Cuando la perspectiva ya no es la curación, los pacientes tienen derecho al alivio del sufrimiento y a un trato digno que mejore la calidad del último tramo de la vida. La consolidación de una especialidad médica surgida a mediados del siglo XX.
10 de mayo de 2018
(Latinstock)
Ratificada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1990, pero surgida a mediados del siglo XX, la especialidad médica conocida como «cuidados paliativos» se acepta hoy como una de las herramientas más eficaces y compasivas de la para muchos excesivamente fría medicina contemporánea. Su objetivo es «dar atención no solo a pacientes con enfermedades avanzadas y un pronóstico de vida limitado, sino a sus familias, antes, durante y después de la enfermedad y de la muerte, incluyendo el duelo», según explica María de los Ángeles Minatel, presidenta de la Asociación Argentina de Medicina y Cuidados Paliativos (AAMyCP).
«La idea no es tanto el bien morir, como se dice habitualmente, sino mejorar la calidad de vida hasta el final. Y a su entorno significativo o familia», agrega Alejandro Nespral, presidente del comité organizador del IX Congreso Argentino de Cuidados Paliativos, que se realizó en octubre del año pasado en la ciudad de Bariloche.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define este accionar como «el enfoque que mejora la calidad de vida de pacientes y familias que se enfrentan a los problemas asociados con enfermedades amenazantes para la vida, a través de la prevención y alivio del sufrimiento». En tanto, en nuestro país, en 1985, Roberto Wenk, un médico de la localidad bonaerense de San Nicolás, creó el Programa Argentino de Medicina Paliativa. En 1994 se fundó AAMyCP.
Dualidades contemporáneas
Llevó un tiempo, pero la importancia de este enfoque dual y humanitario se encuentra corroborado desde lo legal. En efecto, así ocurre con las normas vigentes en el país, empezando por la Resolución Nº 934/2001 del Ministerio de Salud de la Nación, que actualizó las normas de organización y funcionamiento de los Cuidados Paliativos que habían sido aprobadas en 2000. La mitad de las provincias argentinas reconocen y desde 2009 y 2012 también existe la ley de Derechos del Paciente, que garantiza, entre otros, el derecho a recibir asistencia, un trato digno y respetuoso, a la intimidad, a la confidencialidad y a la autonomía de la voluntad.
Movimientos como Hospice Argentina, que agrupa a 16 casas de cuidados, con total de 58 camas específicas por espacio y atención domiciliaria a personas carenciadas, existen en el país desde el año 2004. El primero fue San Camilo (Casa de la Esperanza), del partido de Vicente López, al que siguieron otros como Casa de la Bondad, en Córdoba, Salta, San Juan y Buenos Aires; Buen Samaritano, en Pilar, y La Piedad, en Esperanza, Santa Fe. Con una base de formación católica, toman como misión ayudar en la lucha contra el dolor y los síntomas frecuentes de los estadios terminales. Trabajando en equipo, con voluntariado y asesoramiento de profesionales científicos interdisciplinarios, brindan casa y familia sustituta a los pacientes, entre los cuales no faltan los abandonados por sus familias de origen.
Hay dos maneras de no pensar en la muerte, graficó una vez el historiador francés Philippe Ariés, «la nuestra, la de nuestra civilización técnica que la rechaza y la castiga con la prohibición; y la de las civilizaciones tradicionales, que no es rechazo, sino imposibilidad de pensar en ella fuertemente, porque la muerte está muy cerca y forma demasiado parte de la vida cotidiana». Los antiguos náhuatl, pobladores de lo que hoy es México, crearon un ícono, recogido en los códices, que unía en un mismo retrato a los dioses Quetzalcoatl y Mictlanteutli. Quienes ayudan a los moribundos y a quienes nos quedamos de este lado lo expresan de otro modo: «Pase lo que pase, la vida continúa».