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El anuncio del nacimiento de las primeras bebés modificadas a través de la técnica Crispr creó una fuerte controversia dentro de la comunidad científica. Cómo funciona la «tijera» que corta y pega el código de la vida. Dilemas éticos e intereses económicos.

(Ilustración: Pablo Blasberg)

Los temores en torno a los desarrollos científicos y tecnológicos se renuevan con los años: ocurrió a finales de los 70, con la por entonces pionera técnica de fertilización in vitro y también en los 90, con la clonación. Ya en este siglo, no son pocos quienes temen que la inteligencia artificial algún día tome conciencia de sí misma y actúe en contra de los humanos. Pero desde finales de 2018, un nuevo miedo vuelve a generar inquietud dentro y fuera de la comunidad científica: en noviembre último, el investigador chino He Jiankui anunció el nacimiento de dos hermanas gemelas modificadas genéticamente, las primeras gracias a la técnica de edición genética Crispr (que permite cortar, copiar y pegar genes en el ADN).
El procedimiento no tuvo revisión de pares, pero de confirmarse el experimento, He habría dado el paso que hasta ahora ningún otro investigador se animó a dar. En cualquier caso, el anuncio generó un aluvión de preguntas sobre la tecnología y sus aplicaciones.
Una forma de comprender el funcionamiento de Crispr (iniciales en inglés de «repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas») es pensar en el genoma como un gran libro de texto, con todas las instrucciones iniciales para la vida. En este sentido, Crispr funciona como una guía hacia la palabra –el gen– que se desea editar, mientras que una proteína (Cas9 es la más extendida, pero hay otras) cumple la función de cortar y pegar el fragmento de ADN.
La herramienta se presenta como revolucionaria: sobre esta recaen las ilusiones de la cura de enfermedades –desde los distintos tipos de cáncer hasta las patologías menos frecuentes–. Pero también, según las voces más cautelosas, la «tijera» genética podría usarse para crear una brecha social o con fines eugenésicos.
Las posibilidades de la edición genética son dos: por un lado, hacerla en un determinado grupo de células adultas –que no son heredables– para corregir una mutación causante de una enfermedad o para inactivar un gen que permita obtener inmunidad frente a alguna infección.
La otra opción apunta a las llamadas células germinales: en este caso, también consiste en editar un gen, pero de óvulos y espermatozoides, cuya información genética sí se transmite a las siguientes generaciones y, por lo tanto, implica consecuencias más allá de lo individual.
Cuando He anunció el nacimiento de las gemelas Nana y Lulu, dijo haber inactivado el gen CCR5 para que las hermanas nacieran sin el VIH, virus con el que vive el padre. Las bebés, hoy, serían inmunes a esta infección, al igual que la descendencia que en un futuro pudieran tener.
Podría pensarse que es un avance beneficioso, pero para la comunidad científica, He, más que hacer un bien, solo puso a prueba una tecnología mucho antes de lo debido.

La mano del mercado
«Crispr es una técnica muy reciente, y la seguridad y eficacia todavía no se conocen bien, al igual que los efectos colaterales –dice el biólogo Nahuel Pallitto, integrante del grupo de Filosofía de la Biología de la Universidad de Buenos Aires–. Por ejemplo, se dice que es muy precisa para cortar una determinada región o secuencia del genoma, pero puede tener lo que se llaman efectos off target, o sea, fuera del blanco específico que uno quiere intervenir».
Más allá del caso de He, el uso de Crispr lleva a plantearse varias preguntas: qué utilidad se le dará a Crispr y por qué alguien avanzó en un procedimiento del que aún se desconocen los efectos futuros.
Pallitto cree que para hacer un análisis no puede obviarse el dato del lugar donde se hizo el anuncio. «En este caso particular, He está inmerso en la política de la Universidad de Ciencia y Tecnología del Sur de Shenzhen, en China, donde justamente una de las búsquedas es la generación de científicos empresarios. Entonces, creo que no podemos desvincular la cuestión de “ser el primero en” y generar un negocio con el anuncio».
Pero incluso antes de que el científico chino diera su «primicia», el mercado en torno a Crispr ya había comenzado. Más de 335 millones de dólares invirtió la farmacéutica Bayer en la empresa CRISPR Therapeutics. Novartis, en tanto, acordó unir fuerzas con las firmas Intellia Therapeutics y Caribou Biosciences. Mientras que Crispr Therapeutics, Editas Medicine e Intellia Therapeutics son apenas algunas de las compañías que surgen con la meta de, en algún momento, hacer de la herramienta un negocio rentable.  
«Ya hay ensayos que afectan la línea somática, pero faltaría que la técnica pueda ser llevada a ensayos clínicos en línea germinal. Deberían pasar muchos años de estudio de eficacia y seguridad, incluso de estudios preclínicos en animales o en embriones que después no sean implantados. Estamos hablando de 10 o 20 años, un tiempo considerable. Lo que pasa es que parece haber cierto apuro por desarrollar la técnica porque tiene implicancias importantes en el mercado», apunta Pallitto.
«Se puede esperar mucha edición en lo que es agro, y para generar animales transgénicos probablemente se empiece a hacer todo con el sistema Crispr Cas9», detalla Juan Fededa, jefe del laboratorio de Neurobiología del Desarrollo de la Universidad Nacional San Martín. Fedada y su grupo estudian el desarrollo del córtex cerebral en ratones y también buscan los genes que se expresan en los cánceres de mama triple negativos, un tipo de tumor que avanza rápido sobre el organismo. En ambas líneas de investigación utilizan el sistema de Crispr.
«Va a llegar un momento en que va a ser una herramienta muy precisa, pero igualmente están las preguntas éticas acerca de en qué la podremos utilizar», dice Fedada. Solo en el campo de la biomedicina (también se emplea en plantas y animales), ya se usó en embriones no implantados para editar el gen causante de la miocardiopatía hipertrófica hereditaria. En 2016, en China, se utilizó con buenos resultados para el tratamiento de un tipo de cáncer de pulmón. Y ya se piensa como una tecnología para enfermedades como la anemia o la fibrosis quística, entre otras.
Pero Crispr también reflota discusiones que ya parecían terminadas: ¿son acaso los genes los que siempre determinan la salud y nuestras afecciones? Según Pallitto, «ciertas enfermedades van a empezar a ser conceptualizadas como si se tratasen de enfermedades genéticas, cuando muchas de ellas tienen claras causas ambientales».
Pero aun considerando de manera errada a los genes como los únicos responsables de todo lo bueno y lo malo que nos sucede, los interrogantes sobre los efectos de Crispr a largo plazo todavía nadie los puede responder (y por eso también las críticas hacia He Jiankui, quien, según The New York Times, hoy se encuentra bajo arresto por orden del Gobierno chino). «Sabemos muchas cosas de algunos genes, pero de otros no sabemos nada. En realidad, de la mayoría de los genes no sabemos qué pasa cuando generamos variantes en el ser humano», explica Fedada.
Otro tema será, en un futuro, quiénes podrán acceder a un tratamiento con Crispr. «Por tratarse de tecnología nueva y con patentes nuevas, los costos obviamente son muy elevados. Va a ser algo que no creo que esté disponible para toda la gente, o no para todas las terapias posibles sino para aquellas que sean tan difíciles de tratar que requieran métodos que son muy caros», agrega el investigador de la UNSAM.
La tecnología Crispr lleva incluso a pensar si, finalmente, la humanidad tendrá el control de su propia evolución e, incluso creará una nueva especie. Hay quienes creen que sí, y que de esta forma se superarán las limitaciones propias de Homo sapiens. Aunque «está el otro bando –dice Pallitto–, que critica la posibilidad de generar una especie diferente con todas las inequidades que esto puede acarrear».
Crispr puede hacer tocar los límites de la imaginación (¿habrá deportistas con genes editados para rendir más?, ¿y si alguien quiere tener una visión aumentada?), como suele hacer la ciencia ficción. Pero si nos encaminamos a un futuro ideal o, por el contrario, a una distopía, por ahora no está tan claro, aunque la respuesta tal vez no esté en los extremos.

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