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El Pacará de Segurola

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Nacido en Buenos Aires, alumno del Real Colegio San Carlos (hoy Colegio Nacional de Buenos Aires), párroco de la Iglesia del Socorro en Suipacha y Juncal, el sacerdote Saturnino Segurola y Lezica, un apasionado de las ciencias naturales, vacunó durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807 gracias a la técnica que había aprendido del doctor Cosme Argerich.
En 1810 Cornelio Saavedra invitó a Segurola a disertar sobre la conservación y la propagación de la vacuna y luego se estableció su obligatoriedad. A partir de ese momento se dispuso de una dependencia como vacunatorio en La Manzana de las Luces. Pero no fue, por cierto, el único lugar donde se aplicaba.
Bajo la sombra de un árbol Timbó, Pacará u «oreja negra» ubicado en la quinta que por entonces pertenecía a su familia, en la actual esquina de Puán y Fernández Moreno, en Parque Chacabuco, Saturnino Segurola se dedicó durante años a vacunar a la población.
Segurola tuvo asiento perpetuo en el Cabildo, fue el primer bibliotecario de la Biblioteca Pública en 1810, director de la Casa de Niños Expósitos (actual Casa Cuna u Hospital Pedro de Elizalde) y en 1821 se lo nombró presidente de la Comisión de Conservación de la Vacuna Antivariólica.
En 1946 intentaron derribar ese árbol histórico, pero el diputado Alfredo L. Palacios lo salvó de la sierra. En 1990, el viejo árbol, vencido ya por los años, fue retirado del lugar pero se plantó uno similar que hoy se conserva con una leyenda ad hoc. Hay una calle porteña, que recorre los barrios de Floresta y Villa Devoto, que se llama Segurola.

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