22 de agosto de 2023
La difusión de la inteligencia artificial plantea nuevos dilemas sobre derechos de autor, acceso a la información y monopolios. La visión de la presidenta de la Fundación Vía Libre.
La Fundación Vía Libre lleva más de veinte años promoviendo la liberación de una cultura que con frecuencia se ve cercada legalmente y, de ese modo, genera monopolios artificiales que limitan el acceso de muchos y benefician a pocos. Con la llegada de la Inteligencia Artificial (IA) generativa, no pocos autores ven en los marcos legales vinculados a los derechos de autor (o el copyright que se usa en otros países) la principal herramienta de protección frente al uso que se hace de sus obras para entrenar a inteligencias artificiales que pueden reemplazarlos. La nueva situación obliga a repensar las estrategias a seguir en este paradigma.
«En Vía Libre venimos discutiendo este tema porque a nosotros nos preocupa un montón», explica la presidenta de la fundación, Beatriz Busaniche, magister en Propiedad Intelectual y docente en la Universidad de Buenos Aires. «En primer lugar, entendemos perfectamente la preocupación de los artistas cuyas obras están siendo emuladas por sistemas automatizados y cómo eso puede llegar a tener un impacto en su forma de ganarse la vida. Los casos no son todos iguales: por ejemplo, está el tema del arte visual, donde vos podés pedirles a los sistemas de IA que te emulen la pluma o el estilo de un artista que puede estar vivo o que ya está bajo dominio público. También hay una emulación de los escritores cuando pedís a una IA que te escriba un texto al estilo de “tal” y lo hace. Pero digamos que, si uno mira estrictamente desde las regulaciones de derecho de autor vigentes, los estilos no figuran. Ahí podés decir: “Bueno: usan mi nombre para darle instrucciones a la IA”. O, si tenés una marca y te están atribuyendo aunque sea tangencialmente una obra, ahí sí, el derecho de autor te puede llegar a amparar en algún sentido. Pero lo cierto es que históricamente el derecho de autor no regula estilos».
–¿Entonces sería una buena medida ampliar el derecho de autor o el copyright?
–El problema es que si vos regulás más estrictamente el derecho de autor, bloqueás la creatividad de un modo brutal. Por ejemplo, ¿cuántas bandas rolingas conocés? Hay cientos, desde Los Ratones Paranoicos hasta cualquiera de las que tocan los fines de semana en el Conurbano bonaerense. Si vos bloqueás la posibilidad de que los estilos sean emulables te quedás sin un montón de música, sin un montón de espacios de creatividad. Porque los estilos no son material del derecho de autor. Fito Páez, en «Dos días en la vida» hace claramente una emulación de Thelma y Louise porque cualquiera puede hacer una canción sobre personajes y escribir su versión de una historia. Entonces, el problema es que el derecho de autor no está pensado para regular este tipo de prácticas. Otro detalle nada menor es que cualquier autor, artista, intérprete, músico, escritor y demás, aprende a construir su propia obra a partir de estudiar la obra de otros.
–¿Entonces Via Libre ya tomó una posición sobre esto?
–No, no tenemos una posición tomada. Sabemos que no queremos que esta supuesta defensa de los artistas por medio del copyright se vuelva una estrategia para una protección más rigurosa que es letal para la creatividad. Es lo que venimos defendiendo hace 23 años, porque es el área de nuestra expertise. Nosotros venimos peleando por la cultura libre, la cultura abierta, el dominio público, la disponibilidad de obras, para que se puedan estudiar y esto nos supone una crisis muy fuerte. Pero no tenemos una posición tomada al respecto. Esto que te acabo de decir es lo que dice la ley, que no ampara estilos, no ampara ideas, no ampara argumentos. O sea que no es el derecho de autor lo que puede regular esto.
–¿Y por dónde debería ir la protección?
–Acá, como en casi todos los problemas que plantea la IA, la cuestión no es lo que puede hacer o no, sino las grandes asimetrías que hay en el uso y desarrollo de IA. La IA puede ser usada de manera creativa también por los autores y puede ayudar a automatizar cosas que ya son automatizables. No es la primera vez en la historia que vemos una tecnología que barre con un sector de trabajo. El problema que nosotros vemos, mayúsculo, es en primer lugar las asimetrías en el desarrollo y en la capacidad de entrenar estas ideas que genera una concentración en muy pocas manos. El problema es tratar de regular esto desde el pánico moral porque esto es bastante más grande y más difícil de abordar, y el copyright para mí no es la solución. La solución es poner tremendos impuestos a la industria que tiene un nivel de ganancias que excede un determinado monto que habrá que establecer con un regulador. Para mí el camino está en regular fuertemente con impuestos, con limitaciones, con marcos regulatorios específicos a los grandes grupos concentrados y a la vez trabajar muy en la línea de lo que venimos defendiendo desde el Software Libre, generar más capacidades locales, adaptadas al entorno latinoamericano, buscándole la vuelta para potenciar la labor creativa. Digo, no es la primera vez que el mundo de la creatividad se enfrenta a problemas vinculados con la reproducción de las obras y sin embargo siempre se ha encontrado una vuelta. Lamentablemente, muchas veces la vuelta que se ha encontrado ha redundado en nuevos espacios de hiperconcentración, es cierto; cuando nos peleábamos con el tema de las descargas P2P y demás nadie pensó que iba a aparecer Spotify, que terminó siendo mucho más precarizante para los artistas de lo que era la industria discográfica como tal. En resumen: no tengo la solución. Pero sí sé que la pelea por la cultura libre es una pelea que tiene sustento porque las asimetrías de conocimiento serían todavía más profundas si no tuviéramos cultura libre. Si no tuviéramos acceso a papers académicos, si no hubiéramos logrado el acceso abierto al software y demás, ¿cuántas otras cosas no tendríamos hoy?
–¿Estás viendo una reacción rápida por lo menos en Estados Unidos o en Europa?
–Europa está reaccionando. Hay un proyecto de regulación a nivel Unión Europea que está en discusión. Hubo ya un consenso de prohibir el reconocimiento facial con fines policiales, por ejemplo. Me parece que Europa es la única que está reaccionando mínimamente con cierto rigor. Italia basándose en GDPR (legislación de protección de datos personales) prohibió el uso de ChatGPT hasta tanto se sepa qué hace con los datos. En China ya hay una regulación importante para el sector privado sobre el tema de protección de datos. En el Estado de California también contemplan los datos inferidos como datos personales.
–¿Con eso alcanza?
–No. La solución principal está en fuertes cargas impositivas que permitan a los Estados apuntalar aquellos sectores que sufran un impacto severo. También hay que aplicar fuertes regulaciones en términos laborales. Para mí las regulaciones fundamentales son las impositivas y las cuestiones de tráfico transfronterizo de datos. Hay que retomar esa discusión fuertemente.
–Por otro lado, los artistas son solo la punta del iceberg. La IA va a reemplazar a buena parte de los abogados, arquitectos, contadores y otros que ni siquiera pueden considerar que su trabajo está protegido por los derechos de autor.
–Quizás haya empleos que se pierdan y que no se recuperen. Quizás haya áreas de la creatividad donde el reemplazo sea directo y no haya una recuperación. Esto ha pasado a lo largo de la historia. El problema es cuando ese reemplazo de trabajos conlleva precarización de trabajadores. A mí lo que más me preocupa en este momento no es el reemplazo sino los niveles de precariedad que se están generando. Remplazo de puestos de trabajo hubo siempre: las automotrices remplazaron la mano de obra por manos robóticas. ¿Qué pasó con el laburante de la industria automotriz que trabaja en Escobar, en Córdoba, en las afueras de Rosario, que iba a fin de mes a su casa con un sueldo, que compraba en el supermercado de su barrio? Algunos dicen «hay reemplazo y hay creación de nuevo puesto de trabajo: se generan empleos de ingeniería, de programación, de mantenimiento del sistema. Son empleos de valor agregado, de conocimiento». Pero el problema es que son empleos que probablemente alimenten al Gran París, donde se fabrica, se desarrolla y se hacen los modelos, el hardware, el mantenimiento del software que usan en esas fábricas. Es decir, que ese reemplazo es asimétrico norte-sur. El otro día veía en una presentación un gráfico que mostraba cómo aumentaron las tasas de productividad en los últimos cincuenta años, mientras la distribución de la productividad seguía aplanada. Ese margen entre la distribución y la sumatoria de productividad alguien se lo lleva y no somos los laburantes. Seguimos trabajando las mismas horas y por la misma plata, aunque seamos mucho más productivos. Es ahí donde hay que poner la cuña. El copyright no es una herramienta del pueblo: es una herramienta del poderoso. Ha incrementado la renta monopólica y ha contribuido a ese ascenso brutal de la productividad de esos grandes monopolios. O sea que, si pensamos en el copyright, en las patentes, en esos recursos como elementos para pelear contra esto, vamos mal. Estados Unidos tiene un montón de flexibilidades para el scrapping, porque ellos están potenciando esta industria. Si nosotros ponemos una regulación de copyright que endurezca las condiciones para hacerlo, a Google no le cambiamos nada. A ellos su ley les alcanza. Lo único que vamos a hacer es bloquear nuestra investigación, que la hay y mucha. Y uno de los problemas que tenemos acá es que no tenemos acceso a las bases de datos para entrenar IA. El pánico moral es un muy mal consejero para la regulación: queremos que el autor siga viviendo de su obra, pero no a cualquier precio. Yo no le voy a dar el argumento para que después lo usen en nuestra contra.
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