Agresión física, pero también abandono, abuso psicológico y aprovechamiento económico atentan contra la calidad de vida de las personas de la tercera edad. Qué es el viejismo y quiénes son las principales víctimas. Estrategias de prevención.
28 de diciembre de 2017
(Jorge Aloy)
Un golpe, la exigencia de una suma de dinero o un insulto. Las formas de violencia contra las personas de la tercera edad son variadas, mientras que las consecuencias de las agresiones cambian dependiendo de la víctima: desde la degradación de la autoestima y la depresión hasta las lesiones físicas, no hay límite para pensar los efectos del maltrato. La muerte puede ser otro de los desenlaces. Y el problema se agrava, explican los especialistas: mientras la población mundial de adultos mayores crece con el aumento de la expectativa de vida, el maltrato hacia ellos queda invisibilizado frente a otras urgencias.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que la violencia hacia las personas de la tercera edad puede ser física, aunque esa no es la única expresión posible: el maltrato psicológico, el abuso sexual, el abandono o el aprovechamiento económico también atentan contra la salud y el bienestar de los ancianos. De acuerdo con el mismo organismo, una de cada diez personas mayores sufrió agresiones en el último mes.
Nuestro país no es ajeno a la problemática, aunque la información no abunda y a nivel nacional no se conocen estadísticas. En el ámbito de la ciudad de Buenos Aires, la Secretaría de la Tercera Edad contabilizó, desde el inicio de 2017 hasta mediados de año, la recepción de 3.500 casos de violencia y abuso contra personas mayores. Por su parte, la Oficina de Violencia Doméstica (OVD), que depende de la Corte Suprema, registró que el 5% de las denuncias recibidas, de un total de 768 en el período de septiembre de 2016 al mismo mes de 2017, corresponden a situaciones de violencia contra mayores de 60 años. Los principales tipos de violencia observados fueron la psicológica (96%), física (50%), económica (39%), y sexual (2%). Y, de acuerdo con el mismo organismo, el 59% de las personas afectadas cohabita con los denunciados. Sin embargo, los especialistas concuerdan en que la prevalencia de las agresiones seguramente sea más alta porque muchas de las personas afectadas no inician ninguna acción judicial al ser sus cónyuges, hijos, nietos, hermanos u otros familiares los agresores.
María Julieta Oddone, antropóloga e integrante de la Sociedad Argentina de Gerontología y Geriatría, explica que «los viejos jóvenes en situaciones de maltrato se quejan más que los más viejos. La interpretación es que esto sucede porque cuando alguien se convierte en una persona mucho más dependiente, posiblemente ya no discute situaciones de poder hacia el interior de la familia o de determinados espacios».
Entre los factores de riesgo para la violencia contra los más viejos que enumera la OMS se encuentran los individuales (que la víctima ya padezca algún problema físico o mental), los relacionales (compartir la vivienda o que alguien dependa financieramente del adulto mayor) y los comunitarios (el aislamiento social de los cuidadores «es un importante factor para el maltrato de las personas mayores»). Finalmente, los aspectos socioculturales, como el traslado de las parejas jóvenes que dejan solos a sus padres y la representación y dependientes conforman un cuarto factor de riesgo. Perder el cariño de la familia, ser internado en un geriátrico o quedarse sin un hogar resultan ser los miedos habituales que pueden tener las personas mayores en estas situaciones.
Como ocurre en los casos de violencia contra niños, personas con alguna discapacidad y también en la violencia de género, el maltrato se ejerce en situaciones «donde hay un abusador y un abusado», señala Oddone. Si bien las formas de violencia a los adultos mayores afectan tanto a mujeres como a hombres, la forma de una agresión o abuso puede variar de acuerdo con el género. «El tipo de maltrato es diferente. Las mujeres tienden a ser más golpeadas. En tanto que los hombres de niveles socioeconómicos altos tienden a ser abusados económicamente», afirma la investigadora.
La raíz del problema, indica Oddone, está relacionada con la descalificación hacia las personas mayores y esto tiene su nombre propio: el viejismo. «Hay una cantidad de mitos y prejuicios en relación con las personas mayores que facilitan que de alguna manera se las descalifique o se las maltrate socialmente. Por ejemplo, yo voy a una oficina pública y por el mero hecho de tener arrugas es muy probable que supongan que no van a tener que explicarme nada porque no voy a entender. Entonces hay formas de descalificación que tienen que ver con una representación social negativa de la vejez. Trabajar sobre desmitificar una actitud o pensamiento negativo puede ayudar a la prevención», apunta la especialista.
Modelo para desarmar
¿Cómo desarmar una situación de abuso y maltrato cuando en el común de los casos, son los propios seres queridos de la víctima quienes al mismo tiempo son los agresores? Para Amalia Suárez, a cargo de la Comisión de Derechos de los adultos mayores en el Colegio Público de Abogados de la ciudad de Buenos Aires, la clave está en la enseñanza de las generaciones que vienen. «Este tema debe ser tratado desde una temprana edad. El respeto y que los adultos mayores son sujetos de derechos es una cuestión de educación, e intergeneracional. Argentina es uno de los países más envejecidos de la región y viene en avance. Es un tema que se tiene que trabajar en todos los ámbitos y necesitamos normativas de protección integral», señala la abogada especialista en derechos de los adultos mayores.
Oddone, por su parte, resalta la importancia de que los más grandes sepan que tienen derecho a denunciar y, como en el caso de las mujeres víctimas de la violencia machista, a tener una protección por parte del Estado.
Recientemente, nuestro país aprobó, a través del Congreso de la Nación, la Convención Interamericana sobre la Protección de de los Derechos Humanos de las Personas Mayores. «Constituye el único instrumento jurídicamente vinculante referido a los adultos mayores en el mundo», dice María Isolina Dabove, investigadora en el Instituto Ambrosio L. Gioja de la Facultad de Derecho de la UBA y directora del Centro de Investigaciones en Derecho de la Vejez de la Universidad Nacional de Rosario. Este instrumento jurídico reconoce, entre sus puntos más importantes, el derecho a la no discriminación por la vejez, a que las personas puedan llevar una vida independiente, a decidir sobre su patrimonio y en dónde vivir, el derecho a la seguridad social y también y fundamentalmente, «a una vida digna, libre de tortura, de violencia, y de cualquier situación de abuso, maltrato o abandono».
Dabove reconoce que la adhesión a la convención es un paso importante, aunque remarca que aún hace falta una legislación específica de lucha contra la violencia y el maltrato hacia las personas mayores, junto con una serie de medidas para contener a las víctimas de las agresiones. En este sentido, Dabove menciona la habilitación de «refugios y lugares de residencia alternativos en donde pueda ser trasladada la persona mayor, como lo empezó a implementar en calidad de prueba piloto la ciudad de Buenos Aires», la introducción de una instancia de mediación, además de sancionar penalmente los malos tratos. Otra manera de «empoderar» a los adultos mayores, señala la investigadora, tendría que ver con «la posibilidad de declarar indigna de heredar a una persona que ejerce la violencia». Para la especialista, «la falta de conciencia y de herramientas para atacar este flagelo que lamentablemente abarca a entre el 4% y el 6% de la población vieja en el mundo –y la Argentina no es ajena– es la mayor prueba del viejismo, de la discriminación sostenida y sistemática hacia la vejez».
En su declaración sobre los malos tratos a los mayores, la OMS destaca que las personas puedan tener un «envejecimiento activo». En tiempos en donde el foco está puesto en la juventud, el organismo internacional llama a integrar a los adultos mayores. De lo contrario, señala Dabove, solo se perpetuará un «silencio aplastante».