Sociedad

El diván y su laberinto

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Al cumplirse 80 años de la muerte de Sigmund Freud, soplan nuevos aires sobre una disciplina que marcó el siglo XX. Mientras la práctica experimenta cambios, en las aulas surgen discusiones y avanzan las terapias alternativas. La cuestión del género.


(Shutterstock)

En 1964, el escritor Philip K. Dick anunció la muerte del psicoanálisis en Los simulacros (Simulacra), una novela ambientada a mediados del siglo XXI. Entonces, ya nadie cree en los postulados de Freud y Egon Superb es el último psicoanalista sobre la Tierra, plagada de enfermos mentales que solo pueden tratarse con drogoterapia.
Acaban de cumplirse 80 años de la muerte de Sigmund Freud. Y si bien la práctica terapéutica que el austríaco instituyó, a fines del siglo XIX, no agoniza, nuevas miradas cuestionan esta corriente. En la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), donde coexisten los psicoanalistas y quienes proponen otras terapias, movimientos como el Ni Una Menos y la discusión sobre el proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo llevaron –como señala Elena Lubián, profesora adjunta regular de las materias Psicoanálisis-Freud y Clínica Psicoanalítica–, «a una mayor visibilización de los planteos y reivindicaciones del colectivo feminista» y propiciaron una discusión «en torno del sistema patriarcal y al estatuto y soporte ideológicos que subyacen en la teoría psicoanalítica, con un involucramiento novedoso de lxs alumnxs».
La pregunta «¿Es heteronormativo el psicoanálisis?», por ejemplo, abrió un Conversatorio sobre la Perspectiva de Género, en el que Débora Tajer, psicoanalista y profesora adjunta a cargo de la cátedra Introducción a los Estudios de Género, planteó que «estaría siendo no solo heteronormativo, sino patriarcal y colonial. Primero, porque el estatus de las mujeres en la teoría psicoanalítica es de objeto y no de sujeto en paridad, porque hay una ausencia explícita de una teoría de la masculinidad».
Tradicionalmente, el psicoanálisis –que se ocupa de las causas inconscientes de las conductas y reconoce tanto la sexualidad infantil como la importancia de los primeros años de un individuo en su comportamiento adulto– parte de la idea de que los procesos psicológicos «normales» se articulan alrededor de la diferencia sexual femenina o masculina. Así entran planteos como «la envidia del pene», que según Gabriel Lombardi, director del Instituto de Investigaciones en Psicología de la UBA, se han reformulado: «Ha pasado a ser considerada como envidia del lugar social masculino y no del atributo a través del cual se lo “imaginariza”».
Para Tajer –quien ganó la Cátedra Alicia Moreau 2019 de Francia–, la teoría psiconalítica «tiene muchos conceptos que están arraigados en una modalidad de época y se relacionan con el patriarcado moderno: la familia nuclear, la preeminencia de los varones sobre las mujeres, la monogamia hacia las mujeres y no hacia los varones; el concepto de función paterna, función materna… Y eso es parte de lo que tenemos que deconstruir para poder hacer un psicoanálisis que esté a la altura de los desafíos que la sociedad nos está planteando en este momento».

Reacciones y objeciones
Desde sus comienzos, el psicoanálisis –que ha tenido una gran influencia en la cultura occidental–, encontró voces detractoras, entre ellas, las del propio Carl Jung, discípulo de Freud que, más interesado en el alma humana y el material simbólico universal que en el papel preponderante de la sexualidad, fundaría la psicología analítica. «Todos los años se anuncia la muerte del psicoanálisis. Se cuestiona su valor científico y que su objeto es una teoría. Siempre hubo objeciones, algunas honestas pidiendo más elementos para confirmar sus premisas y otras solo como reacciones emocionales intensas provocadas por la moralidad reinante. Como cualquier otra construcción cultural, está influido por el momento histórico y más cuando el instrumento terapéutico depende tanto de la subjetividad del psicoanalista, lo que exige que la formación, incluido su propio análisis, sea interminable», comenta José Treszezamsky, psicoanalista y coordinador del departamento de Historia de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). «Lo patriarcal tanto como lo feminista pueden llevar a deformar la mirada sobre el alma humana», agrega.
Aunque existe consenso en que no hay un psicoanálisis, sino muchas vertientes, psicoanalistas como Jorge N. Reitter –autor de Edipo gay. Heteronormatividad y psicoanálisis (Letra Viva)– sostienen que sí existe «una matriz heterosexual discursiva; la heteronormatividad es este régimen social, político y económico que impone la heterosexualidad y, en gran medida, eso existe en psicoanálisis: toda sexualidad que no es heterosexual es “una defensa contra” o “una huida de…”». Un capítulo negro, de 1921, refuerza su postura: entonces, una circular interna «prohibió» que los homosexuales pudieran ser analistas, como recordó Tajer en su intervención, «porque está la idea de la perversión, de que pueden pervertir pacientes. Si bien hay partes de la teoría que no dicen esto, hasta hoy, salvo excepciones, ningún o ninguna analista que quiera recibir pacientes va a decir abiertamente a ninguna institución que es gay o lesbiana».
En ese sentido Lubián opina distinto: «Si hay una teoría que abrió paso al cuestionamiento de la heterosexualidad y de la reproducción como fin natural de la sexualidad es justamente la teoría freudiana», subraya. La docente dice que encuentra en Freud «un movimiento que ha resultado fundante y crucial para que hoy pueda cuestionarse la heteronormatividad y que es, a su vez, el antecedente necesario para que los modos posibles de reproducción humana, que ha modificado la ciencia, sean inscriptos en el derecho jurídico: el matrimonio igualitario, los diversos tipos de familia –homo y monoparentales–, y promovida y aceptada la ley de identidad de género». Ello, porque en textos de su tiempo, Freud, por ejemplo, «denuncia la doble moral que propiciaba la abstinencia hasta el matrimonio pero consentía la práctica sexual masculina, a través de los prostíbulos, mientras condenaba y ocultaba la existencia del deseo femenino. En 1908, escribe: “Es una de las manifiestas injusticias sociales que el patrón cultural exija de todas las personas idéntica conducta en su vida sexual, conducta que unas hallarán fácil respetar, mientras que impondrá a otras gravísimos sacrificios psíquicos”. Nada de esto conlleva una defensa de la heterosexualidad, la monogamia o la heteronormatividad», señala Lubián.

Otras miradas
¿Qué se observa en las aulas con respecto a otras terapias? «En los últimos años, lxs alumnxs llegan con un conocimiento de las neurociencias, que proviene, sobre todo, de los medios televisivos o radiales, de videos, series o artículos subidos a internet». Antes, «en lxs ingresantes a Psiscología la representación pregnante y mayoritaria sobre el rol del psicólogo estaba ligada al área clínica, al tratamiento psicoanalítico y al inconsciente como objeto de estudio de la psicología». Ahora, indica Lubián, aparece con frecuencia el término «mente». «Más allá del amplio campo de las neurociencias y del interés que concitan, y de la implementación de las TCC (Terapias Cognitivas Conductuales), al recurrir a una consulta terapéutica, mi apreciación es que en Argentina aún se sigue optando mayoritariamente por una terapia de orientación psicoanalítica».
De acuerdo con Lubián, «la predominancia de las neurociencias se refleja igualmente en las currículas de las universidades, a nivel mundial, y como modo de tratamiento impuesto en los servicios de cobertura médica y de medicina prepaga». «Las formas que están adquiriendo las prestaciones médicas y el poder social de los laboratorios son una forma de resistencia que el psicoanálisis no enfrentaba en sus comienzos», ironiza Treszezamsky. Pese a todo, asegura el psiquiatra, «sigue habiendo analistas y pacientes que se quieren analizar».

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