3 de octubre de 2025
El país europeo aprobó una ley que impone multas, impuestos y etiquetado ambiental a una de las industrias más contaminantes. Un precedente histórico, aunque todavía insuficiente frente a los desafíos climáticos y laborales.

Toulouse. Movilización frente a un local de Shein para crear conciencia sobre los efectos de la «segunda industria más contaminante del mundo».
Foto: Getty Images
De la cuna de la moda nació una ley para restringirla en su forma más salvaje, el fast fashion. El Senado francés aprobó una norma con la que busca frenar esta modalidad de producción masiva de ropa a precios bajos. La llamada «ley anti-Shein» incluye desde multas a influencers que promocionen esas marcas hasta el pago de tasas a las empresas que más contaminen y un sistema de etiquetado que advierta sobre el impacto ambiental de cada producto, cuestión en la que pocos se ponen a pensar cuando compran o venden una prenda.
La medida, que entrará en vigencia plena en 2026, es el primer intento de un Estado de regular este modelo de negocios, que es responsable de hasta el 8% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, y de pérdidas anuales por 100.000 millones de dólares derivadas de la infrautilización de la ropa, según la Alianza de las Naciones Unidas para la Moda Sostenible. En ese sentido, es un esfuerzo inédito. Pero, ¿tiene impacto real en la industria?
«Al menos ponen el tema sobre la mesa», señala Carmen Asenjo, creadora de contenidos de moda y fundadora del blog Viva la Moda. «Me parece importante que se empiece a cuestionar cómo estamos consumiendo ropa, que es como acto de entretenimiento y no de necesidad. Estamos en picos extremos: consumo para una situación y descarte», advierte.
Asenjo va más allá e incluso traza un paralelismo con las apuestas online: la publicidad constante, el bombardeo en redes sociales, los estímulos para comprar. «Es una forma de manipulación que nadie está evaluando demasiado –observa–. Y esto puede afectar sobre todo a los más jóvenes, que necesitan pertenecer y tienen un socio estratégico en estas plataformas, que les hacen creer que todos los días necesitan algo nuevo».
Para la periodista especializada Lucía Levy, fundadora y directora del medio digital La curva de la moda, la ley francesa marca un giro cultural más que económico. «Francia es donde nació la moda como industria y que sea el primer país en poner un límite demuestra que los Estados tienen poder. Siempre se culpabiliza al consumidor, pero los verdaderos responsables son las marcas y las plataformas, y los Gobiernos que tienen que regularlos, para hacerlas cargo de la basura que se genera», destaca.

Todo es efímero. El espacio comercial abierto en Toulouse por Shein en 2022 fue pensado, como su ropa, para funcionar por poco tiempo.
Foto: Getty Images
Más que confiar en la buena voluntad de los consumidores, Levy insiste en que es clave exponer la cadena de producción y fomentar una verdadera toma de conciencia. «No estamos educados para entender de qué está hecha la ropa. Es adrede que no exista esa información. ¿Cómo se explica que una remera salga menos que un café?», se pregunta.
Ya hace siglo y medio, el filósofo y economista alemán Karl Marx hablaba del «fetichismo de la mercancía», esa ilusión de que el valor de un producto es algo inherente a él, en lugar de reconocer que surge del trabajo humano. En la moda rápida, esa distorsión se potencia: se ocultan las condiciones laborales, se disimula el impacto ambiental y se normaliza el descarte masivo.
Es que la opacidad de la industria de la moda es generalizada, más allá de plataformas como Shein o Temu. «Muchas empresas pueden hablar de sus empleados o de sus formas de producir, pero al tercerizar y luego subtercerizar se hace imposible hacer trazabilidad de sus productos», advierte Asenjo. Y recuerda los videos de supuestos trabajadores en China que revelaron lo poco que cuesta fabricar una cartera europea que luego se vende como producto de lujo. El contenido se viralizó tras los aranceles impuestos por Donald Trump a mercancías de ese país.
Pese a las buenas intenciones, aún falta para que la nueva ley tenga impacto global. «Se da en un país pequeño en comparación con los Estados Unidos, donde el nivel de consumo es tremendo. Igual creo que Francia, además del peso simbólico, tiene una fama aspiracional. Y que haya tomado esta decisión quizás vuelva deseable para el resto del mundo no consumir tanta moda rápida», analiza Levy.
Francia puede ser apenas un comienzo, pero su gesto tiene valor simbólico. Allí donde nació la moda como industria, se alza ahora un llamado a repensar sus excesos. El desafío, reconocen las expertas, es que esta discusión no quede reducida a decisiones personales sino que se traduzca en políticas y regulaciones sistémicas a nivel mundial.