Sociedad

Moda desgenerada

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La crisis de las identidades tradicionales se expresa también en los modos de vestir. Una nueva categoría, las prendas «agénero», comienza a difundirse entre diseñadores, cuestionando etiquetas y estereotipos. El cuerpo, en diálogo con el mundo social.

Tendencia. La ropa es portadora de marcas políticas, sociales, históricas y culturales. (Bureau/AFP/Dachary)

Alma tiene tres años y el rosa no es el color protagonista ni de su cuarto ni de sus juguetes. Mucho menos de su ropa. Entre las perchas y los estantes de su placard hay prendas de todos los colores. Lupe y Manuel, sus padres, quieren criarla lejos de cualquier estereotipo sexista. La moda comunica y, como toda construcción social, es reflejo de los procesos culturales, políticos y económicos de cada época. Coco Chanel, la diseñadora francesa, lo entendía de esa manera. «La moda no existe solo en los vestidos. La moda está en el cielo, en la calle, la moda tiene que ver con las ideas, la forma en que vivimos, lo que está sucediendo», dijo hace 100 años. En este sentido, la crisis que hoy atraviesan las identidades tradicionales se expresa, por ejemplo, en el surgimiento de las tendencias de diseños de indumentaria sin género.
Mientras varones y mujeres se intercambian ropa considerada hasta no hace mucho para uno u otro género, un dúo de voces mixto dice: «Hoy festejamos un mundo sin etiquetas». Con esta publicidad, una de las plataformas de compraventa de productos online más importantes del país acaba de lanzar la categoría «moda agénero», que no es lo mismo que unisex. Si este término denomina a la ropa socialmente aceptada para ellas y ellos, es decir, una remera, un jean, un par de zapatillas o un color como el gris, en el agénero, una prenda desde su concepción ya contempla la posibilidad de ser vestida por cualquier persona.

Patrones opuestos
Un breve repaso por la historia de esta práctica señala que en las primeras civilizaciones no existía una diferenciación evidente en los modos de vestir de ellas y ellos. Recién a  mediados del siglo XIX se plasmó la división entre los imaginarios femeninos y masculinos. En ese momento, la cultura occidental recreó a través de la ropa dos patrones que simbolizaban valores opuestos y excluyentes entre sí. En la alta costura, el planteo de la cuestión de género tuvo algunos atisbos previos, pero la propuesta quedaba circunscripta a una élite. El estilo «à la garçonne» de los años 20, con mujeres que lucían trajes con corbata y pelo corto, es un ejemplo. Luego, en los 70, Yves Saint Laurent las vistió con smoking y más acá, Jean Paul Gaultier se atrevió a hacer desfilar a los hombres con polleras y corsés.
Laura Zambrini, socióloga, investigadora del CONICET y coordinadora del Grupo de Estudios Sociológicos sobre Moda y Diseño de la Universidad de Buenos Aires, asegura que la vestimenta es portadora de históricas cargas de género. «Su dimensión subjetiva posibilita que el cuerpo sea un espacio permeable a sufrir transformaciones en constante diálogo con el mundo social. Esto nos lleva a interrogarnos por las políticas que se expresan en la moda, es decir, cómo el cuerpo es configurado por la cultura y el vestir de un momento determinado y sobre qué relaciones de poder están en juego en ese proceso, qué discursos, cuáles estereotipos se construyen y qué jerarquías intervienen», explica.
Mía Soifer es diseñadora de indumentaria y dueña de una marca de ropa. En cuanto al género, esta joven millennial asegura que es impresionante lo profundo que este puede atravesar a toda la actividad del vestir. «No hay acto más representativo de una cultura y de un contexto social que lo que nos ponemos. Nos habla de los métodos de producción de una época y a la vez de sus valores, de lo que está permitido y lo que no. Ver una prenda te permite hacer una radiografía de un tiempo específico». Un caso paradigmático es el de la minifalda que apareció en la década del 60, ligada a la liberación femenina y a las transformaciones en los roles de género a raíz de la aparición de nuevos métodos anticonceptivos, entre otros factores.
La tendencia agénero en la moda acompaña un quiebre de paradigma y pone sobre la mesa cuestiones que posibilitan un pensamiento por fuera de lo binario. Y bienvenido sea, porque eso supone una toma de conciencia. «Me encantaría pensar que vamos camino a una sociedad más igualitaria pero eso va a depender también de cambios más profundos –afirma Soifer–, cambios en lo que, sin dudas, podemos contribuir desde nuestra industria, replanteándonos, entre otras cosas, cuáles son nuestros métodos de producción».

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