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Los medios digitales son, para los más jóvenes, el modo habitual de interacción con el mundo. Según Unicef, más de la mitad de los chicos de 13 a 18 años están conectados a Internet durante todo el día. El grooming y otros riesgos de la exposición permanente.

24 horas. Según los especialistas, la hiperconexión produce efectos en la constitución subjetiva y trae aparejadas nuevas angustias y soledades. (Alamy Stock Photo)

Quién no recuerda la primera vez que usó un mouse? Resultaba tan extraño como salir a la calle y hablar por teléfono. No había cable. Se podía conversar caminando y cualquiera que pasara tenía la posibilidad de escucharnos. La experiencia se sentía en el cuerpo, como si hubiera algo en los sentidos que estuviera cambiando. Mucho tiempo después nuestros hijos están usando la computadora y el celular, pero sin esa primera vez. ¿Será por la edad, porque están frente a una pantalla con tan solo unos meses? Imposible saber la sensación, pero todos los padres nos hemos asombrado con lo mismo y casi que siempre lo contamos con las mismas palabras: «Tienen otro chip», «Nacen con una computadora debajo del brazo», «Es otra generación…». Ciertamente, algo ha cambiado, las nuevas generaciones crecieron bajo otro paradigma. Ahora bien, ¿qué consecuencias puede traer este matrimonio con las nuevas tecnologías? Diversos estudios y especialistas nos advierten: sobreexposición e hiperconectividad parecen ser dos caras de una realidad que ya no se puede desconocer, pero sobre la cual es necesario tomar algunos recaudos.
Uno de los trabajos más exhaustivos sobre el tema ha sido un relevamiento realizado por Unicef durante el año pasado. El análisis, que repitió el modelo en 33 países incluyó unas 1.106 encuestas y 12 focus groups con 32 padres y 60 adolescentes de 13 a 18 años, expone cifras impactantes. Hoy, en Argentina, 6 de cada 10 chicos se comunican usando celular y 8 de cada 10 usan Internet. En otras palabras, para estas generaciones «los medios digitales son un modo habitual de comunicación y de interacción con el mundo. Construyen su identidad interactuando tanto en la vida real como en la virtual». De esta forma, no se trata de negar o cuestionar esta evolución (por ejemplo, casi el 80% de los adolescentes declaró usar Internet para hacer tareas escolares), pero sí de problematizar sus usos, sus límites y sus posibles efectos.
En este sentido, uno de los puntos en cuestión es el grado y tiempo de exposición. De acuerdo con Unicef, el 51% de los entrevistados reconoció que utiliza Internet todo el tiempo, el 20% lo hace más de una vez por día y el 16%, más de una vez por hora. Solo un 12% lo hace una vez al día o menos.
«La irrupción de la hiperconexión produce efectos en la constitución subjetiva. Poder comunicarse casi instantáneamente con el resto del mundo amplía el universo, pero trae aparejadas también otro tipo de angustias y soledades. Sitios como Facebook muestran la intimidad expuesta y borran los límites entre lo público y lo privado. El narcisismo y la existencia misma se sostienen en la cantidad de seguidores que se tienen en la red, aunque no sepamos nada de ellos». Beatriz Janin es psicoanalista, especialista en niñez y adolescencia. En su opinión, el avance de la tecnología está ejerciendo todo tipo de efectos en la formación de los chicos. Hoy, por ejemplo, se observan con mayor frecuencia trastornos en la adquisición del lenguaje: «Cuando alguien cuenta un cuento posibilita un tiempo de reflexión, de preguntas. Es otro humano, un semejante, diciendo una historia. Las imágenes, por el contrario, sobre todo en la medida en que provengan de aparatos, no tienen en cuenta los tiempos ni las reacciones del niño. Lo dejan como espectador pasivo frente a estímulos rápidos e incontrolables, generando la confusión entre aquello que ellos generan y lo que les viene de afuera. Nadie puede negar la importancia de la tecnología y todos los avances que ha implicado, pero quizás uno de los temas a discutir es no tanto qué se usa, sino cómo se usa».
Muchas veces la aparición de fenómenos sociales nuevos viene aparejada con palabras que nacen para ponerles un nombre. Tal es el caso del grooming. Hasta hace unos años desconocido, proviene del verbo «groom», que en inglés alude a conductas de «acercamiento o preparación para un fin determinado». En efecto, se trata de aquellas acciones realizadas en la red por pedófilos que utilizan una identidad usurpada para ganarse la confianza de menores o adolescentes. Tanto creció este delito durante los últimos años, que su figura fue incorporada al Código Penal con la sanción de la ley 26.904 en 2013. El primer fallo se conoció hace tan solo unos meses. En octubre, Jonathan Luna fue condenado a prisión perpetua por el crimen de Micaela Ortega, de 12 años. En su sentencia, el tribunal identificó violencia de género, alevosía y acoso tecnológico.

El lugar de los padres
Sin embargo, el grooming no es la única consecuencia negativa de estas transformaciones. De acuerdo con el relevamiento realizado por Unicef, 8 de cada 10 entrevistados reconoció haber experimentado una situación negativa en Internet. ¿A qué se refiere esto concretamente? Entre los contenidos perturbadores, los propios chicos mencionaron pornografía (37%), situaciones de bullying o maltrato (20%), imágenes violentas (49%), formas de dañarse físicamente o lastimarse a sí mismos (47%), y métodos para quitarse la vida (32%).
Frente a esta problemática, la pregunta resulta inevitable. ¿Qué pueden hacer los padres? En esto todos parecen coincidir, la respuesta definitivamente no puede pasar por negar las nuevas formas de comunicación. Así lo resume Janin: «Las redes sociales son una fuente importante de conexión. Hay que diferenciar al chico que se encierra a jugar con la computadora en juegos solitarios y aquellos que utilizan la tecnología para intercambiar con otros. Y como en todo, el tema no es prohibir ni intentar controlar lo incontrolable sino acompañar, estar cerca y posibilitar diálogo en relación con lo que el niño o adolescente hace con la tecnología».