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La espiral de X

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Esteban Magnani

Elon Musk continúa con su carrera de errores. A las deudas asumidas para comprar Twitter se suman nuevas malas decisiones que ponen en duda la sostenibilidad del negocio.

13.000 millones. Fue el préstamo que los bancos le dieron a Musk para comprar Twitter. Un negocio con dudosas ganancias.

Foto: Getty Images

De acuerdo con el diario especializado Wall Street Journal el préstamo que le hicieron siete bancos a Elon Musk para que en 2022 concretara la compra de Twitter es el peor negocio de este tipo de financiamiento desde la crisis de 2008. El préstamo, por nada menos que 13.000 millones de dólares, no pudo ser vendido a nadie; lo habitual es que ese tipo de deudas sean rápidamente circuladas en el mercado para que no aparezcan en los balances. En esos traspasos generan las comisiones correspondientes a los servicios financieros, su principal negocio. 

Incluso para instituciones tan grandes como Bank of America o Morgan Stanley una deuda de esa envergadura lo hace descender en el ranking de confiabilidad bancaria y los pone en situación de debilidad a la hora de negociar con otras instituciones algo que, a su vez, causa grandes costos. Desde la crisis, ningún banco se encontraba atado a una deuda de semejante envergadura por tanto tiempo sin poder venderla. El consuelo es que, de momento, cobran regularmente cerca de 1.500 millones de dólares anuales en intereses, según aseguró el nuevo dueño de la red social el año pasado.

Una mala idea
Las señales de que la compra de Twitter –rebautizada como X– era una mala idea resultaban bastante claras ya en 2022. Los 44.000 millones de dólares que Musk ofreció impulsivamente eran a todas luces excesivos para una red social que prácticamente no había dado ganancias. Por desgracia para él, cuando intentó salir del negocio, la oferta se judicializó y no le quedó otra opción más que concretarla.

Para llegar a reunir el monto, Musk tuvo que vender buena parte de sus acciones en Tesla, su empresa más valiosa, y pedir el préstamo que ahora preocupa a los bancos. 

Una de las razones para que le prestaran esa cantidad de dinero para una transacción poco promisoria es el peso que tiene Musk en el imaginario social. Cuenta con varias empresas entre las que se destacan Tesla y SpaceX (que incluye a Starlink), pero también posee The Boring Company, Hyperloop, Neuralink y otras menos conocidas.

La expectativa es que transforme a todas en un buen negocio: en marzo de 2023 Musk hablaba de que en unos «meses» haría rentable a X. 

¿Por qué nadie quiere los papeles de la deuda de un personaje con tanta reputación? Además de que el precio era excesivo y generaba dudas desde el comienzo, las cosas siguieron cada vez peor. La estimación propia de X es que la empresa vale unos 19.000 millones de dólares, cifra muy por debajo del precio de compra, pero suficiente para cubrir la deuda (si se consiguiera comprador).

Apenas Musk asumió el control de X, 25 de los principales anunciantes se retiraron. Las primeras medidas que tomó incluyen el despido de una porción enorme de trabajadores, entre ellos los moderadores encargados de limitar los tuits más tóxicos. Al echarlos y comenzar con cambios por demás erráticos en los criterios de moderación, empeoró la circulación de insultos, doxing, noticias falsas, actividad de bots y demás. En los meses siguientes otros anunciantes se retiraron debido al clima cada vez más enrarecido.

Empresas como Apple, IBM, Comcast, por citar solo algunas, encontraron sus avisos al lado de reivindicaciones a Hitler o comentarios racistas. 

Linda Yaccarino, la CEO designada por Musk para que ofrezca más estabilidad emocional que su dueño, está haciendo malabares para que resulten creíbles sus promesas de resolver ese tema. El problema es que mientras ella lo intenta, Musk ordena que se vuelvan a activar cuentas que habían sido cerradas por negar el holocausto y avalar el supremacismo blanco o posiciones neonazis. 

Por si fuera poco, él mismo, desde su cuenta personal, repostea comentarios cada vez más racistas y antisemitas, apoyando teorías conspiranoicas sobre los intentos de los judíos de fomentar el odio a los blancos. Una de las cuestiones que denuncia últimamente es que su hija se cambió de género debido al virus «woke», un término que usa la derecha despreciativamente para referirse al progresismo. 

Además, en noviembre del año pasado, durante una entrevista, insultó a los anunciantes que se habían retirado: «Si alguien quiere extorsionarme con dinero, go f*** yourself». Las calificaciones de sus deudas empeoraron automáticamente, lo que impactó aún más en los ya preocupados bancos.

Cybertruck. Musk se encaprichó en desarrollar una camioneta «futurista». Resultó peligrosa y costosa para la empresa.

Foto: Shutterstock

Cuando uno cree que Musk no puede tomar peores decisiones, en julio avisó que demandaría a los anunciantes de X por hacer un acuerdo para boicotear a la red social. Lo que parecía otro de sus ataques de ira momentáneos, se concretó en los juzgados de Texas en agosto pasado. Allí acusó a la Global Alliance of Responsible Media de conspirar colectivamente para retirar millones de dólares en anuncios en su red. Específicamente, señala a grandes marcas como Mars, Unilever y CVS. Todos los expertos coinciden en que la demanda no prosperará y lo más probable es que se transforme en otro lastre para la ya dañada situación económica de la red social.

Paquete
Cierto aura permitió a Elon Musk sostenerse pese a la cantidad de errores no forzados. Gracias a haber construido una imagen de genio incomprensible para el resto de los mortales, pudo convencer a inversionistas y bancos de darle cada vez más dinero para emprendimientos sumamente audaces. Lo cierto es que de sus empresas a la que mejor le va es a SpaceX, que depende sobre todo de los contratos con el Estado de los Estados Unidos.

Por su parte, la joya que le permitió crecer hasta el momento, Tesla, está dando señales de serios problemas. Por ejemplo, Musk recientemente pidió que la protegieran de la competencia de autos eléctricos baratos proveniente de China, a los que antes había despreciado por ser de mala calidad. Es un cambio rotundo para quien aparece cada vez más radicalizado en sus ideas libertarias. En abril de este año, Tesla despidió al 10% de sus empleados para reducir costos.

A esto se suman los caprichos de Musk (como hacer una camioneta de diseño «futurista», pero muy peligrosa) que generan gastos cada vez más difíciles de financiar. Pese a todo, en junio, luego de amenazar con abandonar su puesto, logró que el consejo de administración de la empresa le apruebe nuevamente un premio por cerca de 50.000 millones de dólares, el más grande en la historia para un CEO y que previamente había sido bloqueado por la Justicia a causa de las demandas de algunos accionistas. Esta nueva votación permitiría al magnate sudafricano cobrarlo y contar con dinero suficiente en el bolsillo como para recuperar algo de margen de maniobra. 

En caso de no contar con los fondos necesarios, la reputación que permitió a Elon Musk llegar hasta este punto puede desmoronarse como un castillo de naipes. Los bancos fueron seducidos por el aura mágica que lo acompaña e intentaron abrevar de ella para mejorar la propia. Sin embargo, saben cuál es su límite y Musk corre el riesgo de cruzarlo.

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