En ferias, mercados y otros espacios, productores y consumidores se relacionan de forma directa, en un intercambio virtuoso basado en el respeto mutuo, el trabajo artesanal y el cuidado del medioambiente. El valor agregado de la equidad.
29 de enero de 2020
Bonpland. Fincas familiares, recuperadas y cooperativas ofrecen los frutos de su labor. (Julieta Dorin)
Pan, queso, jamón, miel, pollo, huevos, yerba, aceite de girasol y de oliva, dulce de membrillo y de otros frutos, azúcar blanca y rubia y negra, fideos, condimentos varios, harina integral, zapallitos, manzanas, acelga… pero también jabón, champú, crema para el cuerpo, vestidos, pantalones, carteras, artesanías, elementos de decoración, muebles y herrería. Todo esto y mucho más es lo que se puede conseguir no en el supermercado de la otra cuadra ni en el shopping más cercano, sino en las ferias que promueven un binomio virtuoso: el comercio justo y el consumo responsable. A saber, lugares en donde los productores tienen llegada directa a los consumidores, por lo que la ganancia por sus faenas no se pierde en una maraña de intermediarios que se terminan quedando con la parte del león; y productos que tienen el valor agregado de ser realizados de modo artesanal, sin agroquímicos, sin procesos perjudiciales para el ambiente ni explotación laboral.
Este tipo de iniciativas proliferan desde hace más de una década en la Ciudad de Buenos Aires y sus alrededores. Son espacios de intercambio particularmente contenedores en épocas de crisis socioeconómica. «La economía social y solidaria se basa en el comercio justo, que tiene que ver con la organización de los trabajadores sin patrón y con productos de calidad sin dañar el medioambiente», sintetiza Pamela Fadiga, integrante del Colectivo Solidario, una comercializadora que tiene su puesto en el Mercado de Bonpland, en el barrio porteño de Palermo. En este espacio –que abre sus puertas los días martes, miércoles, viernes y sábados– y en la gran Feria de Agronomía –que se realiza cada segundo fin de semana del mes en el predio de la Facultad de Agronomía de la UBA– el Colectivo Solidario ofrece más de 300 manufacturas realizadas por 40 productores de todo el país. «Un consumo responsable es preguntarse a quién se le compra, por qué se le compra a esa persona o ese grupo. Es muy importante saber que al comprarnos se está sosteniendo un montón de puestos de trabajo genuino que la están peleando en su territorio, además de la calidad y de que es más saludable», sostiene Fadiga.
Luchas campesinas
Desde hace doce años el Mercado de Bonpland ofrece delicias agroecológicas, de fincas familiares, cooperativas y empresas recuperadas. En su entrada se puede leer «Organizaciones Produciendo Valores» y en uno de los pasillos que conducen a un puesto de venta de ropa se erige un banner colorido en el que se promociona: «Vestimenta para toda la familia. Indumentaria corporativa. Ropa libre de trabajo esclavo y libre de trabajo infantil». Todo lo que sucede en este mercado se decide en asambleas en donde cada puestero/a tiene voz y voto para definir el destino del emprendimiento grupal.
«A cultivar que se acaba el mundo» es un local de San Telmo (Pasaje San Lorenzo 371) que también vende de todo… siempre y cuando sea cultivado sin agrotóxicos y provenga de emprendimientos de la lucha campesina, empresas sociales o cooperativas. De esta manera apoyan la agricultura con agricultores y bregan por la soberanía alimentaria. Allí se dan cita decenas de trabajadores de la tierra de Mendoza, Corrientes, Río Negro y muchos otros lugares del país. El sugestivo nombre del local surgió de la sección homónima de la revista Hecho en Buenos Aires (HBA) –que venden personas en situación de calle para ganar su sustento–, que comenzó con esta empresa social hace cuatro años para desarrollar este pequeño mercado alternativo. «Cuando hacíamos la sección de la revista, les preguntábamos a los productores cuál era su problema y nos decían que no tenían dónde vender», cuenta el artista plástico Américo Gadpen, uno de los responsables del lugar. Aquí se ofrece ayuda y acompañamiento para que quienes trabajan en la agroecología encuentren una forma de llegar a los consumidores. «Compramos a un precio justo, nunca discutimos el precio que pone el productor y, es más, si vemos que es muy bajo también le ofrecemos más», reconoce Gadpen.
Orgánicos. Alimentos sin agroquímicos. (Julieta Dorin)
Sin duda, uno de los proyectos pioneros en Buenos Aires es El Galpón, en el barrio de Chacarita, que se creó en 2005 al calor de los movimientos sociales surgidos de la crisis de 2001. Este mercado –que abre los sábados desde las 9 de la mañana– se encuentra a la vera de las vías del Ferrocarril Urquiza y sitiado por los desarrollos inmobiliarios que el Gobierno de la ciudad implementa en la zona. Graciela Draguicevich, una de las iniciadoras del proyecto, rememora: «Recorrimos varias partes del país y descubrimos que la intermediación ociosa era lo que estaba subiendo el precio de una manera descomunal. Pero resolvimos que si hablábamos de economía social teníamos que necesariamente hablar de ecología, porque ninguna economía que favoreciera a grandes sectores podía llevar consigo el envenenamiento progresivo por el uso de agrotóxicos». Aquí también hay puestos bien variados que ofrecen frutas y verduras de estación, carne vacuna y de pollo –de animales criados en granjas, al aire libre y sin aditivos hormonales que aseguren su rápido engorde–, yogures caseros, hierbas de todo tipo y delicatessen como, por ejemplo, una sobrasada vegana a base de tomates secos, semillas de girasol y merken.
Otro de los espacios de la economía popular que ha crecido sostenidamente en la última década es la Feria de Artigas (Morón 2538), en el barrio de Flores. Empezó hace más de ocho años como un emprendimiento del Centro de Formación Profesional 24 (CFP24), para promover las cosas que los mismos alumnos de la escuela hacían en los diferentes talleres. «Muchos de los que estamos en la feria somos o fuimos parte de la escuela», relata el artesano Ernesto Leal. En la actualidad esta iniciativa cuenta con alrededor de 70 puestos, que incluyen propuestas que vienen de otros lados, como la del Isauro Arancibia –la escuela para niños y jóvenes en situación de calle– que tiene un puesto para la venta de su revista, o la del colectivo Yo No Fui –de mujeres presas que están en tránsito hacia su liberación– que tiene dos empredimientos, uno de libros y otro de serigrafías. También funciona la peluquería de la escuela a precios muy populares. «Nos manejamos por asamblea, somos un grupo muy grande, entre todos tomamos las decisiones de lo que hacemos y aportamos a la cooperadora de la escuela todos los meses», agrega Leal.
En un momento de retraimiento del consumo tan pronunciado como el que se vive en los últimos años en la Argentina, para algunos puede parecer casi esnob hablar de, por ejemplo, «comercio justo» y «consumo responsable». Sin embargo, estos temas hacen referencia a cuestiones que tienen que ver con la austeridad, las relaciones de equidad y el bienestar común, el cuidado del lugar que habitamos, la producción artesanal y el fomento de las energías renovables. Todo esto se condensa en cada uno de los emprendimientos en donde quienes producen y quienes consumen se encuentran para realizar un intercambio que excede la simple transacción monetaria.