27 de marzo de 2025
16 personas fallecidas y una ciudad devastada: la catástrofe del 7 de marzo abrió interrogantes sobre sus causas y responsables. ¿Por qué una lluvia excepcional se convirtió en un drama social? Política, ciencia y urbanismo.

El viernes 7 de marzo, una lluvia excepcional (290 milímetros en un día) inundó gran parte de la ciudad de Bahía Blanca, con un saldo de 16 personas fallecidas, dos aún desaparecidas y daños materiales que el Gobierno local calculó en al menos 400.000 millones de pesos. El 70% de la población (unas 234.000 personas) padeció de primera mano los efectos de la inundación, que por su magnitud es comparable a la de La Plata (2013) o la de Santa Fe (2003). Además de un formidable movimiento solidario que se desplegó de forma instantánea en cada rincón de la Argentina, esta inundación abrió interrogantes sobre sus causas, sus agravantes y lo que podría o debería haberse hecho para evitar, o al menos mitigar, los tremendos impactos tanto en vidas humanas como en costo económico.
A los reclamos por obras hídricas que nunca se hicieron o nunca se terminaron (las llamadas medidas estructurales o «duras», según detalla la ingeniera ambiental Cecilia Mijich) se sumó el debate sobre la necesidad de mejorar las herramientas «blandas», como los sistemas de alerta temprana y la coordinación entre jurisdicciones e instituciones. Dos factores, uno global y otro de orden local, agravan el panorama: la crisis climática planetaria, que hace que estos eventos extraordinarios sean cada vez más frecuentes e intensos, y el negacionismo climático y científico del Gobierno nacional, que está destruyendo actores clave como el sistema de ciencia y tecnología nacional y desfinanciando el Servicio Meteorológico, uno de los más antiguos y prestigiosos del mundo. «Es clave que el Estado le otorgue importancia a este tema y trabaje con los profesionales más capaces y formados. Es el Estado el responsable de generar los dispositivos ante estas situaciones y debe ser quien ordene y dé respuesta a la sociedad. Lamentablemente, no estamos viendo eso a nivel nacional», razona la especialista, exsecretaria de Ambiente de Rosario.
Cambiar la mirada
A la hora de repensar lo ocurrido, un primer punto aparece como importante: ¿se trata de desastres puramente naturales, o tiene que ver con lo hecho (y lo no hecho) por los humanos? Sergio Federovisky, biólogo y exviceministro nacional de Ambiente, dice que un primer problema es considerar como sinónimos al desastre y al evento físico o meteorológico: «Un evento físico es un fenómeno de la naturaleza, como la lluvia, el terremoto o el huracán. Pero los eventos meteorológicos no necesariamente son o se convierten en desastres. El desastre es una situación social, no física, no meteorológica, no climática. El evento es climático, pero el desastre es social».
Entonces: ¿Cuándo llega el desastre? ¿Cuándo una lluvia excepcional se convierte en un drama social? Para el experto, la magnitud de un desastre está definida por la vulnerabilidad de la población sobre la cual impacta ese evento. «Lo que pasó en Bahía no es un desastre natural. Es el resultado de un proceso político, social, económico y ambiental que detonó por un evento de la naturaleza. Esto es crucial a la hora de abordar estos problemas, porque si lo pensamos solo desde lo físico, sobreviene el fatalismo, y eso impide trabajar sobre la reducción de la vulnerabilidad y la gestión del riesgo».

Un escenario marcado por la crisis climática
El cambio climático existe e influye en la severidad de eventos extremos, como la lluvia del pasado 7 de marzo en la ciudad del sur bonaerense. Los últimos datos disponibles por parte de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), publicados el 19 de marzo, explican que 2024 fue el año más caluroso de la historia, con una temperatura promedio global que estuvo 1,55 grados centígrados por encima de la media de 1850/1900. Los diez años más calurosos registrados se han producido en la última década (entre 2015 y 2024) y las concentraciones de gases de efecto invernadero están en sus niveles más altos de los últimos 800.000 años.
Además, el Sexto Informe de Evaluación (IE6) del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático destaca que el cambio climático está influyendo en la frecuencia e intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos, incluidas las inundaciones, a nivel mundial. Si bien el informe no proporciona detalles específicos de Argentina, ofrece perspectivas regionales: para el sureste de Sudamérica, se han observado tendencias crecientes en la magnitud y frecuencia de los fenómenos de precipitación extrema.
La lluvia que cayó sobre Bahía Blanca también tiene que ver con esto: ya existe un primer estudio científico que señala que las condiciones meteorológicas que provocaron las inundaciones de marzo de 2025 en Argentina «presentan un aumento local de la humedad de hasta 4 mm/día (7%) en el presente, en comparación con el pasado». «Interpretamos las inundaciones de marzo de 2025 en Argentina como un evento impulsado por condiciones meteorológicas excepcionales cuyas características pueden atribuirse principalmente al cambio climático de origen humano», dice el trabajo.
El negacionismo, un problema nuevo
Federovisky insiste: el cambio climático introduce como novedad la persistencia y la mayor recurrencia de eventos extremos. «Si la vulnerabilidad es creciente y los eventos son cada vez mas extremos, estamos frente a una situación de altísimo riesgo». Si a todo eso se suma un Gobierno nacional negacionista, el problema se multiplica. Porque en el caso de Javier Milei, la negación del cambio climático no queda solo en la retórica (algo que repitió en diferentes foros internacionales, una y otra vez). A las palabras les sumó decisiones políticas que están desmantelando desde el día uno de su gestión la institucionalidad ambiental argentina: la eliminación del Ministerio de Ambiente y la degradación de la cartera a subsecretaría, el desfinanciamiento de programas clave como manejo del fuego y bosques nativos y la intención de modificar normativas sobre protección de la fauna silvestre y la Ley de Glaciares, un escollo mayor para ‒según la ideología libertaria‒ el desarrollo pleno de la megaminería en zona cordillerana.
«El negacionismo no es un ejercicio intelectual, no es solo tozudez, no es ni siquiera sincero en el sentido de no creer en el cambio climático, porque es como la ley de la gravedad: existe. El negacionismo es, a mi juicio, una estrategia para justificar el desmantelamiento de los dispositivos del Estado destinados a mitigar sus consecuencias. Milei es negacionista porque tiene políticas contra todo eso», agrega Federovisky.
Adaptar las ciudades, un camino por recorrer
La urgencia que plantea el calentamiento del planeta impone una acción concreta de adaptación en los territorios, con las ciudades como foco: el problema es global, pero los efectos se sienten de manera local. Para el Federovisky, en Argentina «no estamos preparando nuestras ciudades porque impera la lógica del fatalismo desde el Estado, el “yo no puedo hacer nada”». Y suma otro punto a su argumento: la idea de que, ante este escenario, solo se trabaja en el momento de la emergencia, algo que es imprescindible, pero que no sirve a la hora de reducir o mitigar los impactos de eventos cada vez más severos y frecuentes: «Hay que trabajar entre desastres en sistemas y programas de prevención, alertas tempranas y manejo del riesgo. Países como Argentina deben trabajar mucho más en adaptación, que en reducción de emisiones contaminantes porque no somos grandes contaminantes. Pero sí somos quienes recibimos los efectos más notorios».
El cambio climático existe, así como las estrategias para hacerle frente e intentar reducir al máximo sus impactos sobre las poblaciones locales. Para eso hace falta voluntad política, planificación a mediano y largo plazo, compromiso social y financiamiento: todos elementos que, en la Argentina libertaria, quedan cada vez más lejos.