Cada vez son más los microorganismos que se vuelven resistentes a los antibióticos. La administración excesiva de estos medicamentos es la causa principal de la mutación. Preocupación de la OMS, que advierte sobre los riesgos para la salud pública.
26 de julio de 2017
(Foto: Leigh Prather/Alamy Stock Photo)Cada año mueren en el mundo 5,7 millones de personas por infecciones que podían haber sido tratadas con eficacia con el antibiótico adecuado; pero, al mismo tiempo, otras 700.000 mueren a causa de bacterias que han logrado generar resistencia a los medicamentos que existen en el mercado. Esta mutación es conocida como Resistencia a los Antimicrobianos (RAM) y, si bien comenzó hace unas décadas, hoy se ha transformado en una de las mayores preocupaciones para la salud pública a nivel global.
Recientemente, la Organización Mundial de la Salud (OMS) dio a conocer las doce familias de bacterias que constituyen un riesgo inminente para el ser humano y ha instado a los gobiernos y a la industria farmacéutica a la producción de nuevos y más eficaces antibióticos. Según la OMS, para 2050 estas «superbacterias» –como se las conoce– serán las responsables de la muerte de 10 millones de personas cada año si no se mejoran los antimicrobianos.
Revoluciones
El hallazgo de las propiedades antibióticas de la penicilina por Alexander Fleming en 1928 incrementó decididamente la expectativa de vida del ser humano y resultó una verdadera revolución para la medicina, pues hasta ese entonces millones de personas morían por infecciones que hoy son tratables. Con el transcurso del tiempo, las compañías farmacéuticas comenzaron a producir nuevos antibióticos, pero el uso indebido por parte de la población –y en algún porcentaje también por parte de los profesionales de la salud– provocó que las bacterias fueran mutando a nuevas cepas resistentes a los medicamentos.
En el mundo se empezaron a conocer estas mutaciones a mediados de la década del 90 y se determinó que eran producidas por el exceso o por la mala administración de los propios antibióticos que debían combatirlas. Consultado por Acción, Fernando Pasterán, microbiólogo del Servicio Antimicrobianos del Instituto Nacional de Enfermedades infecciosas (INEI) Dr. Carlos Malbrán, cuenta que en la Argentina los primeros casos detectados de superbacterias datan de diciembre de 2006. «Se trataba de la KPC (Klebsiella pneumoniae carbapenemasas), una de las más graves. Los mecanismos de resistencia a los antimicrobianos son transversales, es decir, se dan en diferentes cepas de una misma especie de bacteria mediante enzimas, como la NDM-1 (New Delhi metallo-beta-lactamase) que afecta también a bacterias como la Providencia stuartii, del tracto gastrointestinal y que en algunos hospitales causa muchos problemas –dice el investigador–. Cada bacteria tiene una forma de tratarse, pero cuando tenés más de una en un hospital se dificulta, ya que comparten mecanismos de resistencia entre ellas».
Los antibióticos, contrariamente a otros medicamentos, son sustancias cuyo uso es imprescindible que sea temporal y en la dosis adecuada, a lo que no contribuye la automedicación en la que suele caer la población, en parte gracias a la tecnología. Sobre este aspecto hace énfasis Fernando Grané, médico de la Cátedra II del Departamento de Microbiología e Inmunología Humana de la Facultad de Medicina, UBA: «El problema es que vivimos en una sociedad donde la gente escribe en un buscador de Internet el nombre de una droga y le sale para qué sirve y en qué dosis hay que darla. Esto genera facilidad para que la gente se automedique –dice el profesional–. Justamente, para evitar la resistencia a los antibióticos, lo principal frente a un microorganismo es, si tenés distintas drogas eficaces, dar la de menor espectro, porque con la de mayor espectro matás no solo al microorganismo que está generando la enfermedad sino también al resto, que por ahí es flora normal o que está circulando en el cuerpo y que tu sistema inmunológico la puede erradicar». Grané indica que cuando se utilizan antibióticos de amplio espectro, «al eliminar diversos microorganismos –y no solo el específico– podés generar que otro microorganismo que sobreviva, uno que compite, genere resistencia. Es una cuestión de supervivencia dentro de ese micromundo».
Y es en esa competencia por la supervivencia cuando las bacterias mutan y se hacen más resistentes. Según explica el médico Nahuel López, de la misma cátedra de la Facultad de Medicina, «como en todos los seres vivos, sus genes mutan cada tanto naturalmente, pero esas acciones se pueden ver aceleradas cuando usamos mal algunos antimicrobianos. El clásico ejemplo –aclara López– es la faringitis estreptocósica versus la viral, que es uno de los grandes ejes de campaña de la OMS: no es lo mismo una bacteria que un virus, que no debe tratarse con antibióticos». Además de la ya nombrada KPC, López apunta que en nuestro país otras bacterias con cepas RAM «son la Escherichia coli –que a lo largo de los años también ha adquirido genes de resistencia– y en los últimos tiempos las que más asustan son dos: una es la Neisseria gonorrhoeae, el agente etiológico de gonorrea, y la Staphylococcus aureus, que es una bacteria normal de nuestra piel pero ciertas cepas que son resistentes, llamadas Meticilino resistentes, producen infecciones graves contra las que hay que usar antibióticos más agresivos y por vía endovenosa para tratar casos que a veces pueden ser mortales».
Otro de los factores de administración indiscriminada de antibióticos que contribuye en gran medida a la resistencia tiene lugar en establecimientos agropecuarios de todo el mundo. Además de usarlos para curar animales enfermos, los productores suelen tratar al ganado con antibióticos en dosis pequeñas porque de esa forma se favorece el engorde. Según López «se han visto varios casos de mecanismos de liberación de genomas, es decir, de bacterias que han muerto por estos antibióticos que cuando se depositan sobre las proteínas de la carne, al ser ingeridas, se incorpora parte de esos genes de resistencia a la flora normal humana».
Medidas urgentes
Las preocupantes consecuencias de la resistencia atraviesan todo el sistema de salud a nivel mundial: por ejemplo, los métodos para luchar contra enfermedades oncológicas –irradiación y quimioterapia– podrían causar infecciones; cirugías y trasplantes, así como partos y enfermedades hoy controladas –como la meningitis, otitis o tuberculosis– podrían tornarse verdaderamente riesgosas.
Tanto la ONU –cuya Asamblea General se reunió a fines de 2016 para coordinar una estrategia mundial– como la OMS están tomando medidas urgentes, como proveer incentivos económicos para la innovación de antibióticos; limitar su uso en las instalaciones agropecuarias; concientizar a la población y a los profesionales sobre un uso responsable; garantizar a las personas el acceso a medicamentos; así como financiar proyectos de investigación. Recientemente, por ejemplo, científicos estadounidenses descubrieron que la sangre de los dragones de Komodo –los lagartos más grandes del mundo– cuenta con un conjunto de compuestos químicos con propiedades antimicrobianas que podrían ser usados para producir nuevos fármacos. Mientras tanto, solo resta esperar que las políticas sanitarias de los organismos internacionales tengan éxito en esta batalla, que recién comienza, contra una amenaza invisible pero cierta.