La represión contra obreros metalúrgicos en huelga culminó con una verdadera matanza. Antisemitismo y miedo a una presunta revolución bolchevique confluyeron en un hecho que la memoria oficial prefiere desconocer. Una tradición de lucha.
14 de enero de 2019
9 de enero de 1919. El multitudinario cortejo fúnebre que llevaba a las víctimas de las balas policiales rumbo al cementerio de la Chacarita. (Gentileza Archivo General de la Nación)Los reclamos de aquellos trabajadores no estaban muy lejos de los que se plantean en algunos conflictos actuales: la reducción de la jornada laboral de once a ocho horas, aumento de sueldos y pago de horas extras, descanso dominical, incorporación de despedidos. Así fue el pliego de reivindicaciones con que los 2.500 obreros del establecimiento metalúrgico Pedro Vasena e hijos se declararon en huelga en el barrio de Nueva Pompeya el 2 de diciembre de 1918, en lo que daría lugar a la Semana Trágica de 1919.
A 100 años de los acontecimientos, la Semana Trágica «es un fantasma que permanece en el pasado argentino», dice el historiador Horacio Ricardo Silva, quien le dedicó un libro, Días rojos, verano negro. La represión desatada por la Policía, el Ejército y civiles armados tuvo dos objetivos específicos: los trabajadores y la población judía, a la que se asociaba con el supuesto intento de promover una revolución bolchevique, como la que en octubre de 1917 había depuesto al régimen zarista en Rusia.
«Una investigación nunca termina. Siempre quedan preguntas por hacer», destaca Silva. Entre otros interrogantes de la Semana Trágica, se desconoce la cantidad de víctimas que dejó la represión: según distintas estimaciones hubo entre 60 y 1.356 muertos y por lo menos 400 heridos y 5.000 detenidos. «No hay registro alguno. Se trataba de matar gente y de hacer desaparecer los cuerpos, de enterrarlos en cualquier parte», agrega el historiador.
Otra cuestión es la responsabilidad de la represión: «La pregunta es si el general Luis Dellepiane, jefe de la Policía, recibió órdenes del presidente Hipólito Yrigoyen. La manera en que se desencadenaron los sucesos hace sospechar que sí, pero no existen documentos que lo prueben».
Apoyo activo
Impulsada por la Sociedad de Resistencia Metalúrgicos Unidos, la protesta de los trabajadores de Vasena recibió adhesiones y expresiones de solidaridad de otros gremios porteños y del interior del país. «Los anarquistas promovían el apoyo activo a los gremios en conflicto con huelgas o boicots. Es una maravillosa herramienta del movimiento obrero que se perdió con el paso del tiempo», dice Silva.
Los trabajadores se enfrentaron con la intransigencia de Vasena, quien no solo se negó en principio a negociar sino que acudió a guardias armados y rompehuelgas. Lo que se llamaría Semana Trágica comenzó el 7 de enero de 1919, cuando una acción de represión policial dejó un saldo de cuatro muertos y más de 30 heridos entre los obreros. Dos días después, el cortejo fúnebre que llevaba a las víctimas fue baleado desde la propia fábrica y al llegar al cementerio de la Chacarita la policía provocó una nueva masacre entre los trabajadores. La represión fue el detonante de una huelga general, impulsada por la fracción de la Federación Obrera de la República Argentina, de ideología anarquista.
Entre el 10 y el 11 de enero, cuando la huelga general alcanzó su mayor grado de adhesión, las fuerzas represivas asaltaron locales sindicales y desataron el caos en la ciudad. Policías, militares y civiles armados se encarnizaron con la colectividad judía en el barrio de Once, donde balearon indiscriminadamente a los transeúntes, saquearon teatros y bibliotecas e incendiaron casas y comercios.
El historiador Daniel Lvovich, autor de Nacionalismo y antisemitismo en la Argentina, sostiene que el pogrom de Buenos Aires –como se conoció a la represión– se produjo en el contexto de una creciente tendencia entre los sectores dirigentes y los grandes diarios a relacionar cualquier acción reivindicativa con la presencia de agitadores bolcheviques, y a identificar a los judíos como agentes de la revolución tan temida.
«Hacia fines de 1918 el miedo a la revolución se extendió entre los sectores conservadores, la Iglesia y la Policía», destaca Lvovich. Los rumores difundidos por la prensa de la época alertaban sobre la llegada de agitadores rusos que preparaban un complot, mientras se difundía la idea de que la revolución de octubre de 1917 había sido una conjura judía.
La huelga de Vasena y las manifestaciones obreras de enero de 1919 parecieron la confirmación de aquellos temores. Un joven militante, Pinie Wald, fue detenido bajo la acusación de ser el presidente del futuro soviet argentino. «Wald pertenecía a un sector del socialismo judío pero no era bolchevique ni mucho menos. Sin embargo, la teoría conspirativa tuvo credibilidad por unos días, y el Estado y parte de la sociedad actuaron en consecuencia», señala Lvovich.
«Fue lo que hoy se llamaría una operación de inteligencia –considera Silva–. Consistió en tratar de demostrar que había un plan con apoyo de la Rusia revolucionaria para instalar un soviet en la Argentina. Los medios de difusión le prestaron todo su apoyo para que fuera creída, pero la versión se derrumbó enseguida por la falta absoluta de pruebas».
Sistemas de creencias
La interpretación que el gobierno y las clases dominantes de la época hicieron de la Semana Trágica es tan relevante como los acontecimientos para la indagación histórica. «El miedo del gobierno y de las clases dominantes no fue una impostura sino el resultado de un sistema de creencias, un prisma a través del que percibieron en la huelga general la materialización de sus peores temores», dice Lvovich.
La represión tenía antecedentes, apunta Silva: «La primera en esa escala fue la que se desató en 1910, ante el intento de los anarquistas de hacer una huelga general durante los festejos del centenario de la revolución de Mayo. El mismo general Dellepiane fue quien dirigió los procedimientos».
El atentado del militante anarquista Simón Radowitzky, que provocó la muerte del comisario Ramón Falcón, en 1909, había promovido sentimientos discriminatorios contra los judíos. Pero las expresiones antisemitas en la cultura argentina se remontaban a fines del siglo XIX, y las representaciones más difundidas los mostraban bajo figuras antagónicas, como agentes del capitalismo financiero o bien de la revolución socialista.
Para Lvovich, «no se puede entender la Semana Trágica sin analizar ese conjunto de creencias que circulaba en sectores amplios de la sociedad y volvía creíbles las teorías conspirativas». Las persecuciones contra los judíos no se produjeron por una simple confusión: «Había un sustrato cultural de larga data, donde se inscribían también obras literarias y discursos políticos, y donde tenía un peso muy fuerte el discurso de la Iglesia Católica, que asimilaba la revolución rusa a una revolución judía».
Las proyecciones de la Semana Trágica son también materia de debate. Silva destaca que habitualmente se pasa por alto el hecho de que los obreros de Vasena lograron las reivindicaciones por las que iniciaron la huelga: «Fue una prueba de que una medida popular podía tener ciertas posibilidades de éxito y aunque costó centenares de víctimas fatales, miles de heridos y deportados, no significó una derrota».
A 100 años de los hechos, la huelga de Vasena y la represión de 1919 pueden revelar ciertas fallas de la memoria actual. «No imagino que el Estado organice nada en conmemoración de la Semana Trágica –dice Lvovich–. Tampoco imagino que la comunidad judía lo tenga presente, porque no forma parte de la memoria oficial judía, menos en este momento donde toda aquella tradición obrera parece sepultada en el olvido». Un síntoma del presente.