docente en ambas instituciones. «Con el “scrolleo” de las redes sociales y plataformas, podemos estar horas maratoneando series o TikTok. El punto es que no hay descanso».
Como señala Murolo, esto también ocurre en el espacio privado. «Si hay cinco personas, cada una va a estar con un teléfono o tablet (mensajeando, mirando un video o jugando a algo) y la respectiva producción de ruidos. Esa territorialización y desterritorialización, porque cada cual está en la suya, también tiene que ver con los propios ruidos y las propias imágenes».
El traqueteo incesante, desde el tráfico, pasando por el ambiente de trabajo o estudio, hasta el de ocio, actúa como un estímulo negativo que el cerebro debe procesar. El bombardeo de alertas y de información puede abrumar o provocar fatiga mental. Diego Herrera, psicólogo cognitivo conductual y neuropsicólogo, indica que hay pacientes que le cuentan que, «a veces, dormidos, deslizan el dedo por el celular de modo automático. La mayoría refiere interferencias en el estudio, por el celular y las notificaciones, y problemas para conciliar el sueño –dice el profesional–. En consulta y en gente que me rodea veo que a algunos les cuesta recordar nombres o extraer lo importante de un texto o de una conversación».
¿Qué problemas podría generar el vivir en un estado constante de agitación y sobreestimulación? «Algún problema en el espectro de la ansiedad y la depresión, que van muy de la mano. Por ejemplo, a nivel atencional, ya que la atención está muy ligada con la memoria de trabajo, que es la encargada de codificar, almacenar y recuperar los datos a largo plazo», responde Herrera.
«Esta memoria (verbal, visual) posee un límite. Si está saturada por estímulos constantes o, incluso, por preocupación excesiva hacia el futuro, que también genera ansiedad; o por rumiación, con pensamientos negativos tendientes al pasado, esto puede llevar a estados de dificultad de aprendizaje, inatención y problemas de concentración», enumera.
Asimismo, señala el especialista, podría provocar «una vulnerabilidad para desarrollar algún estado de ánimo disminuido». O sea, tristeza o sensación de estar deprimido, «pero no por depresión, sino por pensamientos negativos, repetitivos, etcétera».
Bombardeo. El traqueteo incesante, desde el ruido del tráfico a las alertas de mensajes, puede abrumar o provocar fatiga mental.
Foto: Shutterstock
Creatividad y reflexión
El fallecido escritor español Javier Marías, que era licenciado en Filosofía y Letras, decía: «La gente no aguanta un minuto de silencio, por eso hay música en todas partes. Es un bien preciado, porque es una de las cosas que nos permite pensar». ¿Da miedo el silencio? ¿Hablar y estar ocupados hacen que las personas no tengan que enfrentarse a lo que sucede en su interior?
«Muchos evitan el espacio del silencio, por una dificultad para afrontar los propios sentimientos o los pensamientos, que pueden ser insatisfactorios o resultar desagradables, si el sujeto no aprendió estrategias adaptativas para manejarlos», comenta Herrera. «Hablar y estar ocupados todo el tiempo y saturar la memoria de trabajo y, también, la atención, beneficia a la evitación, pero no ayuda al autoconocimiento y no propicia estados contemplativos o de introspección».
El silencio es clave para la creatividad y la reflexión. Estudios actuales señalan que los adolescentes prestan apenas 65 segundos de atención a una tarea específica. Y los adultos, no más de tres minutos. Sin duda, las tecnologías y los hábitos asociados a ellas atentan contra la capacidad de concentración. En El valor de la atención. Por qué nos la robaron y cómo recuperarla (2023), el periodista y escritor escocés Johann Hari identifica doce factores que pueden empeorarla, tales como: el aumento de la velocidad y la alternancia, la interrupción de los estados de flujo (momentos de profunda atención), el incremento del cansancio físico y mental, el desplome de la lectura continuada, la alteración de las ensoñaciones y «el surgimiento de una tecnología que puede seguirnos y manipularnos».
El uso de las pantallas móviles implica nuevas formas de comunicación; «breves, instantáneas y efímeras», como resume Murolo. Y nuevos fenómenos, como el «fomo» (fear of missing out), o sea, el miedo a perderse algo. «Si los jóvenes están sin celulares, cuatro o cinco horas, tienen ese miedo. Y, claro, se pierden cosas: desde un anuncio gubernamental hasta un chisme. Hay una innovación constante alrededor de las pantallas. Cada vez hay más aplicaciones, más redes sociales, que vienen en un sentido de acumulación más que de sustitución».
Este escenario propicia problemas como el «nexting», o sea, una tendencia a vivir en un estado de anticipación compulsiva a la próxima notificación o estímulo. Sobre todo, porque la mayoría de las plataformas están diseñadas para crear adicción.
Desarrollo deficiente
Según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), en 2019, el 81% de los nenes argentinos mayores de cuatro años utilizaba celulares. En el artículo «Pantallas en tiempos de pandemia: efectos bio-psico-sociales en niñas, niños y adolescentes», que publicaron Ofelia Rodríguez Sas y Lorena Cynthia Estrada en la revista Sociedad, en 2021, las autoras citan un estudio que demostró «una asociación significativa entre el uso de dispositivos móviles y un retraso del lenguaje expresivo, según lo informado por familias de niñas y niños de 18 meses de edad». También, datos sobre el vínculo entre «las pantallas y el desarrollo del cociente intelectual (CI) en niñas y niños entre 12 y 48 meses». El 42% de los casos evidenciaba un desarrollo deficiente del CI cuando el inicio de la exposición se producía entre los seis meses y los dos años.
No es un tema menor. Resulta esencial dosificar el uso de los móviles. De hecho, un factor importante para la reducción del tiempo de pantallas en niños y jóvenes es que los padres disminuyan su propio tiempo frente a estos dispositivos.
Las nuevas tecnologías empujan al «multitasking», por lo tanto, la mente pasa de una cosa a otra, en segundos; pero una clave para recuperar la atención es entender que el cerebro humano no está hecho para la multitarea. Y volver a algo tan simple como: «Una cosa a la vez».
El silencio, que, más que nunca, va a contracorriente del mundo, aporta muchos beneficios, como bien saben las culturas orientales que practican la meditación. Por ejemplo, reduce el estrés y mejora el análisis y la resolución de problemas. Calma los ímpetus, evita las discusiones y, muchas veces, salva a quien lo ejerce de meter la pata. En Occidente, el mindfulness, la técnica de atención o conciencia plena (en el «ahora» y sin juzgar), gana cada vez más adeptos. Herrera señala que «nuestro cerebro evolutivo está diseñado para juzgar, estar en el momento presente sin hacerlo nos hace menos críticos hacia nuestros pensamientos y sentimientos, mejora el sueño, la atención y el comportamiento, y baja el nivel de ansiedad».
Si bien el psicólogo precisa que «aún están en revisión científica», estrategias como dibujar, pintar y tejer resultarían igualmente útiles.