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La vida en zapatillas

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Victoria Aranda

El trabajo remoto amenaza con sepultar al traje y los stilettos. Comodidad, ropa sin género y otras tendencias que llegan de la mano de las nuevas generaciones.

Corría la segunda mitad del siglo pasado cuando en el casino de Mar del Plata las mujeres vestían de largo, usaban maquillaje completo y llevaban tacos altos. Para la misma época, un sábado a la noche de cine y pizza en la calle Lavalle de Buenos Aires requería saco y corbata, prácticamente sin excepción. Hoy, unas cuantas décadas después, los cines de Lavalle no existen más y aunque el casino marplatense sigue donde siempre, los concurrentes a las salas de juego y a las cinematográficas ya no lucen como ayer.
Efectivamente y tal como salta a simple vista, la moda revela cambios que en todo este tiempo han atravesado a la sociedad de manera transversal.
Casuística antes que estadística: cualquier observador curioso puede chequear que nueve de cada diez peatones de la CABA andan en zapatillas, más allá de su género o edad. Por cierto, la observación está respaldada por los sondeos que llevan a cabo distintas asociaciones que nuclean a los productores de indumentaria. La Cámara de Productos y Comercio del Calzado y Afines (CAPCICA), por caso, confirmó el avance del calzado deportivo, urbano y de tiempo libre, que ya hace unos años pasó de una relación de 30-70% a 40-60%. Además, las grandes firmas de la alta costura como Balenciaga y Saint Laurent «legalizaron» este tipo de calzado en el universo de la moda, al incluirlo desde hace algunas temporadas en todas sus colecciones.
Y después, llegó la pandemia.
Laura Barabas, gerenta de la Cámara de la Industria del Calzado, comenta que si bien el COVID-19 aceleró algunas tendencias, lo cierto es que la comodidad está al mando desde antes de la expansión del virus. «Hay cambios en la cabeza y en la sociedad», dispara. «Por ejemplo, hay más productos y más colores, más allá del rosa y el azul», establece la directiva, quien, en principio, diferencia entre zapatillas y calzado de tiempo libre. «Una cosa es el calzado deportivo –las zapatillas con tapones, por ejemplo– y otra el calzado de tiempo libre; todo esto aun cuando lo deportivo se use para otra cosa», comenta.
Según comparte, los materiales involucrados en la confección también han tenido su impacto: «Aun cuando más allá de la movida ecológica nadie puede dudar de la durabilidad del cuero, lo cierto es que ahora también se trabaja con tejidos con mucho desarrollo, sintéticos que parecen cuero y así se sustituye, lo cual ha impactado en la oferta, que se ha multiplicado. Pero también hay que destacar que otros productos expresan los nuevos códigos de vestimenta y no son solo las zapatillas, también están los borcegos y las ojotas de Versace».
Pero la zapatilla también expresa una cultura, corporizada en los raperos y traperos a quienes es difícil imaginar en mocasines o en zapatos abotinados de Primera Comunión. «Sí, hay una cultura alrededor de algunos productos. Es así que la zapatilla de marca termina convirtiéndose en un aspiracional, tal como un auto o un celular», señala Barabas, aludiendo a las grandes marcas del sector que, cabe resaltar, invierten grandes sumas de dinero en marketing y publicidad con las estrellas juveniles del momento.

Moda, a la zaga
Para Carla Ivaldi, diseñadora de indumentaria especializada en sustentabilidad, docente e investigadora de la Universidad de Belgrano, la diversificación de la oferta responde, al menos en parte, a la demanda de las nuevas generaciones. En ese sentido, la moda va a la zaga, «aunque apunte a los centennials o millennials, quienes, a la vez, responden antes al paradigma del ser que del parecer. Este es un momento en que todo el mundo está anunciando sus posturas e ideologías; manda la libertad de expresión y de decir quién soy. Y eso la moda lo toma».
En paralelo, remarca la docente, surgen movimientos globales para concientizar y reclamar mayor transparencia en la cadena de suministros de la moda, en los cuales la sostenibilidad tiene un enfoque clave. El origen de los materiales, la transparencia en los procesos productivos, el comercio justo, la inclusión social, el rescate de las artesanías, la veracidad en la comunicación de marca, la ausencia de estereotipos dictatoriales y la actitud reflexiva de los consumidores son algunos de los temas hoy evaluados, según destaca Ivaldi.
«En cuanto al confort, es una tendencia que venía imponiéndose, aun desde antes de 2020», agrega. «Pero esto de estar todo el día en un espacio multipropósito –oficina, casa, hogar, centro de toda actividad– hace que uno necesite estar cómodo. De este modo, un montón de marcas empezaron a apostar por el confort wear, que no es otra cosa que un sport acogedor, con prendas amplias y tejidos elásticos para no sentirnos apretados, pero que, a la vez, permiten aparecer por un Zoom a un encuentro de trabajo o salir a buscar algo fuera de casa», describe.
A la hora de los ejemplos, Ivaldi menciona a Gucci, que se empezó a adaptar a un modelo de venta de ropa más relajada, integradora y sport desde hace seis, siete u ocho años. «Las grandes marcas se reconfiguran y desarman conceptos enfocándose ahora en generaciones más jóvenes y así empiezan a tener una mirada más inclusiva», asegura, reconociendo que si bien algunas abrazan los nuevos conceptos por razones estrictamente marketineras, otras lo hacen con verdadera honestidad.

Genderless, oversize y estilo propio
Entre las palabras que representan los nuevos conceptos mencionados y que se abren paso en la industria de la moda, aparece genderless, o sin género, que parece traducir las necesidades de una sociedad que ya no necesita tener la división taxativa entre hombre y mujer y que se siente identificada con el término persona.
Cierto, memoriosos: el genderless reconoce un antecedente en el unisex de los 70. «En relación con el oversize –demasiado grande, literalmente, en inglés– es una tendencia que va a seguir por un par de años aunque quizás también se revierta», razona la empresaria Viviana Porte, titular de una empresa productora de pijamas y batas. «Más allá de lo que pase, lo único verdaderamente cierto es que la expresión dictadura de la moda terminó», sentencia. «Hoy la gente es más consciente del estilo y así cada uno sigue una línea en la que se siente cómodo. En definitiva, nos vestimos según nos resuene internamente, o por trabajo o por personalidad, y no por lo que imponga una marca», profundiza.
Porte subraya que en los últimos años no solo se han derribado preconceptos relacionados con el género o la talla. «La edad es otro limitante que se ha borrado», dice en relación con una prenda como el jean, por completo extemporánea. «No es la ropa que uno se ponga, sino la actitud», define, indicando que los cambios incluyen una reivindicación de lo natural; «más canas y menos botox».
Y el cambio climático también ha impactado en la vestimenta, que otra vez responde a un mundo que, literalmente, se calienta. Así, por lo menos en Buenos Aires, los diseñadores optan cada vez más por géneros que se adaptan a verano e invierno y prendas sin estación: las remeras se usan todo el año al igual que el ya citado pantalón de denim, un buzo y una camisa blanca. Para todes.

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