Sociedad

Genealogía del pañuelo

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Han tenido diferentes sentidos a lo largo de la historia, desde el blanco de las Madres de Plaza de Mayo, símbolo de lucha y resistencia, hasta el verde de quienes reclaman la legalización del aborto. Un objeto textil que se convirtió en señal de identidad.


(ABRAMOVICH / AFP / DACHARY)
 

Nina es una artista plástica, de 25 años, que vive en Villa Urquiza. Comenzó a usar el pañuelo verde en una marcha. «Ahí mismo lo compré por diez pesos. Lo quería para mi bici… Estaba conmovida por el “pañuelazo”, la primera movilización espontánea, contra el fallo de la Corte Surpema que habilitó el 2×1 a genocidas, en reclamo de justicia, desde que cambió el gobierno», dice.
Con el tiempo, el pañuelo pasó de la bici a su cabeza. Al principio, cuando salía a la calle, sentía la empatía de la gente. «Sobre todo cerca de la fecha de aprobación (de la legalización del aborto) en Diputados. Todo se volvió diferente luego del Senado… Una vez, en el tren, una mujer se me acercó y me dijo “luchadora”. Lo sentí como un halago, pero, antes de bajar, me advirtió que había leído en el diario que a una joven la habían agredido. Su tono tenía cierto resentimiento», recuerda Nina.
Episodios como el de los patovicas que amedrentaron a cuatro alumnas del colegio Carlos Pellegrini por llevar pañuelos verdes, en la disco Mandarine Park de la Ciudad de Buenos Aires, en octubre pasado, tuvieron tintes más violentos. Además de encerrarlas en un cuarto, amenazarlas y agredirlas físicamente, reivindicaron la última dictadura cívico-militar. «Nos dijeron –contaron las chicas– que en la época de la dictadura estábamos mejor porque les miliques la hacían corta y a la gente como nosotres la desaparecían».
¿Cuánto poder tiene una prenda? «Depende del uso y el contexto: si es moda, protesta, símbolo de identidad», afirma la antropóloga Laura Panizo. Desde que era un lino descolorido en el Antiguo Egipto –utilizado para proteger las cabezas del sol, secar el sudor o sacudirse la arena–, hasta hoy, el pañuelo –palabra resultante del latín pannus, es decir, «trozo de tela tejida, paño, tela» y el sufijo diminutivo uelo, que definen a «una pequeña tela que se lleva dentro del bolsillo para sonarse la nariz», ha recorrido un largo camino.
En Grecia y Roma –donde el pañuelo se agitaba en el Coliseo, durante los espectáculos y las luchas de gladiadores– formó parte de la indumentaria de los sacerdotes, y habría sido adoptado después por el clero católico. Casi a fines del Medioevo se convirtió en una suerte de talismán, que los caballeros obtenían de sus amadas –quienes los despedían entre llantos– y llevaban atados en la parte trasera de sus armaduras. También se lo consideraba un signo de distinción social.
En Francia adquirió formas circulares y triangulares. Lo propio ocurrió en Italia. Ahí y en otros países europeos causaron furor, por ejemplo, en el siglo XV, unas pañoletas llegadas desde China –algunos historiadores sitúan el origen de los pañuelos allí, en el año 1.000 a.C.–, que se usaban en la cabeza, mientras que, en el Renacimiento, los pañuelos bordados con las iniciales de sus propietarios –en el ambiente noble– fueron tan valiosos que se dejaban en herencia.

Código amoroso
Integrados a la moda y la decoración, en los juegos infantiles y –por estas tierras– en bailes como la cueca y la zamba, los pañuelos se democratizaron en Inglaterra, en el siglo XVII, y cruzaron el Atlántico a las colonias inglesas, un siglo más tarde. En 1785, Luis XVI de Francia prohibió que alguien usara un pañuelo de bolsillo más grande que el suyo. Desde entonces, este se convirtió en un complemento masculino imprescindible.
Durante los represivos tiempos victorianos los pañuelos acompañaron relaciones ilícitas y encarnaron un lenguaje de flirteo, con códigos que revelaban intenciones entre los amantes. Entre otras señas, si una mujer dejaba caer esta prenda frente a un hombre, era su forma de darle permiso para cortejarla.
La invención del pañuelo desechable o kleenex, en 1920, en los Estados Unidos, dio inicio a la retirada de los pañuelos de bolsillo. No así de los otros; en los 70, los homosexuales y bisexuales de ese país los usaban colgados en diferentes colores, en los bolsillos traseros del pantalón, como contraseña de «levante». Mucho antes, en el Oeste, llevar bandanas había sido asunto de vaqueros, maquinistas y mineros.


Mujeres. Una marea que ganó la calle. (ABRAMOVICH / AFP / DACHARY)

En la historia reciente de la Argentina, los pañuelos blancos de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo han tenido una fuerte carga simbólica. Por un lado representan la vida, «no solo por su color sino por el hecho de que el primer pañuelo que usaban en la cabeza fue un pañal, referente inmediato al nacimiento», como apunta la antropóloga Panizo en «Pañuelos como palomas», artículo publicado en la revista Question, de la Universidad de La Plata. Por otro lado, personifican a los desaparecidos –«el cuerpo muerto que no está» y al que no puede rendirse culto–. «Se restablece la materialidad del cuerpo perdido por la materialidad del cuerpo sustituto. De esta manera, las Madres llevan a sus desaparecidos a cuestas, en el mismo reclamo de la desaparición», subraya Panizo.
Hoy, el pañuelo que se volvió marea verde durante la campaña por la legalización del aborto, es emblema colectivo y personal, sobre todo de mujeres jóvenes. Estas lo llevan al cuello, en las muñecas o en la cabeza, o atado en las mochilas, en las carteras y hasta en los espejos retrovisores y los cochecitos de bebés. «Se lo puede visibilizar y esconder rápidamente. Es abierto y agitado en las marchas masivas, colgado tanto en los espacios públicos como privados comunicando un mensaje» enumera la socióloga Laura Zambrini, profesora titular de Sociología en la carrera de Diseño de Indumentaria y Textil de la UBA e investigadora del CONICET.
Según dice, el pañuelo, «más allá de sus usos cotidianos, forma parte de un imaginario que históricamente asoció lo femenino con la coquetería y la moda. Por lo tanto, no es extraño que las mujeres recurran a un objeto textil de este tipo, para manifestar sus luchas políticas y la reivindicación de sus derechos».
El pañuelo verde –de tres puntas– «nació» en 2003. Entonces no tenía logo ni inscripción. Las fundadoras de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto habrían optado por ese color porque no se lo identificaba con otra causa y, además, está vinculado con la esperanza, en este caso, «de una vida mejor para las mujeres, ya que también se asocia con la salud».
De acuerdo con los expertos, el pañuelo ha logrado como ninguna otra prenda, «revertir su carga simbólica de fragilidad, puesto que, por siglos, estuvo relacionado con las lágrimas, las despedidas o el amor romántico». Como se ve, su fuerza de representación es inagotable.  
 

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