Numerosos estudios científicos y la experiencia del personal de salud dan cuenta de que la infección puede afectar a distintos órganos, aunque se desconoce por cuánto tiempo convivirán con sus consecuencias quienes tuvieron la enfermedad.
29 de octubre de 2020
Terapia. No solo los pacientes que se recuperan después de pasar por cuidados intensivos deben enfrentar efectos posteriores. (Shutterstock)Incluso cuando la pandemia termine, sus huellas serán duraderas. Esto es lo que cree un número creciente de médicos e investigadores que empiezan a ver las secuelas –tanto a nivel respiratorio, como cardiovascular y neurológico– que deja la infección.
Como sucede con casi todos los aspectos vinculados con el nuevo coronavirus, el conocimiento sobre sus efectos a mediano y largo plazo es incompleto. No obstante, algunas investigaciones preliminares dan indicios sobre lo que sucede después de haber atravesado la infección.
La mayor parte de las personas que tuvieron la enfermedad pudieron recuperarse sin problemas, dice el neumonólogo Carlos Luna, coordinador de la sección de infecciones respiratorias de la Asociación Argentina de Medicina Respiratoria (AAMR). Sin embargo, Luna advierte acerca de una realidad que recae sobre quienes han tenido COVID-19 en su forma más severa, «sobre todo los que terminan internados en terapia intensiva» (que aproximadamente representan el 5% de los casos).
Falta de aire y dificultades para realizar actividades que antes de la pandemia se llevaban a cabo sin problemas, dice Luna, comienzan a verse como secuelas pulmonares. Y, en este grupo de la población que conoció la peor faceta del COVID-19, «su capacidad pulmonar se puede ver reducida en distinto grado, y probablemente nunca recuperen su función pulmonar previa», advierte el especialista.
Un estudio observacional encabezado por investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York publicado en el repositorio Medrxiv.org señaló que un mes después de haber sido dados de alta por COVID-19, un 70% de personas (de un total de 152, en promedio de 62 años, que necesitaron oxígeno durante la internación) manifestó sentir la falta de aire, mientras que el 13% aún requería de oxígeno en sus hogares.
Otro trabajo, llevado adelante por médicos italianos, publicado en la revista estadounidense JAMA, indicó que de 143 personas hospitalizadas por COVID-19, dos meses después del alta solo 18 no manifestaron síntomas vinculados con la enfermedad, mientras que 53,1% reportó fatiga, 43,4% disnea y 27,3% dolor corporal. Como estos, otros estudios y los testimonios de quienes atraviesan esta situación ya plantean casos de COVID-19 de larga duración o persistentes que, además, dan cuenta de la dificultad de definir cuándo una persona se halla enferma y cuándo con secuelas.
«No puedo estar fuera de la cama por más de tres horas seguidas, mis brazos y piernas están como si me hubieran inyectado granos de pimienta, tengo zumbidos en los oídos, confusión mental intermitente, palpitaciones y cambios de humor dramáticos», relató el epidemiólogo británico Paul Garnier, 95 días después de su diagnóstico positivo por COVID-19, en una publicación de la revista médica British Medical Journal. «Esta es una enfermedad que tiene una convalecencia más o menos prolongada. Las personas no se sienten bien antes de un mes y además han quedado bastante impactadas psicológicamente de haberse contagiado de una enfermedad que nadie quiere contagiarse», explica Luna.
Sin sentidos
La falta de olfato y gusto fueron las primeras señales que hicieron pensar que el SARS-CoV-2 podía provocar otros síntomas a los ya conocidos a nivel general, como la fiebre, el cansancio corporal y el dolor de cabeza, comunes a su vez con lo provocado por otros virus. Pero hoy los reportes suman casos que van más allá de la pérdida temporaria de estos sentidos. «Se ha calculado que 50% de los pacientes se quejan de síntomas atribuibles al cerebro como cefalea, confusión e incluso delirio. Esto no quiere decir que ocurran porque el virus invade al cerebro. De hecho, no se sabe bien cuál es el mecanismo que causa estos síntomas. Pero una posibilidad es que sean manifestaciones secundarias al daño que el virus causa en otros órganos: el compromiso severo del pulmón, riñones o corazón puede tener manifestaciones neurológicas secundarias», dice el neurólogo Conrado Estol, jefe de la Unidad cerebrovascular en el Sanatorio Güemes de la Ciudad de Buenos Aires.
«Para el caso del frecuente síntoma de anosmia (pérdida de olfato) se sabe que, a través de la nariz, el virus llega al bulbo olfatorio donde compromete la función de las células que rodean a las neuronas del olfato sin dañarlas directamente», explica Estol.
Nueve de cada diez infectados por el SARS-CoV-2 con pérdida del sentido del olfato tendrán una mejora significativa a las cuatro semanas. Pero, con el correr de los meses, otras observaciones comienzan a cobrar relevancia entre los especialistas en neurología. «Muchas personas infectadas hace más de cinco meses se quejan de torpeza, falta de equilibrio, fallas de atención y de memoria. Esto sugiere que las secuelas son persistentes aunque aún no puede definirse por cuánto tiempo», dice Estol.
El COVID-19 «es una enfermedad viral pero de las que llamamos sistémicas. Es respiratoria, pero con expansión a todo el organismo», dice José Luis Navarro Estrada, presidente de la Sociedad Argentina de Cardiología (SAC). En este sentido, cada vez es más la evidencia que indica que el corazón puede verse gravemente afectado durante y luego del período infeccioso del SARS-CoV-2. «Lo que se está viendo es que en enfermos en los que que en su momento no se les detectó una afección cardíaca luego aparecen con el tiempo anormalidades, trastornos en el electrocardiograma, trastornos en el eco, cosas que muestran que hubo una agresión aguda que por ahí pasó desapercibida», señala Navarro Estrada.
Miocarditis o pericarditis, las inflamaciones del músculo y la membrana que rodea al corazón, respectivamente, son daños que, según ven los cardiólogos, suceden entre sus pacientes con COVID-19. «No necesariamente hace falta haber pasado por terapia para tener un compromiso cardiovascular. Si bien la inmensa mayoría de la gente con poca comorbilidad o jóvenes lo pasan y terminan bien, hay una cantidad importante que no es así», dice el presidente de la SAC. Y adelanta: «Se están armando protocolos de chequeo para la vuelta al deporte de gente que tuvo COVID-19».
Si bien quienes padecen la enfermedad provocada por el nuevo coronavirus en su versión más severa representan un porcentaje pequeño, la cantidad de quienes hayan requerido cuidados intensivos al final de la pandemia podría no ser menor. Además, se espera que un grupo de personas –de las que todavía no hay una cifra estimada, pero que podrían contarse por miles o decenas de miles– necesiten rehabilitación luego del alta médica. «En la parte respiratoria, será para adaptarse a la nueva capacidad y poder ser eficientes en las actividades», explica Luna. El conocimiento acerca de los síntomas persistentes de COVID-19 se trata de una cuestión clave, por ejemplo, para el regreso a las ocupaciones de los trabajadores.
Aún sin un horizonte claro acerca del fin de la pandemia, el paso de los días deja en claro que los vestigios del coronavirus convivirán con las sociedades y seguirán presentes durante un tiempo aún difícil de estimar.