Sociedad | UNA BODEGA COMUNITARIA

El buen vino

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Florencia Vidal

En Tafí del Valle, a 2.000 metros sobre el nivel del mar, se encuentra Los Amaichas, un emprendimiento vitivinícola en armonía con la naturaleza y de gestión indígena.

Edificio. Para su diseño se usaron técnicas ancestrales con piedras de los primeros asentamientos.

Foto: Gentileza Bodega Indígena Los Amaicha

Amaicha del Valle es un territorio comunitario calchaquí, con unos 6.000 habitantes, que se encuentra en la localidad de Tafí, a 164 kilómetros de San Miguel de Tucumán y a más de 2.000 metros de altura sobre el nivel del mar, donde el sol sale 350 días al año. Sobre esta información turística, que los visitantes encuentran en un cartel a la entrada, se destaca una leyenda que dice: «La Madre Tierra no se compra ni se vende». En este lugar, la tierra no es solo una mercancía, sino que tiene el valor de lo ancestral, lo sagrado, lo productivo y lo colectivo. Bajo esta premisa, desde hace siete años, la población diaguita que vive allí puso en marcha Los Amaichas, la primera bodega comunitaria de Latinoamérica y la tercera a nivel mundial, luego de Australia y Canadá.
Con condiciones climáticas favorables para la obtención de buenos vinos, las plantaciones de vid en este valle se remontan al siglo XVI. Fueron los españoles quienes introdujeron, por ejemplo, la uva de vino criollo chico que hoy está claramente identificada con este pueblo originario. A lo largo de los años, la producción se centró primero en el vino patero, artesanal, pero después hubo otras exigencias de diversos organismos, entonces se pensó en cómo proteger a los pequeños productores.
La idea del emprendimiento surgió en 2010 por parte de las autoridades de la Comunidad Indígena Amaicha del Valle con el objetivo de impulsar el desarrollo autónomo de la población, en armonía con la naturaleza, y alcanzar vinos de alta calidad enológica. El proceso autogestivo continuó con la búsqueda de financiamiento para la construcción de la obra que se inauguró el 1 de agosto de 2016, día en que se celebra la Pachamama. Para el diseño arquitectónico, se usaron técnicas ancestrales de construcción de recintos circulares con piedras de las aldeas precolombinas que conformaron los primeros asentamientos del lugar. 
«Hacer una bodega para cada familia era una inversión muy cara porque aquí lo máximo que se puede tener es una hectárea de viñedo por la escasez de agua. De ahí sale la propuesta desde el Gobierno indígena para armar algo comunitario, que era un sistema bien trabajado desde siempre, con todos los requisitos que exige el Instituto Nacional de Vitivinicultura», explica Sebastián Pastrana, administrador de la bodega.

Sumak Kawsay. Los Amaichas integra la ruta del vino de Tucumán con varietales malbec y criollo.

Foto: Gentileza Bodega Indígena Los Amaicha

Son 40 familias, entre amaichas y quilmes, que realizan el cultivo manual sin químicos, en pequeñas extensiones, y reniegan no solo por las limitaciones del riego, sino también por otras inclemencias como la helada tardía de noviembre de 2022 que causó la pérdida de gran parte de la cosecha. Luego, la elaboración se hace en la bodega, donde un enólogo se encarga de la parte técnica. Finalmente, el vino se comercializa de manera directa a quienes visitan el lugar, se distribuye en algunos comercios y se vende en la Ciudad de Buenos Aires a través de organizaciones como la Unión de Trabajadores de la Tierra y Alimentos Cooperativos. En cuanto a la organización, el Gobierno indígena, formado por el cacique y el Consejo de Ancianos, se ocupa de administrar el territorio, los recursos naturales, los proyectos y la bodega, donde también colaboran productores y comuneros.
Actualmente, Los Amaichas, junto a otros 13 establecimientos, integra la ruta del vino de Tucumán con la presentación de varietales malbec y criollo bajo la etiqueta Sumak Kawsay, que en quichua significa «buen vivir», y es la filosofía andina que la comunidad adoptó como proyecto político de desarrollo sustentable. En este sentido, además de la vitivinicultura, las actividades productivas de esta población se basan en la soberanía alimentaria, la producción de artesanías, la comercialización de productos y servicios con identidad cultural y el turismo rural comunitario.
Al respecto, Pastrana remarca la importancia que tiene ser los dueños de su territorio, ya que les permite plantear su propio sistema político y económico. A través de la Cédula Real, en 1716, la Corona española devolvió estas tierras a los antiguos habitantes. «Para muchos pueblos originarios, el problema es el territorio, los desalojos, los asesinatos, pero acá somos los dueños gracias a nuestros ancestros que murieron y resistieron durante más de 130 años», afirma.
Para este pueblo, su bodega, enclavada en la montaña de un paisaje semidesértico, es como un faro desde donde se ve la inmensidad de los valles calchaquíes y la concreción de un sueño. «Estamos orgullosos de contar con este emprendimiento que cumple la función de difusión porque podemos promocionar y mostrar al Estado y a otras comunidades que hay un sistema que se puede hacer, pero depende de poder contar con el territorio», dice Pastrana. En cuanto al futuro, «la meta es seguir creciendo y mantenerse porque la economía social y solidaria es muy bonita, muy romántica, pero hay que estar ahí con monstruos económicos que te van complicando», concluye.

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