Sociedad

Máxima velocidad

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Considerada un signo de estos tiempos y un requisito para sobrellevar presiones laborales y domésticas, la capacidad de realizar distintas acciones simultáneamente puede ser, sin embargo, síntoma y causa de cuadros de estrés y ansiedad.


(Jorge Aloy)

Los chicos de hoy hacen de todo, por eso necesitan el pañal», dice la voz en off de la publicidad de una conocida marca de pañales donde todos los bebés aparecen con algún dispositivo electrónico en sus manos. Por estos días, ni los más chiquitos parecen inmunes a uno de los mandatos de la sociedad de consumo que, de alguna manera, los formatea para estar siempre listos para tener una jornada intensa y activa.
En el caso de los adultos, la situación se exacerba debido al permanente avance de las nuevas tecnologías. Esa habilidad para ejecutar distintas acciones simultáneamente se suele denominar «multitasking» (multitareas) y puede darse tanto en el ámbito laboral como en el doméstico. En algunos trabajos, la eficiencia se asocia con la capacidad de realizar varias tareas a la vez. Y, en el ámbito doméstico, parecería, a simple vista, que las personas somos capaces de seguir el hilo de un programa de televisión a la vez que hablamos por teléfono, cocinamos, mandamos un mail o contestamos un whatsapp.
Sin embargo, una investigación dirigida por el neurocientífico Earl Miller, del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), señaló que el cerebro humano no está hecho para el multitasking ni trabaja de ese modo. «Cuando las personas piensan que están haciendo múltiples tareas al mismo tiempo, en realidad están poniendo más atención en una y reduciendo la atención en otra. La gente no puede realizar bien muchas cosas a la vez y cuando dice que puede, se engaña», explica Miller.
El laboratorio Poldrack, del departamento de Psicología de la Universidad de Stanford, también obtuvo resultados al respecto. Un estudio realizado allí concluyó que si una persona se prepara para un examen mientras mira televisión, la información queda «guardada» en el striatum, una región cerebral especializada en aprender nuevas habilidades, mientras que si la concentración está puesta solo en el estudio, la información se «almacena» en el hipocampo, donde las ideas son organizadas  para que la memoria pueda hacer uso de  ellas con mayor facilidad.
El médico Salvador Guinjoan, investigador principal del CONICET, jefe del servicio de Psiquiatría de Fleni y profesor adjunto de Psiquiatría en la Universidad de Buenos Aires, analiza estos hábitos de consumo. «Creo que en una edad formativa debiera protegerse a los chicos de esa “invasibilidad” de la tecnología». El encuentro con el otro y el respeto de un espacio de aprendizaje lo suficientemente tranquilo como para ser asimilado como corresponde deben ser cuestiones que impliquen decisiones responsables por parte de los adultos, agrega este especialista.
El fenómeno de imitación es fundamental para el desarrollo del ser humano. En estados tempranos, aprendemos a caminar y a hablar pero también a relacionarnos con las otras personas y con el mundo. En el caso del multitasking, Guinjoan enciende una alerta ya que, asegura, puede desarrollarse como una cuestión imitativa entre padres e hijos. «Indudablemente, el ejemplo de personas significativas en la vida de un chico es todo en ese sentido. Entonces, si en la mesa familiar los padres le dan más importancia al último mensaje o actualización de Facebook que a la conversación, no nos sorprendamos», dice Guinjoan.

Factores de riesgo
A diario el mercado recibe con los brazos abiertos el lanzamiento de algún nuevo gadget. Sin dudas, las investigaciones médicas y psiquiátricas sobre el impacto que el uso de estas herramientas supone para la población se dan a otro ritmo, con pasos mucho más cortos y lentos. Por ejemplo, un estudio de factores de riesgo puede involucrar un tiempo de observación de entre 5 y 10 años.
«El multitasking, las tecnologías y las redes sociales forman parte de estos fenómenos relativamente recientes. Por lo tanto, todavía  no hay datos empíricos, cuantificados y prospectivos –que es la forma de establecer causación en medicina– como para afirmar, con total seguridad y científicamente, cuáles son las consecuencias de estas cosas», explica Guinjoan. Entonces, las consideraciones que se hacen a este respecto derivan en parte de la experiencia clínica que se tiene y en parte también de la concepción filosófica de cada uno sobre de qué se trata la sociedad en la que vivimos, agrega el psiquiatra.
Esa práctica diaria en la consulta es la que le permite a este investigador aportar su mirada. «Mi impresión en relación con lo social es que cuanto más se usa la tecnología, menos calidad tienen los vínculos que se establecen, porque lo tecno tiene un componente a veces hasta adictivo que no permite salir de las redes sociales, del chequeo de mails o de los portales de noticias que tienen la última información política o económica. Y eso no hace otra cosa que restar tiempo de calidad para la interacción entre las personas». El mensajito de WhatsApp o la última actualización de Twitter, Facebook, Instagram se presenta como lo urgente, lo impostergable e interrumpe así el encuentro real.  
En este punto, Guinjoan asegura que es muy importante entender que el ser humano es un animal esencialmente social. Las redes sociales no suplantan el contacto humano, que tiene una dimensión física y de proximidad. «La situación más grave es cuando las redes sustituyen el contacto real y eso sí podría presumir un impacto en la salud mental. Lo que se observa son patologías que tienen que ver con situaciones de aislamiento. La gente vive más aislada que hace 15 o 20 años. Hay una restricción en la vida social que afecta a todas las edades. Mi percepción es que se está yendo a una sociedad de gente más ansiosa, pero, sobre todo, más sola».
Por su parte, la psicóloga social y terapista corporal Susana Kesselman enumera los síntomas psicofísicos relacionados con el mal uso de las tecnologías. Lumbalgias, cervicalgias, problemas en la vista y trastornos vinculados con el sedentarismo son algunos de ellos. «Además de las adicciones tecnológicas y  la incomunicación que pueden ocasionar las redes sociales», agrega.
Lo que está demostrado es que el estrés –entendido como esa sensación que sale de la normalidad y que impone una carga fisiológica poco habitual al organismo– incrementa la segregación de cortisol. La exposición a esta hormona por tiempo prolongado tiene un efecto cerebral adverso que lleva a una disminución de la neurogénesis y la neuroplasticidad. «Se puede decir que el multitasking es estresante. Si trabajo 12 horas y estoy todos los días en multitasking, seguramente me encuentro en una situación de estrés. Si bien no se han hecho estudios sobre si estos hábitos producen aumentos consistentes en los niveles de cortisol, podemos presumir y estar atentos a que esto sea una realidad», expresa el psiquiatra.
El estrés asociado con el uso de las tecnologías es, según Guinjoan, una situación paradójica. «Uno lo padece pero también lo va creando porque uno no es inocentemente bombardeado por las cosas. Yo puedo optar por no pasarme 3 o 4 horas al día consultando las redes sociales y puedo optar por dejar el celular en la puerta cuando me encuentro con amigos. La gente ha perdido un poquito el hábito de reflexionar sobre las cosas importantes de la vida. Y no deberíamos ser pasivos frente al consumismo», concluye.
Ya lo vislumbró el filósofo francés Michael Foucault cuando planteó sus ideas sobre el control social por estimulación. «El consumismo es un ejemplo de ese control. Te estimulan a que consumas de una determinada manera. En este sentido, los cuerpos son atravesados por estos controles. Lo bueno es que si uno puede enunciar el problema, puede encontrar alguna solución que vaya de la mano de la educación, la orientación y la conciencia», dice Kesselman.
Habrá que hacerle caso entonces al gran escritor José Saramago quien afirmaba sin dudar que existe una alternativa al neoliberalismo, y se llama conciencia.

 

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