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Días de rogativa

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La ceremonia del Nguillatún, un antiguo ritual del pueblo mapuche al que no suelen asistir los «huincas», es relatada por dos viajeros bonaerenses que fueron recibidos en la comunidad Namuncurá. Un encuentro con las culturas originarias.


Los caminos de la vida. Desde Esteban Echeverría hasta San Ignacio, los Dolz recorrieron 1.500 kilómetros para presenciar la celebración.

Se dice que desde que somos concebidos, nuestro cerebro filtra las cosas que vivimos todos los instantes de todos los días de nuestra vida, y en un proceso tan inconsciente como misterioso sedimentan o se descartan, forjando nuestro propio ser, lo que nos diferencia. Algunos de nosotros, cuando chicos, no sabíamos por qué en las películas de vaqueros queríamos que ganaran los indios. Todavía nos preguntamos porque mirábamos películas de vaqueros, si los indios siempre perdían». Así comienza el diario de viaje que, después de una conmovedora experiencia en tierras mapuches, redactaron, a modo de testimonio y homenaje, César y Ricardo Dolz, dos bonaerenses oriundos del partido de Esteban Echeverría que desde hace años intentan acercarse a «las vivencias y valores de los primeros habitantes y verdaderos dueños de este rincón del planeta, un pueblo que mantiene viva su raíz histórica, a pesar de las abrumadoras influencias culturales y el consumismo a los que todavía algunos ofrecemos resistencia». El diario es también un agradecimiento a los hombres y mujeres que les abrieron las puertas para presenciar la ceremonia religiosa más importante del pueblo mapuche: el Nguillatún o rogativa, en el que la comunidad palpita su conexión con el mundo espiritual, pidiendo bienestar para el año que se inicia y agradeciendo los favores recibidos. Una ceremonia, aclaran, a la que no suelen asistir los «huincas».
Ubicada en San Ignacio, sobre la ruta 40, a 60 kilómetros de Junín de los Andes, la comunidad Namuncurá está integrada por descendientes directos del cacique Calfucurá, el guerrero más importante que debieron enfrentar los sucesivos gobiernos criollos del siglo XIX, y símbolo de la resistencia mapuche. Un líder administrativo, un líder espiritual y un comisario, cada uno con funciones claramente definidas, son las tres autoridades en una población de aproximadamente 400 personas.
La ceremonia se realiza en una planicie llamada mallín. Carpas dispuestas en semicírculo albergan a las familias durante los cuatro días y noches que dura el Nguillatún. Frente a las carpas, se emplaza el altar donde reposa el Nehuén, piedra sagrada y espíritu central de la ceremonia. En los rogamientos, relatan los viajeros, «se agradece íntimamente al Nehuén por las virtudes recibidas, se pide por el futuro y se culmina con una plegaria en mapuche cifrada a viva voz por uno de los veteranos».
El baile del loncomeo, del que participan cinco jóvenes al ritmo del cultrún, y los estremecedores galopes de varias decenas de jinetes alrededor del mallín también forman parte de los actos ceremoniales. «Estas jornadas son, además de las establecidas específicamente para el desarrollo de la ceremonia religiosa, días de encuentro comunitario –explican los viajeros–. El interés manifiesto sobre temas personales y familiares son moneda corriente».  
Los rogamientos, los bailes y los galopes se suceden durante cuatro días. El último acto de la ceremonia consiste en la suelta de los caballos ceremoniales, que permanecen en estado salvaje durante todo el año y son enlazados para la rogativa. Los movimientos que realicen después de la suelta, la dirección a la que se dirijan o el destino hacia donde fijan su mirada son interpretados por todos los integrantes de la comunidad, que observan en absoluto silencio lo que les deparará el nuevo año. «Al partir –finalizan los Dolz– firmamos el compromiso implícito de compartir esta experiencia. Si con nuestro relato logramos despertar el interés por la historia de los habitantes originarios de nuestra tierra, estamos felices».

La versión completa del diario puede leerse en http://diasderogativa.blogspot.com.ar

 

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