Sociedad | ALMAGRO BOXING CLUB

El corazón de un barrio

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Texto: Marina Porcelli - Fotos: Bruno Szister

Centro de formación, espacio de encuentro, arraigo y pertenencia, la mítica entidad porteña cumple 100 años. Crónica de un viaje a la historia.

Díaz Vélez 4422. El gimnasio funciona de 7 de la mañana a 10 de la noche. Varones y mujeres de todas las edades participan de los entrenamientos.

El boxeador de espalda, secundado por dos técnicos del Almagro Boxing Club (ABC), a punto de ingresar en el predio, y al fondo, el cuadrilátero, con la leyenda sobre la imagen: vas a entrar en la historia. Esta foto es lo primero que se ve cuando se llega al club. La luz, afuera, sobre Díaz Vélez 4422, es poderosa siempre, cae de un modo brutal sobre la vereda, pero adentro el cambio es radical, se vuelve sombría, casi húmeda, como si el galpón en realidad fuera un templo, un lugar sagrado. 
De hecho, se dice que Luis Ángel Firpo, la licencia número 1 del box en nuestro país –obtenida en febrero de 1924, luego de su pelea legendaria con Jack Dempsey en Estados Unidos– hizo algunas de sus prácticas en este lugar. Fundado el 30 de abril de 1923, en un terreno en la calle Bogado, cruce con Yatay, con rings de piso de tierra y duchas de manguera conectadas a casas particulares, el Almagro Boxing Club se instala definitivamente sobre la avenida Díaz Vélez en 1945. Hacia el fondo, hacia lo largo, en el pasillo, más de una decena de bolsas de distintas medidas cuelgan enfrentadas a una pared tapiada de cuadros. Son recortes de prensa, fotos en blanco y negro, noticias, retratos de los dirigentes, placas. La fábrica de trompadas, se lee, y se leen también los nombres de Alfredo Prada (el rival histórico de Gatica), el del olímpico Alberto Barenghi, y el primer campeón mundial argentino, Pascualito Pérez, todos púgiles destacados que pasaron por el club. Y se sabe, además, que Bob Dylan visitó el gimnasio en su gira por Buenos Aires. 

Cuando se acaba el corredor, el espacio se ensancha en una explanada que se usa para hacer ejercicios, y después, justo después, viene el cuadrilátero en altura, vibrante, mítico, sobre la pared celeste del fondo. En los festejos por los cien años, sucede una transición: Iván Matías Agüero es el presidente recién electo de la comisión, que ejerce desde el 1° de junio. Él saluda, y mientras habla, señala casi enseguida la bandera del club, el lema que resume toda la propuesta: una hora más en el club es una hora menos en la calle. La práctica del boxeo como herramienta de inclusión social. 
Pero sobre todo el Almagro trabaja con el entretejido, el cruce de generaciones. Agüero explica que los profes transmiten valores que recibieron de otros profes más antiguos. Que a su vez los recibieron de otros. Su camada, que se formó en los 90, le da al respeto, la solidaridad, y al hecho de ser muy atento con el prójimo un valor central en el vínculo de todos los días. «Hilario Herrera, Vicente Holgado (que ya no está), Jerónimo Giraudi con algunos de los nombres más destacados». Y, por supuesto, el de Fernando Albelo. Que trabajó más de veinte años en el club, y construyó una identidad y una dinámica que se proyecta y todavía perdura. Albelo –técnico de la primera boxeadora del ABC, Karen Carabajal, que llegó con 16 años, cuando en el club no había ni baños para mujeres– acaba de abrir su propio gimnasio en la Boca. El Defensores de la Boca Boxing Club, que merece nota aparte, ha tendido un puente hacia el Almagro, y ambos se piensan como una red de colaboración conjunta.
Actualmente, calcula Iván Agüero, hay poco menos de 300 socios activos. Y define el espacio como una gran familia: «En el club no solo compartimos una velada boxística, también una gaseosa, un agua, una cena. No es solo una clase técnica de boxeo, sino de una enseñanza de vida. Se transmiten esos valores, los mismos valores que nos formaron a todos. Por ejemplo, si querés hacer boxeo, pero no tenés manera de pagar la cuota, les decimos, inscribite en el colegio, dale que te ayudamos».
La historia de la Ciudad de Buenos Aires puede trazarse, también, a partir de la existencia de los clubes de barrio. Esto porque además de la labor de Albelo en la Boca, se destaca el galpón de Tony Sánchez de Villa Urquiza, el trabajo del profe Puente en Comunicaciones, o el de Juan Gallo en Chacarita, por nombrar solo a algunos. El caso es que estos clubes históricos son verdaderos centros de formación en los que se enlaza un sentimiento de compañerismo, de arraigo y de pertenencia. «Espacios de recreación, participación, cooperación y competencia», dice Ángel Prignano en su libro sobre clubes de barrio, espacio que construyen matrices importantes en la formación de la comunidad.
«El Almagro es como mi casa, es mi casa», arranca Alexis Fino, profe del turno mañana, que nació en Carhué y tiene 32 años, y se forma en el Almagro desde 2015. Fino cuenta que empezó a entrenar para bajar de peso. Después hizo peleas como boxeador amateur, representando al club. «Lo que yo busco generar es una dinámica casi de familia. Que todos nos ayudemos entre todos, tratar de inculcar eso a los chicos. En mi clase, yo les pregunto qué están haciendo, si estudian, si van a la escuela. Después, en cuanto a lo económico, hay gente que no puede pagar la cuota, aunque sea muy accesible, y acá obviamente no le cerramos la puerta a nadie. Preferimos que esté acá en el club y no que esté en la calle». 

Contra el tabú y los prejuicios
El gimnasio tiene horario corrido, con clases que comienzan a las siete de la mañana y otras que terminan a las diez de la noche, toda la semana. Las actividades son mixtas, sin distinción en el momento de hacer ejercicios, y las edades, totalmente diversas. Hay chicos que entrenan, y hombres de más de 70 años que también entrenan. Todos los profesores coinciden en esto: quizá por moda en los últimos años, y afortunadamente, claro, se está dejando de lado el tabú de que practicar boxeo es un ejercicio violento. La práctica pone el acento en los beneficios (ordena los movimientos, incentiva los reflejos, enseña a regular la propia energía, la fuerza, la respiración, etcétera) y no hace falta subirse al ring, o hacer sesiones de esparrin fuerte para aprender a boxear. Se puede aprender a boxear sin lastimarse, nadie tiene por qué competir si no quiere. 

Justamente, ese es uno de los puntos más extraordinarios, porque acá en el Almagro se encuentran chicos que están haciendo ejercicios a nivel recreativo, pegándole a la bolsa o saltando la soga, junto a boxeadores que compiten: se da la posibilidad de ver cómo entrenan y trabajan deportistas de rendimiento alto, y eso es algo que, por ejemplo, casi nunca sucede en el fútbol. Así lo comenta Iván Agüero: el entramado permanente de esta formación conjunta, de este compañerismo es uno de los valores que reivindica el club desde su fundación.
Santiago Quintans, DT de la Federación Argentina de Boxeo, es el profe del turno tarde: llegó a los entrenamientos cuando tenía 17 años e hizo toda su carrera en el ABC. Cuenta de un tirón que, de hecho, él es el boxeador que aparece en la foto que está en la entrada. La imagen es de Pablo Leguizamón, en un torneo nacional en 2006 o 2007. «Lo que distingue al Almagro –dice– es que se trata de un club cien por ciento del palo del boxeo. No es como Megatlon, como los gimnasios más comerciales. El que entra acá sabe que está dentro de cierta mística. Es boxeo, respirás boxeo. Tenés los cuadros, las fotos, los compañeros que también compiten».
Enseñar boxeo no es solo enseñar técnica de boxeo. Se ponen en juego valores, se establecen espacios de contención y de diálogo, se articulan dinámicas de grupo. Hay muchísimas personas practicando y formándose en la disciplina, de manera totalmente anónima, y con muchísimo talento, en la ciudad. El Almagro también organiza veladas: este mes, el 22 se dará la competencia por la Liga Metropolitana, y el 29, una exhibición. 
Hace algunos años, de hecho, Karen Carabajal comentó que no coincidía con ese lugar común que dice que en el boxeo es individual, en el que siempre estás solo, y que «cuando suena la campana, te sacan hasta el banquito». Que para ella siempre había sido una práctica de grupal, colectiva, y que esa relación con los otros en el club era clave para su cotidianidad.

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