Sociedad

La edad de las preguntas

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El rol de chicos y adolescentes en la diseminación del virus es una de las grandes incógnitas de la pandemia. Mientras algunos estudios señalan que son grandes propagadores, otros advierten que no hay evidencia suficiente para avalar esa hipótesis.

Protegidos y cuidados. Al cerrar tempranamente las escuelas, disminuyó la transmisión. (Télam)

Mucho se avanzó desde que el COVID-19 puso al mundo patas arriba y abrió tantos interrogantes que aún el tiempo no alcanza para dar respuesta a todo. Una de las grandes incógnitas de la pandemia es el rol que tienen niños y adolescentes en la propagación del virus. Mientras algunos estudios señalan que son grandes propagadores, otros advierten que no hay en la literatura médica información suficiente que avale esa postulación.
Un trabajo reciente del Instituto Ambiental de Princeton (PEI), la Universidad Johns Hopkins y la Universidad de California-Berkeley, que involucró a funcionarios de salud pública en los estados de Tamil Nadu y Andhra Pradesh en el sudeste de la India para rastrear las vías de infección y la tasa de mortalidad, descubrió que los niños y los adultos jóvenes son clave en la propagación del virus en poblaciones estudiadas, especialmente dentro de los hogares. Los investigadores encontraron que las posibilidades de que una persona con coronavirus, independientemente de su edad, lo transmitiera a un contacto cercano oscilaban entre el 2,6% en la comunidad y el 9% en el hogar. Y que los niños y los adultos jóvenes, que representaron un tercio de los casos de coronavirus, fueron especialmente clave para transmitir el virus en ese entorno.
En esa misma línea se manifestó un estudio del Ministerio de Salud israelí que reveló que el 8% de 678.000 pruebas de COVID-19 realizadas a niños menores de 17 años resultaron positivas, un 2% más alto que la tasa de unos 2,6 millones de pruebas realizadas en adultos durante el mismo período. A su vez, las pruebas serológicas detectaron una tasa positiva del 7,1% entre los niños, en comparación con una tasa de entre el 1,7% y el 4,8% entre los adultos.
Por el contrario, el Instituto Nacional de Salud de los Países Bajos (RIVM) siguió el progreso de la enfermedad en 54 familias y concluyó que los niños menores de 12 años juegan un pequeño papel en la transmisión del nuevo coronavirus. «Sí, los niños pueden infectarse, pero la transmisión se produce principalmente entre adultos de edad similar y de adultos a niños», alega en su conclusión publicada en la principal revista médica del país, Nederlands Tijdschrift Voor Geneeskunde.
Desde la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) admiten la controversia pero señalan que no deberían considerarse a los niños como «grandes transmisores», ya que la carga viral dependería del cuadro clínico y no de la edad.
Angela Gentile, infectóloga pediatra, jefa de Epidemiología del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez y expresidenta de la SAP, coincide: «No creo que los chicos sean los grandes propagadores de coronavirus». Gentile explica que «en general los chicos, al igual que los adolescentes y los adultos, tienen menos o más alta carga viral de acuerdo con el estado de la situación clínica. Cuando hay formas graves y moderadas de la enfermedad, la carga viral es mayor. Cuando la forma es leve o asintomática la carga viral es menor y como los chicos hacen formas leves o asintomáticas tienen bajas cargas virales».
Según la especialista, al presentar formas leves de la enfermedad hay menos posibilidad de detección y en consecuencia se diagnostica menos y es probable que se transmita más. Pero «no porque el virus en sí mismo favorezca la diseminación, sino por las características del cuadro clínico que hacen», explica y subraya que entre el 80% y el 90% de los chicos que se infectan lo hacen en relación directa con un adulto, padres o cuidadores. «Pero como hacen formas más leves o asintomáticas, suelen pasar desapercibidos y pueden contagiar a otro adulto».
Para Carlota Russ, infectóloga pediátrica de la Fundación Hospitalaria, «el tema trae mucha controversia porque algunos conceptos son claros y otros no tanto». En busca de una explicación recuerda que «cuando empezó la pandemia se pensaba que el coronavirus podía ser similar a la influenza, donde los chicos son grandes diseminadores». Sin embargo, señala que en este caso la población pediátrica se infecta generalmente de un adulto, y que tienen más probabilidad de enfermarse los adolescentes que los más chicos. «Aparentemente los menores de cinco años tienen una carga viral un poco más alta y no se correlaciona con infecciones clínicas. Todo este cúmulo de datos no da un panorama muy claro», reconoce Carlota Russ y subraya que «lo que se está comprobando, sobre todo porque se cerraron tempranamente los colegios, es que el contagio disminuye, pero no por los chicos sino por el menor movimiento que se genera de los adultos».

Contradicciones
Gentile y Russ coinciden en que lo más importante es saber que los pequeños pueden contagiar igual que los adultos, cursan enfermedades más leves y muchos no manifiestan síntomas. «Es lo único concreto que se puede decir, pero no se traduce en que sean más peligrosos o más diseminadores, eso no se ha comprobado», subrayan.
La información contradictoria tiene para Russ una explicación: no hay respaldo científico para afirmar que los niños sean superpropagadores, porque se trata, hasta el momento, de «hechos de observación» que no pueden ser concluyentes. «No hay certezas en ningún lado», dice.
«La ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia». El bioinformático e investigador del CONICET Rodrigo Quiroga cita al divulgador científico Carl Sagan y se refiere a los estudios observacionales: «Que no se viera mucha transmisión por parte del niño no quiere decir que no existiera, sino que simplemente no la estábamos observando» dice, y explica que «las escuelas del mundo han estado cerradas durante meses y los niños se han visto muy protegidos del contagio. Cuando uno hace este tipo observación se olvida de tener en cuenta la actividad social de cada lugar».
Para Quiroga es importante destacar la observación biológica del virus. «De algún modo sabemos que la contagiosidad de las personas está relacionada con la cantidad de virus que se secreta por las gotas de saliva y con cuántas personas se está en contacto. A través del estudio de la concentración de partículas virales que tiene la saliva o la garganta se puede determinar, y eso se hizo en niños, demostrando una cantidad de virus similar o superior a la que se vio en adultos», explica Quiroga. El bioinformático resalta que esta evidencia, sumada a lo que ya se conoce con respecto a la transmisión de enfermedades respiratorias, revela que «es prácticamente imposible» que los niños se contagien menos que los adultos o que transmiten el virus con menor frecuencia que los mayores. «La evidencia deja muy en claro que no hay razones para pensar que los niños se contagian menos ni que contagian menos a otros».

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