19 de noviembre de 2022
La alosexualidad normativa, el mandato que impone estar siempre disponible, impacta en las relaciones personales. Exigencias de un mundo capitalista.
Rendimiento. Las presiones sobre uno u otro miembro de la pareja pueden provocar inhibiciones y sufrimiento.
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«¿Es normal estar en la misma cama y no hacerlo?», indagaba entre su grupo de amigas Carrie Bradshaw (Sarah Jessica Parker), el personaje principal de Sex and the City, luego de tres noches en las que su compañero sexoafectivo no había demostrado ganas.
Ya a fines de los 90, un capítulo completo de esta serie –que transcurría en la ciudad de Nueva York y fue pionera en abordar temas sobre sexualidad– intentaba demostrar cómo lo considerado «normal» a veces puede ser muy incómodo. Sin embargo, casi 25 años más tarde, tiempo en el que se derribaron cantidad de mitos y mandatos, la cuestión del sexo y la frecuencia siguen, culturalmente, estando muy presentes. Solo por mencionar un ejemplo referido a la música, en 2017, el cantante Ozuna popularizó una canción que dice que él quiere lo mismo que todos, «hacer el amor a diario y de paso gastar el dinero». En estas latitudes, en un programa que se emite en un canal de aire, su conductor les suele preguntar a los invitados: «¿Quiénes tuvieron sexo durante la última semana?».
Si bien el término alosexual remite a las personas que no son asexuales, es decir, a quienes sí sienten atracción física o sexual por otras, independientemente de la frecuencia, también existe la alosexualidad normativa, el mandato social que define la presión de estar disponible con regularidad para el sexo genital.
En este sentido, Gabriela Goldstein, psicóloga y presidenta de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), explica cómo las características de cada época impactan en las subjetividades. «Este es un momento con muchos avances en la libertad y el reconocimiento de la diversidad, pero también de exigencias, más o menos perceptibles, en un mundo capitalista, como discurso y lazo social, que nos demanda un gran rendimiento. Y eso cansa, frustra y genera malestar», afirma.
Si bien el mandato opera de distintas maneras según los géneros, Mariana Palumbo, doctora en Sociología, investigadora del CONICET y especialista en estudios de Género y Sexualidad, asegura que en este contexto, la medición del desarrollo individual y del sentirse bien tienen que ver con tener completa la esfera de las relaciones sexuales. «Desde hace un tiempo para acá, surge la idea de que tenemos una vida plena con el sexo. Entonces, aparece todo un mercado con mil productos o servicios que promueven ese deseo como la pornografía, los juguetes sexuales y las aplicaciones o espacios donde conocer gente. Y si una persona dice que no tiene relaciones por un tiempo, se ve como algo problemático», explica Palumbo. Para Goldstein quizás sean los hombres quienes sienten más presión en poner en evidencia su potencia y no poder responder a las exigencias. De todas maneras, la psicoanalista sostiene que el temor a no ser aceptado o a la pérdida del amor están presentes en todas las formas de diversidad.
Patologización
«Vivimos en una sociedad muy sexual donde la persona que no siente atracción o tiene menos frecuencia es vista como que algo le pasa y aparece esto de “Vos tenés que disfrutar”, “Tenés que tener orgasmos”, “Te voy a enseñar a tener un orgasmo”. Es ahí donde la sexualidad se llena de exigencias por el rendimiento, la cantidad y la frecuencia», explica Mariela Tomassini, psicóloga y sexóloga.
En tanto que sobre la patologización que se hace de la falta de deseo, la terapeuta asegura que esto no tiene que ver con una enfermedad. «Si tengo poco deseo o no tengo deseo pero estoy bien como estoy, no hay por qué consultar porque ahí no hay un problema». A lo largo de la vida el deseo varía, fluctúa y depende de diversos factores como el estrés, el cansancio, temas hormonales o de salud y también de situaciones específicas que se dan en la relación con la otra persona. «Por eso, no se enciende con un interruptor o con una tecla, sino que hay que habilitarlo, gestionarlo», sostiene Tomassini.
Los mandatos necesitan ser deconstruidos para que pueda surgir el deseo, que es lo que le sucede o no a cada persona. «En esta época podemos hablar de muchas cosas y poner en palabras nuestros sufrimientos, dudas, inhibiciones. Entonces, pienso que la llamada alosexualidad es una manera de entender un fenómeno mucho más complejo que es la sexualidad en el sentido ampliado que, más allá de lo genital, comprende a todo el cuerpo, al psiquismo, a la mente, a las fantasías y a sentir placer y goce», explica Goldstein.
Aún hay muchos mitos, prejuicios y falta de información dando vueltas. Sin dudas, la educación es una de las herramientas para contrarrestar esta situación. «Hace falta psicoeducación en todo ámbito para poder charlar de qué nos gusta y qué no, que la ESI se dé con perspectiva de género y hablar de la sexualidad en términos de placer y no de exigencias o de metas que tenemos que cumplir. Se trata de poder concentrarnos en las sensaciones de nuestro cuerpo más que en rendir un examen porque todos somos personas distintas y nos gustan distintas maneras de vivir la sexualidad», concluye Tomassini.