Con finalidades terapéuticas o de esparcimiento, la interacción con animales ofrece numerosos beneficios a personas con discapacidad o pacientes que están transitando una enfermedad terminal. La experiencia de la Facultad de Veterinaria de la UBA.
13 de diciembre de 2017
Senderos del sembrador. Una vez por mes, jóvenes y adultos con problemas de desarrollo pasan una tarde junto a las mascotas y sus guías. (Guido Piotrkowski)El encuentro entre humanos y animales puede resultar revelador, mostrar capacidades comunicativas desconocidas, facilitar formas de diversión y entretenimiento, liberar emociones, posibilitar el acompañamiento, ser puente para otras formas de entendimiento. De todo esto tratan las reuniones que se realizan cada primer sábado del mes en la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad de Buenos Aires (FCV-UBA) con integrantes del Centro de día Senderos del Sembrador, una organización a la que asisten jóvenes y adultos con discapacidad intelectual y del desarrollo. A cada uno de los mitines –que se realizan desde hace más de seis años– concurren unos veinte integrantes de Senderos del Sembrador, con profesionales de la institución y de la facultad y un grupo de estudiantes, además de varios perros con sus guías (dueños).
La actividad que allí se propone entre los animales y las personas con discapacidad no es terapéutica en un sentido estricto, sino más bien de esparcimiento y socialización. El espacio abierto, amplio y acogedor del parque de la facultad permite que se generen numerosos vínculos a partir de la mediación de los animales. En cada encuentro, los jóvenes y adultos de Senderos del Sembrador pasean a los perros, les dan de comer, les hacen realizar actividades de destreza canina, los acicalan y se sacan fotos; también pasean por la facultad, observan otros animales y preguntan sobre ellos.
«Desde el comienzo del proyecto nos propusimos realizar la experiencia de modo que no incluyera ideales mágicos sobre el efecto de los animales en las personas, sino que abrazara las sensaciones positivas que la cercanía humano-animal produce», señala la veterinaria Susana Underwood, subsecretaria de Promoción para la Igualdad de Oportunidades de la FCV-UBA y profesora de la Cátedra Libre de Intervenciones Asistidas con Animales. El proyecto de la FCV-UBA incluye a estudiantes, docentes, guías de los perros y otros interesados, para realizar prácticas solidarias. Asimismo, permite cumplimentar las prácticas de la Cátedra Libre de Intervenciones Asistidas con Animales de la FCV-UBA.
Underwood define a las intervenciones asistidas con animales (IACA) como «cualquier intervención que intencionalmente incluya o incorpore animales como parte de un proceso terapéutico, paliativo, pedagógico, psicoeducativo, lúdico o ambiental. Es decir, en este campo los animales forman parte de un proceso en el que actúan como mediadores o facilitadores, a partir de los vínculos que se pueden establecer entre las personas y los animales, sin descuidar su bienestar».
Estables y confiables
Los perros y las guías que participan del proyecto también son voluntarios. Son personas que se acercan con sus mascotas a la FCV-UBA, y si el animal está en condiciones de participar de la experiencia, ambos deben realizar un curso de adiestramiento de algunos meses con el fin de prepararse mutuamente para la actividad. Los perros deben reunir las siguientes características: no tener reacciones agresivas ante ninguna situación habitual; ser estables, confiables y predecibles; ser controlables, que su comportamiento pueda ser dirigido correctamente por el guía. Quien realiza el examen preliminar es Hernán Naccarato, veterinario, etólogo y especialista en Bienestar Animal de la FCV-UBA. «Todo esto se puede lograr con un correcto adiestramiento básico del perro, y la habilidad del guía es crucial para optimizar esta característica», indica. «Trabajamos con guías cuyo perro es su mascota, o sea que el perro y el guía conviven. Consideramos que esto maximiza la calidad de comunicación y el conocimiento mutuo del binomio guía-perro».
Una vez que Naccarato da el visto bueno, la adiestradora Nora Chiesa es quien se encarga de preparar a la dupla para estar en condiciones de participar en las actividades como las que se hacen en la facultad o también para realizar visitas a la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital Tornú. Durante los meses de adiestramiento, tanto el perro como su guía aprenden algunas técnicas que les permitirán participar mejor de las actividades con diferentes personas con necesidades especiales. «El guía debe saber reconocer las señales de estrés del animal y ser su protector», puntualiza Chiesa. Además, es importante que sepa «cómo prepararse para una visita, cómo llevarla a cabo y cómo despedirse».
Obviamente, otro aspecto a ser evaluado es el higiénico-sanitario: el perro deberá estar libre de enfermedades que lo limiten para realizar su trabajo o le provoquen estrés al hacerlo. «En la evaluación sanitaria inicial, así como durante todo el tiempo que el perro se mantenga activo, se realiza un estricto control de su plan vacunal y antiparasitario. Además se evalúa el mantenimiento de la buena presentación y aseo que el guía realiza en su perro», cuenta Naccarato.
¿Qué puede aportarles la actividad con animales a las personas con discapacidad o a quienes están transitando una enfermedad terminal? ¿Hay algo diferencial, un plus de esta actividad en relación con otras que se realizan sin perros, por ejemplo? La licenciada Karina Guerschberg, directora del Centro de día Senderos del Sembrador, comenta: «En lo que respecta a las personas con discapacidad intelectual, hay un tema respecto de la mirada del otro. Cuando una persona que no está familiarizada con la discapacidad se cruza con un joven que camina distinto, no habla, o hace movimientos raros, usualmente tiene sentimientos de miedo, o de curiosidad. Nuestros jóvenes muchas veces son mirados con lástima, o tratan de no mirarlos. Los perros no hacen esa distinción, se acercan corriendo a saludarlos. Creo que esa relación más franca entre los perros y las personas beneficia enormemente a las personas con discapacidad. Pero además, del otro lado de la correa hay una persona. Y muchas veces esa persona-guía aprende de su perro cómo acercarse, cómo mirar. Entonces, el perro se convierte en un nexo, en un puente entre dos personas, una con discapacidad, una sin discapacidad. Por supuesto, hay otras interacciones positivas, pero la más importante es la del apoyo a la relación interpersonal».
Nora Chiesa se refiere a la intervención de los perros y sus guías en la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital Tornú: «Visitamos a los pacientes en las habitaciones y también interactuamos con los familiares que están. En general va un perro pequeño para que pueda subirse a la cama, tomando las debidas precauciones sanitarias, por supuesto. Se pueden ver beneficios en los pacientes, como la mejora del ánimo, disminución de la ansiedad, mejora de la interacción social. Si hay familiares, especialmente si hay chicos, la visita distiende, afloja la tensión de un momento que puede ser de bastante angustia». Juan, un joven de 32 años asistente al Centro de día Senderos del Sembrador, comenta sobre la actividad en la facultad: «Lo que me gusta de los perros es que me divierto mucho con ellos». Ana, una compañera de él unos años menor, agrega: «Me gusta compartir con los perros y con la gente que viene a visitarnos. Me encanta salir a caminar y llevar el perro a pasear».
El campo de las intervenciones asistidas con animales ofrece grandes posibilidades que podrían beneficiarnos a los humanos en muchos aspectos. Todavía es un área de conocimiento en gran medida inexplorada en nuestro país, que requiere de todos los cuidados necesarios para que resulte no solo promisoria, sino también segura, tanto para las personas como para los animales.