Sociedad

Entre el deseo y el mandato

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El bebé, la madre y el vínculo entre ambos se benefician con el amamantamiento. Sin embargo, no siempre es posible hacerlo en forma exclusiva hasta los seis meses. Qué pasa con las mujeres que deciden no dar el pecho. Presiones y políticas de cuidado.

(Foto: Gerónimo Molina/Sub.Coop)

La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que los bebés sean alimentados con leche materna de forma exclusiva los primeros seis meses de vida y, a partir de ese momento y hasta al menos los dos primeros años, complementarla con la introducción paulatina de otros alimentos. Hay cuantiosa evidencia científica que da cuenta de los beneficios que trae la implementación de esta recomendación. Para los bebés se reduce enormemente el riesgo de hospitalización y muerte por diarrea, enfermedades respiratorias, el riesgo de muerte súbita, de desarrollar diabetes tipo II y enfermedad celíaca, entre otras. Para las madres puede resultar un beneficio a futuro, ya que reduce las posibilidades de desarrollar cáncer de mama y ovario, entre otras dolencias.
La leche materna es un elixir extraordinario. Pero además, cuando se habla de lactancia, se hace referencia también a la acción de amamantar, que puede resultar en un encuentro amoroso sin igual. La lactancia materna es promisoria por donde se la mire. Más si se considera que es un recurso que está ahí (en los pechos de las mujeres que han parido) para ser utilizado y disfrutado. Todo parece conducir hacia un terreno posible de la felicidad. Eso por lo menos es lo que a menudo se transmite desde los discursos de la salud pública cuando se intenta fomentar esta práctica. Sin embargo, en algunos casos, amamantar puede no ser una opción posible o elegida a la hora de alimentar a un bebé.
La española Ibone Olza, psiquiatra especializada en el tema de la lactancia y profesora en la Facultad de Medicina de la Universidad de Alcalá, lo expresa de esta manera en el primer capítulo de su libro Lactivista: «Hay madres que han intentado amamantar y lo han dejado a la semana del parto, con grietas en los pezones y dolor en el alma. Madres seropositivas que han optado por la lactancia artificial para excluir por completo la posibilidad de transmitir el VIH a sus bebés por la leche. Madres que sufrieron abusos sexuales en su infancia y a las que la sola idea de que el bebé succione su pecho les produce un profundo malestar. Madres anoréxicas o bulímicas a las que alimentar a sus bebés les supondrá un esfuerzo gigantesco y tal vez una recaída. Madres que son maltratadas en sus partos y que salen del paritorio anuladas y sin ninguna energía para poder sostener a sus bebés. Madres que adoptan y madres que consiguen serlo tras haber superado un cáncer». Y también están los padres de familias homoparentales. Olza, directora del Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal, reconoce: «Son infinitas las razones por las que una madre puede decidir no amamantar y cada una de ellas merece el máximo respeto. Lo que verdaderamente necesitan todos los recién nacidos sin excepción es sentirse queridos, no solo por sus madres, sino por toda una familia o comunidad. Las madres siempre necesitan respeto, apoyo y reconocimiento».
En la Argentina tan solo el 35% de los bebés de seis meses reciben leche materna como alimentación exclusiva. De acuerdo con los datos que aporta Unicef, nuestro país está dos puntos por debajo del promedio mundial, que es del 37%. Sin embargo, esta cifra no indica que el resto de los bebés hayan sido destetados, de hecho, la mayoría continúa con lactancia materna hasta el año de vida (71%). De todas formas, el número es escaso, por eso la OMS se puso como meta para el año 2025 que la lactancia materna exclusiva hasta los seis meses llegue al 50% a nivel global.
Como muchas feministas, Olza también tiene una visión crítica sobre los discursos que fomentan la lactancia materna como un imperativo, «porque se pone el acento en los beneficios de la salud, pero no se visibiliza la dificultad ni los obstáculos, así que la que no lo logra, siente que fracasó en vez de comprender que le faltó apoyo real», señala en diálogo con Acción. «Creo que parte del problema es que no se visibiliza quién gana con la lactancia artificial, el enorme beneficio económico que hay detrás. Y se omite el enorme conflicto que todas tenemos con la imposible conciliación (de tiempos laborales y de cuidado del bebé), y no se celebra la maternidad ni se apoya la lactancia ni se comprende la profundidad de la experiencia».

Libre elección
La lactancia materna puede ser una tarea nada sencilla. Las mujeres que quieren amamantar cuentan con muy escaso apoyo cuando tienen dificultades: las grietas, el dolor o la depresión posparto, un trastorno altamente prevalente que padece, como mínimo, una de cada ocho madres, raramente son tratados eficazmente. Se promueve que las mujeres den el pecho, pero casi nadie sabe cómo ayudarlas con los problemas que con frecuencia surgen al inicio.
Camila (40), contadora pública porteña, lo ilustra con su experiencia personal: «Cuando nació mi hija, hace casi cinco años, los primeros días fueron tremendos, cada vez que se prendía a la teta, sentía que me clavaban agujas en el pezón. Fui a una guardia y me atendió un obstetra, me reviso y evaluó que estaba todo bien. Cuando le pregunté por qué me dolía de esa manera, me respondió de mala manera: “¿Y qué querés? Estás amamantando”». Por suerte, luego de ese encuentro con un representante puro y duro del modelo biomédico hegemónico, Camila llegó a la Liga de la Leche Argentina, una organización sin fines de lucro, cuyo objetivo es promover y proteger la lactancia materna a través del apoyo de madre a madre. Allí encontró respuestas y ayuda para lograr amamantar a su beba sin dolor y con placer.
«Desde Liga de La Leche brindamos apoyo e información a aquellas mujeres que quieren amamantar», dice Cecilia Karplus, integrante de la organización. «No lo planteamos como una obligación, sino como un derecho de las madres y de los bebés. Si la maternidad se ha podido elegir libremente, el amamantamiento puede ser una experiencia muy gozosa y reafirmadora de nuestra autoestima, además de saludable para la madre y su hijo o hija».
Vera May, jefa del Servicio de Lactancia Materna de la Maternidad Santa Rosa de Vicente López (provincia de Buenos Aires), razona en la misma dirección que Olza con respecto a los mensajes que se transmiten a las mujeres. «Las campañas siempre tienden a convencer, a veces, a imponer, hizo falta este tono para recuperar una lactancia materna muy desacreditada y dejada de lado desde los años 50. Pero hoy es tiempo de cambiar el mensaje, la mayoría de las mamás no encuentran respuesta a la crisis que implica unir lactancia y cuidado de un chiquito con el resto de las exigencias de la vida cotidiana».
La Argentina cuenta con una ley de promoción de la Lactancia Materna (la 26873, del año 2013). Sin embargo, las políticas públicas en la materia todavía parecen escasas. «Faltan leyes y conciencia que protejan a la madre amamantadora y a la pareja que cría bebés pequeños. No podemos insistir en lactancia exclusiva hasta los seis meses y ofrecer licencias de 45 días posparto a la mujer. Es un contrasentido», puntualiza May. Eso además de que no suele haber lactarios ni jardines maternales en los lugares de trabajo, por ejemplo.
A esta altura, parece ineludible reconocer la dificultad enorme que conlleva amamantar en una cultura que no protege la crianza ni facilita los cuidados. «Desde ese reconocimiento –señala Olza–, hay que visibilizar experiencias diversas, tanto de madres que amamantan en su trabajo, o prolongan la lactancia durante años, como las de las madres que han optado por lactancia artificial, sus razones y sus experiencias».

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