Sociedad

Elogio de la lentitud

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La práctica del taichí chuan al aire libre gana adeptos en plazas y parques de la ciudad de Buenos Aires. Historia, filosofía y beneficios de una disciplina nacida en el lejano Oriente que, a pesar de su origen bélico, promete salud, bienestar y armonía.

Mañana de domingo. Clase en el Parque Los Andes, barrio porteño de Chacarita. (Horacio Paone)

Pese a ubicarse a miles de kilómetros de China, Buenos Aires parece estar haciéndose un poco más oriental y en sus plazas y parques cada vez se ve a más porteños tratando de realizar las posturas de una práctica muy antigua, el taichí chuan que, si bien comenzó como un arte marcial, es decir, bélico, fue mutando a un arte de la armonización, la respiración y la salud en general, es decir, consiguió mutar hacia la paz.
«Empecé a tomar clases en la Plaza Rodríguez Peña, frente al Palacio Pizzurno, en 1992. Después de muchos años de aprendizaje, ahora enseño en San Telmo, en mi casa, en alguna plazoleta de la avenida 9 de Julio o en la Plaza San Martín», dice Jimena Gómez Carillo, instructora de taichí y quien lo define como una práctica que refuerza la salud física en general y tiene una faceta estética porque se realizan movimientos muy plásticos. Pero lo principal, según ella, es que «se basa en la filosofía taoísta, la cual se va comprendiendo a través del movimiento. O sea: aporta a una filosofía de vida».
Las prácticas suelen ser muy temprano, antes de que el frenético ritmo citadino se apodere de la atención de los alumnos a los que este arte precisamente les exige una gran dosis de paciencia, capacidad para lentificar sus movimientos y, en consecuencia, aquietar su mente. Y su despliegue en las plazas se debe a su esencia filosófica. «Es la búsqueda de la armonía de la vida, que viene de la vida de la naturaleza», explica Gómez Carillo.
Uno de los maestros orientales más destacados en formar instructores argentinos es quien cobró mayor fama como el «médico chino del papa Francisco», Liu Ming, quien trató con acupuntura a Jorge Bergoglio cuando era arzobispo de Buenos Aires. Otro célebre maestro entre los porteños es Chao Piao Sheng, quien desde hace 31 años ofrece clases en Barrancas de Belgrano. «El auge actual se debe a que antes los médicos aconsejaban hacer yoga, ahora los mandan a hacer taichí», cuenta Chao a Acción.
«Cuando empecé no se entendía ni la palabra, o se desconocía de dónde venía. Ahora ya hay una idea más concreta, más clara. Dar un salto entre Oriente y Occidente no es tan fácil, pues esta es una disciplina que viene de una cultura muy distinta», añade.
Hay personas de todas las edades que se le animan al taichí, pero, según los instructores, puede que no participen niños ni adolescentes, probablemente porque están más interesados en algún arte marcial que exige una mayor descarga física. Los chinos dicen que cualquier persona que puede caminar puede encarar esta práctica.

Flexibilidad y equilibrio
«En 2007 corrí un triatlón bastante largo y quedé mal. Tuve muchos dolores y hasta debieron operarme un menisco. Ahí se me ocurrió hacer taichí, la única disciplina que podía hacer», relata Ariel Aizemberg, quien ejerce como instructor cuando su maestro falta, en la Plaza Zapiola de Villa Urquiza. «Me fortaleció la rodilla operada y me salvó lo otra de la operación. La práctica fortalece mucho las articulaciones y ligamentos, y previene las lesiones».
Marta vive en el barrio Recoleta y practica con el maestro Yuan Junmin, en Plaza Libertad. El taichí chuan le aportó una mayor flexibilidad y equilibrio, lo cual se refleja tanto en lo físico como en lo mental. Y aprendió que «todo lo que te pasa en el cuerpo te pasa en la cabeza, en la mente; tengo en claro que para mí significó alcanzar una mayor armonía».
A pesar de ser una disciplina que exige enorme paciencia y concentración, además de cuidado en el detalle y la técnica, llegó para quedarse en tiempos en que todo empuja en sentido contrario. Son múltiples las razones que motivan a los alumnos, y el maestro Chao Piao Sheng intenta una síntesis: «Para poder entender la teoría de todo asunto utilizo el cuerpo, un pequeño universo que refleja el gran universo».

 

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