Terraplanismo, astrología, nueva medicina germánica: prácticas y creencias sin basamento científico se multiplican a través de redes sociales y medios de comunicación, legitimadas en algunos casos por instituciones oficiales. Cuando la salud está en riesgo.
7 de agosto de 2019
Colón, Buenos Aires. El primer encuentro de quienes refutan la esfericidad de la Tierra se llevó a cabo a principios de marzo.
La situación que afronta por el recorte del Gobierno en los programas de ciencia y técnica no es el único problema para la comunidad científica. La difusión de prácticas y creencias pseudocientíficas que pretenden imponerse en temas de salud y de conocimiento y su legitimación por parte de instituciones, personalidades y funcionarios de Gobierno encienden luces de alerta en torno a un fenómeno difícil de abordar y de poner en debate por su vertiginosa circulación a través de redes sociales y medios de comunicación.
El 2 y el 3 de marzo un grupo de terraplanistas –personas que sostienen que la Tierra es plana y que su representación como una esfera es un engaño de la NASA– se reunieron en la ciudad bonaerense de Colón bajo el auspicio de la municipalidad local. «La promoción, desde instituciones públicas, de actividades que pretenden reivindicar ideas claramente erróneas y descartadas hace siglos –como la planitud de la Tierra– es inaceptable», señaló en un comunicado la Asociación Argentina de Astronomía, que impulsa las jornadas «Ciencia y no ciencia: despejando mitos», para discutir sobre el avance de las pseudociencias.
En mayo, una actividad científica en el Planetario de la Ciudad de Buenos Aires incluyó a la astrología y el tarot. «En un momento de crisis y desvalorización de la ciencia en Argentina, crear confusión entre las prácticas científicas y no científicas va en contra de nuestro objetivo final que es fomentar el pensamiento crítico y la argumentación basada en evidencias», declaró el Equipo de Divulgación del Planetario en una nota dirigida a la gerente operativa de la institución.
Si la astrología puede estar naturalizada por su persistencia en la cultura, la pseudociencia agrega otras ofertas como la «nueva medicina germánica» –atribuye las enfermedades oncológicas a vivencias traumáticas y se propone como una panacea– y la prédica contra las vacunas, de amplia difusión en los medios.
«Hay una difusión cada vez mayor desde instituciones estatales de actividades que no tienen ningún basamento científico. Decidimos empezar a reunirnos para entender los motivos de este auge del pensamiento mágico», dice Susana Pedrosa, vicepresidenta de la Asociación Argentina de Astronomía, investigadora del Conicet y profesora visitante en la Universidad Autónoma de Madrid. Si las discusiones de los terraplanistas pueden parecer una curiosidad, «en realidad no son inocuas, porque esos encuentros incluyen también charlas contra las vacunas, algo que atenta contra la salud pública», agrega la especialista.
Las creencias pseudocientíficas no son una novedad. En la historia reciente se remontan a la década de 1990, cuando empezaron a difundirse técnicas y supuestas disciplinas englobadas en la llamada new age, desde la cámara Kirlian –un objeto que medía el aura de las personas– y la «angelología» hasta los fenómenos poltergeist y los niños índigo. «La gran diferencia con la actualidad no es de coyuntura política, económica o social sino de medios de información», señala Diego Golombek, biólogo y divulgador científico.
Entre 1990 y 1999, un grupo de especialistas conformó el Centro Argentino para la Investigación y Refutación de la Pseudociencia, publicó la revista El ojo escéptico e hizo campañas de denuncia. «La diferencia de nuestra época se basa en la velocidad con la que se expande la información por canales formales y no formales, mediada no solamente por instituciones, Estados y medios de comunicación, sino por individuos y asociaciones pequeñas», considera Golombek.
Los voceros de la pseudociencia ya no parecen preocupados por ostentar títulos de autoridad en alguna materia. Iru Landucci, el referente del terraplanismo en Argentina, es un director de efectos visuales cuyo único antecedente es una columna de opinión periodística en una radio de La Plata. El movimiento contra las vacunas adquirió impulso por el apoyo que le dieron figuras del espectáculo, y el difusor de la nueva medicina germánica se presenta en la web como «un eterno aprendiz de la vida».
No obstante, Landucci se declara «muy preparado para responder sobre ciencia, física, astronomía, historia, conspiraciones y cosmología». El discurso pseudocientífico asegura tener sustento comprobable y, a la vez, para impugnar a sus críticos, recurren a la imagen estereotipada del científico como una persona distante de la gente común, ajena al interés público y cuyo lenguaje es inaccesible.
El terraplanismo es para Golombek «la más increíble, la más disparatada de todas las cuestiones pseudocientíficas». El encuentro en Colón le dio publicidad y le permitió difundir sus creencias, que aparecen como un concentrado de teorías conspirativas. De ahí que atraiga a otros movimientos con la misma matriz discursiva, como la nueva medicina germánica, que entre sus consideraciones sostiene que hay un complot judío para afectar a la población mundial, un mito de resonancias nazis.
«Si uno hurga en las ideas pseudocientíficas, hay intereses en juego, aun en las que ponen en riesgo la salud pública, como el movimiento contra las vacunas –dice Golombek–. Qué hay detrás del terraplanismo es difícil de entender. Sospecho que puede tratarse de una broma, una conspiración de un grupo de bromistas, o bien de una cuestión de intereses que se nos escapa. Niegan pruebas simples, obvias, que se conocen desde hace siglos, en pos de un pseudoargumento sin pies ni cabeza». Pedrosa destaca que es difícil comprender las razones de los activistas y plantea como hipótesis el sentido de pertenencia a un grupo y la convicción de oponerse a una trama de fuerzas poderosas, por delirante que parezca.
En pie de igualdad
En sintonía con la creencia de que la llegada del hombre a la Luna, en 1969, fue un invento de la NASA, el terraplanismo descarta como simples montajes toda la evidencia sobre la esfericidad de la Tierra. El argumento puede sonar insólito, pero resulta efectivo para neutralizar las objeciones. «No hay un marco de referencia –dice Pedrosa–. Decir que los videos de la Estación Espacial Internacional están trucados, o que los satélites son globos, imposibilita toda discusión razonable. Pero nuestra principal preocupación pasa por las políticas públicas: que se adopten políticas basadas en pseudociencias, desde la astrología a la homeopatía».
La discusión se complica además porque mientras las explicaciones científicas pueden resultar complejas y requerir un tiempo de comprensión, los argumentos pseudocientíficos son simples e impactantes. Ese aspecto de «color» los hace también atractivos para el periodismo. Los científicos, dice Pedrosa, observan «con mucha preocupación» la difusión de esas ideas, ya no en publicaciones marginales o sensacionalistas sino a través de horarios centrales de televisión y publicaciones de prestigio. La investigadora pone como ejemplo el programa de Mariana Fabbiani, «donde pusieron a discutir a un médico con un chanta antivacunas, en pie de igualdad».
Golombek distingue creencias inocuas –«si alguien quiere leer el horóscopo para ver qué tiene que hacer, en el fondo no es tan grave»– y otros que implican riesgos para la salud pública, entre los que menciona la propaganda contra las vacunas y la homeopatía. «El mandato es actuar contra y en alerta de esta segunda distinción de pseudociencias, las que ponen en riesgo a las personas. Esto se basa en políticas de Estado, en difusión de la ciencia y también en cambiar un poco el esquema», dice.
«Si vamos con la antorcha de la ciencia, jamás nos van a escuchar –advierte Golombek–. Hay que cambiar la forma de tratar estas cuestiones, ir por argumentos más emocionales y no solo racionales, escuchar y no estar solamente a la defensiva sabiendo que hay un disparate del otro lado. Tratemos de convencer con otra estrategia, dado que las que usamos hasta ahora, claramente, no funcionan».