Sociedad | TECNOLOGÍA

El robo del siglo

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Esteban Magnani

Cada vez más artistas, profesionales y trabajadores ven en la inteligencia artificial un mecanismo para quitarles control sobre su trabajo. Creación, automatización y empleo.

Copia fiel. Imagen generada por la plataforma Midjourney a partir de las ilustraciones de Caruso.

Hace un tiempo el ilustrador Santiago Caruso contó en Instagram que, como no recordaba el nombre de una obra realizada varios años antes, la gugleó usando su nombre y algunos datos de la obra. El resultado fueron 39 imágenes, de las cuáles 16 habían sido hechas con Inteligencia Artificial (IA). Esto se debe a que miles de usuarios de cualquier lugar del mundo pueden encargar a una IA que realice una obra determinada «pintada el estilo de Santiago Caruso». No solo no había cobrado por ellas, sino que su verdadera obra quedaba sepultada por otras que no eran de su autoría directa pero que la emulaban muy bien.
«El problema es que usaron obras de artistas que no dieron su consentimiento para formar parte de las bases de datos para entrenar esas IA», explica Caruso. «Lo primero que tendrían que hacer esas empresas es no usar esas obras sin un permiso. El que quiera ceder sus obras, venderlas o lo que sea, que lo haga, pero debería ser una regla básica que todos estemos afuera de esto a menos que demos permiso explícito. Y las empresas que capturaron obras de modo ilegal, que rindan cuentas al respecto. Si no pueden garantizar que la IA ya no use obras tomadas ilegalmente de un montón de artistas, que eliminen ese software y que hagan otro desarrollo pagando lo que tengan que pagar a los artistas que quieran formar parte de él».
Desde diciembre de 2022 Caruso investiga y reúne evidencia de la explotación que la IA generativa lleva adelante sobre el campo creativo y viene organizando junto a otros artistas de Latinoamérica y España el colectivo ArteEsÉtica, desde donde se intenta hacer que los creadores tomen conciencia lo más rápido posible de lo que está ocurriendo gracias a una tecnología que avanza a toda velocidad y sin hacer demasiadas preguntas. El principal escudo legal que utilizan los artistas para protegerse en un territorio bastante nuevo es el de los derechos de autor que se ven avasallados. 

Creadores del mundo, uníos
Pero rebobinemos un poco: ¿Cómo se explica lo que le ocurrió a este ilustrador argentino y que afecta no solo a los artistas? Como ya se explicó en Acción, la IA generativa es entrenada con miles de millones de ejemplos para que encuentre patrones. Luego, a partir de instrucciones que se escriben en lenguaje natural, ofrecen una respuesta estadísticamente verosímil basada en lo aprendido. Es lo que hacen varias herramientas de distintos tipos capaces de escribir con un lenguaje fluido (como el ya muy conocido ChatGPT), hacer ilustraciones (como Stable Difusion, MidJourney o Dall-e2), u otros servicios de IA generativa que permiten hacer música, locuciones, videos, etcétera. Estos servicios generaron un gran revuelo recientemente porque son gratuitos o permiten algunas pruebas antes de comenzar a cobrar suscripciones, lo que hizo posible que millones de personas pudieran conocer de forma directa el poder de esta tecnología. 
El impacto ya se hizo sentir en tribunales de justicia de EE.UU., donde un colectivo de artistas presentó una demanda colectiva en contra de dos empresas generadoras de imágenes, Stable Diffusion y DreamUp. Estos desarrollos utilizaron LAION-5B, una base de datos con registros de más de 5.000 millones de imágenes de internet: las IA necesitan cantidades masivas de ejemplos para el entrenamiento y esta empresa los ofrece ordenados y etiquetados, algo que simplifica enormemente la tarea de clasificación. Sin embargo, esa información no se utilizó para pedir permiso a los autores para explotar su obra a través de algoritmos que generan derivados artificiales.
El caso de los artistas es preocupante, pero están lejos de ser los únicos afectados por una IA que se nutre del esfuerzo y creatividad de aquellos a los que está comenzando a desplazar. «Hace seis semanas desconocíamos prácticamente el asunto», explica desde España Jaime Roca, locutor y miembro de AVTA (Sindicato de Actores de Voz y Voice Talents de Madrid). «El tema saltó porque en Madrid aparecieron unos estudios que grababan interpretaciones pidiendo determinados sentimientos en las locuciones. Algunos afiliados de nuestra organización dijeron “Esto debe ser para entrenar una IA”, y tenían razón». 
Cuando confirmaron lo que ocurría, las organizaciones que nuclean a intérpretes y locutores de toda España comenzaron a organizar una reacción: «Con cada llamada que hacías la gente se apuntaba, se juntaba, y en seis semanas hemos organizado un colectivo nacional y estamos organizando un colectivo europeo. También hay una pata en Latinoamérica». Según cuenta Roca, los intérpretes españoles ya sienten el impacto de esta tecnología en una demanda que ha comenzado a caer.
En el caso de los actores de voz, el desafío es demostrar que sus derechos están siendo avasallados ya que no son dueños de la obra sino de la interpretación: «Lo que estamos haciendo es relevar un montón de información, aportar argumentos, aportar estrategias a las agrupaciones», explica Caruso. «Queremos que las agrupaciones aporten los contactos que tienen en política, abogados, lo que puedan. Es como armar un grupo porque hace tres meses no estaban en este tema».

El gran tsunami
Artistas, locutores, pero también otros profesionales buscan refugio frente al impacto brutal que la IA está teniendo en tan corto plazo. La experiencia histórica asociaba la automatización a las tareas repetitivas, pero ahora se suman otras con altas exigencias cognitivas, creativas, expresivas, etcétera. Sin embargo, esto es solo la punta de un iceberg que también llegará a profesiones que no podrán argüir derechos de autor o interpretación como, por ejemplo, subtituladores, pero también abogados, administrativos u otros profesionales. 
De no mediar algún tipo de legislación, un estudio especializado podrá remplazar a numerosos profesionales con una IA a la que le pida los primeros borradores de un trabajo, la redacción de un informe en base a un puñado de instrucciones o que indique a potenciales clientes la disponibilidad y tiempos de entrega de determinados productos. Seguramente se necesitarán profesionales experimentados que puedan evaluar la calidad de esas tareas, pero tendrán el grueso del trabajo ya realizado. 
Como vienen advirtiendo numerosos especialistas, detrás del marketing sobre el potencial de la IA para reducir los tiempos de trabajo, colaborar en el combate contra el calentamiento global u otras promesas, se viene una historia repetida: las grandes corporaciones tecnológicas acaparando el conocimiento de millones de personas para continuar concentrando las ganancias en muy pocas manos.

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