Sociedad | HISTORIAS DE GUARDAVIDAS

Las olas y el viento

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Victoria Aranda

Quiénes son y cómo se preparan los trabajadores que, lejos de los mitos y el glamour, previenen accidentes y salvan vidas en las playas argentinas. 

Vivir en verano. Bourgeon cubre la temporada en Gesell y en invierno viaja a España.

NESTOR J. BEREMBLUM

Verdadero: tienen cuerpos torneados y tonificados, en general llevan anteojos de sol y lucen un bronceado estupendo. Falso: su actividad se vincula con Baywatch, la serie protagonizada por la blonda Pamela Anderson, con estética noventista y espíritu policial.
En realidad, las situaciones que, temporada tras temporada, atraviesan los guardavidas argentinos, que de ellos hablamos, están lejos de las que pergeñan los guionistas hollywoodenses, pero no por eso son menos emocionantes. No en vano tienen el privilegio y la responsabilidad de representar la autoridad de la playa pública, uno de los lugares más horizontales de la Tierra –en short o en bikini, todos somos más iguales–.
«El momento más difícil que viví lo atravesé fuera del agua. Fue el 9 de enero de 2014 cuando aquí, a 40 metros, cayó un rayo y mató a seis personas», recuerda con precisión Agustín Rossberg, guardavidas con 20 temporadas en su haber, señalando hacia su derecha desde los dos metros de altura de su casilla de 1,60 x 1,60 metros enclavada en el balneario Dalí, en el paseo 123, en el corazón de Villa Gesell, un día soleado y soñado de verano, mirando hacia el mar.
Se trató de un rayo que acabó con la vida de tres personas en el acto. Literalmente y cual profecía, los fulminó. «Cuando cayó, entró por la arena mojada. Se escuchó algo así como la explosión de una bomba. A mí me tiró como un metro. Fue uno de esos raros días en los que tenía puestas las ojotas, vaya uno a saber por qué», evoca.
Según describe, era una típica tarde de verano en la que empieza a llover y unas 20 personas deciden quedarse en la playa, bajo las carpas, para allí atravesar el chaparrón. Pero luego llega el granizo, la lluvia y media hora de viento que lo revolea todo, previo a que, otra vez, comience a despejarse y vuelva a salir el sol. Antes, el rayo cae y en ese instante, dice Agustín, la sensación general es de pánico. También la suya.
«La gente corría sin saber bien hacia dónde. Se escuchaban gritos. Había víctimas que tenían quemadas las plantas de los pies, puerta de entrada de la electricidad», describe, poniendo en palabras la fotografía con la que él mismo se encontró. «Una mujer le golpeaba fuerte el pecho a su marido, como intentando una RCP», puntualiza, explicando que la reanimación cardiopulmonar fue el auxilio que también practicó a otros de los alcanzados, mientras solicitaba ayuda a los compañeros de las playas contiguas, apelando a gritos y señales.
De a poco llegaron las ambulancias, los patrulleros y autobombas para asistir a las víctimas del que fue, de hecho, el rayo más fuerte en toda la historia de Gesell. «Fue una nube indetectable», comparte Rossberg, reproduciendo la explicación meteorológica que los especialistas encontraron a la postre, publicadas al día siguiente en las crónicas de algunos de los diarios nacionales y locales que cubrieron el hecho. «Estamos a ocho cuadras del hospital, por eso se salvaron los que se salvaron», agrega el también secretario general adjunto de la Unión de Guardavidas de Villa Gesell.
A partir de esta tormenta y de otra de características similares que ocurrió a días de la primera en Mar del Plata, las banderas con los que habitualmente los guardavidas comunican las condiciones del mar incorporaron una opción: las negras atravesadas por un rayo blanco, que indican que no es posible ingresar al agua ni permanecer en la playa por riesgo de tormenta eléctrica. 

Primeros auxilios
Para cubrir la temporada, los guardavidas cursaron estudios que incluyeron desde nadar en aguas abiertas de ríos y mares –demostrando fuerza, potencia y resistencia– hasta conocimientos cabales de primeros auxilios, como puso en evidencia la tragedia del rayo y como revelan las charlas con cada uno de ellos, al ser consultados por su labor. La Cruz Roja aparece mencionada repetidamente cuando el tema es la formación y capacitación, aun cuando hay una treintena de escuelas en todo el país.
Entre sus primeras tareas de la jornada –se inicie a las 8 o a las 14 en el caso gesellino– está la de mirar el mar, en busca de vientos, mareas, corrientes u otra actividad. Cierto: también observan la playa. Todos los días, indican los bañeros –finalmente teníamos que llamarlos así, como se los denomina en Italia y en consecuencia como se los nombró aquí en los 40–, cambia la topografía marina. Así, probar la arena, su consistencia, también es una necesidad para el caso de tener que alcanzar rápidamente el mar y no hundirse en la corrida.
Y además estudian el cielo. Bibiana Baretto, guardavidas desde los 27 años que hoy cubre la temporada en Las Gaviotas, en donde también vive, explica que los cigarrones –palabra que describe el formato de la nube– anticipan viento sur, fuerte. «Todos estamos interconectados por handy, avisamos lo que vemos y hacia dónde va aquello que vemos, aunque, a veces, la nube o la tormenta te hacen “ole”», comenta, aludiendo a los distintos colegas que cubren el área gesellina y que se comunican con una central coordinadora y graficando además el comportamiento caprichoso del clima.
«Por suerte, no tuve rescates de punto límite, aunque lo cierto es que la gente que  casi se ahoga, desaparece. Ni gracias te dice. Por vergüenza, deja de ir a la playa donde casi se ahogó», revela Bibiana (y otros guardavidas coinciden), quien también habla de los niños perdidos. «Los padres te responsabilizan de todo. El nene no está, no lo ven y enseguida piensan o que se ahogó o que fue víctima de trata. Y no han faltado ocasiones en que al nene te lo traen de la calle o que a raíz de la deriva del mar aparece en otra playa», agrega.
La guardavidas de 45 años comparte casa y casilla –cada uno la ocupa en un turno diferente– en el balneario 2 de Las Gaviotas con Pablo, su marido y colega. Consultada por la perspectiva de género en la actividad, comenta: «Comencé porque me gustó el entrenamiento, la preparación, sin pensar que me iba a dedicar a esto. Obviamente, hoy hay muchas más guardavidas que entonces, cuando se te exigía más para demostrar tu capacidad. Pero fue en la playa, sobre todo en el centro de Gesell, donde algún chico pasado de copas me desafió sobre todo por ser mujer». 

De norte a sur
Jeremías Bourgeon también cubre la temporada veraniega en Gesell –está en la 140–, pero desde fin de mayo hasta principios de octubre se traslada a España, más exactamente al Mediterráneo, a Girona, donde trabaja durante el invierno argentino. Así lo hizo Bibiana durante 12 años, quien alternó con Ibiza y la Costa del Sol, haciendo posible el sueño de vivir en verano. «Acá hay más rescates y allá, más curaciones, más actividad vinculada con los golpes de calor», distingue el guardavidas y profesor de Educación Física de 31 años, oriundo de Vicente López.
«Me gusta la adrenalina», confiesa, cuando se le pregunta por su elección ante una jornada tranquila u otra que le demande más acción. «Pero cuando se puede prevenir, se previene. Para mí, es muy importante interactuar, explicar, por ejemplo, que el reflujo se lleva a las personas», asegura, antes de recordar el momento más intenso de su actividad: un ataque de epilepsia de una bañista, sumergida hasta la cintura a la que tuvo que hacer un masaje cardíaco.
A la hora de derribar mitos, Jeremías confirma que los guardavidas no le bajan la malla a quien se está ahogando ni tampoco lo golpean para que deje de chapotear. En verdad, trabajan con sus elementos –el torpedo, la rosca y el suncho– intentando que el rescatado se aferre a ellos. Y niega que los bañistas se enamoren de ellos. Y habrá que creerle; después de todo, esto no es Hollywood y los guardavidas son trabajadores y no superhéroes. 

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