Sociedad

Nada es para siempre

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Según un informe de la Dirección General de Estadística y Censos del Gobierno porteño, desde su incorporación en 1987 al Código Civil no se registraba un pico tan alto de separaciones. Cambios sociales y legales, entre las causas del fenómeno.


(PABLO BLASBERG)

A 35 años de la sanción de la Ley 23.515, que incorporó el divorcio vincular al Código Civil, y del consecuente boom de separaciones, la Ciudad de Buenos Aires vive un nuevo pico de rupturas sentimentales: solo en un año aumentaron un 41%. Y si se considera la franja de parejas de 20 años y más de duración, el incremento trepa hasta casi el 70%. El fenómeno se explica por reformas legislativas que acortaron los tiempos procesales, pero también por los cambios en materia de relaciones entre varones y mujeres y el cuestionamiento a fórmulas clásicas. «La gente se dio cuenta de que el “hasta que la muerte nos separe” que propone el matrimonio es un mito», aseguran los especialistas.
Según los resultados del informe «Los divorcios en la Ciudad de Buenos Aires», elaborado por la Dirección General de Estadística y Censos del Gobierno porteño, durante 2017 –último año cuyos datos están disponibles– se inscribieron 8.217 divorcios, es decir, un 41% más que el año anterior, que habían sido 5.815. De acuerdo con el estudio, el número de separaciones se había mostrado relativamente estable desde la sanción de la Ley de Divorcio en 1987, donde se registró el pico más alto.  2017, entonces, es el año en que se volvieron a superar todos los valores (unos 8.000 en 1990 y 6.000 en 1995 y 2010, por poner solo algunos ejemplos).
Para los profesionales que elaboraron el informe, el fenómeno «podría estar asociado con la entrada en vigencia del nuevo Código Civil y Comercial de la Nación y la eliminación de la figura del divorcio contradictorio, que puede haber dado lugar a que se efectivicen muchos divorcios que se encontraban en litigio». Precisamente, en agosto de 2015 se eliminó el plazo de tres años de separación como requisito para iniciar la disolución del vínculo, además del concepto de culpa, por lo que la voluntad de uno o ambos cónyuges pasó a ser suficiente para que el juez decretase el divorcio sin valoración alguna. De allí que a esta nueva normativa se la haya calificado de «exprés».
Para Rosalía Álvarez, coordinadora del Departamento de Parejas y Familias de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), hay además «un avance en el paradigma que está produciendo muchos cambios profundos». «Estar con el otro –explica– dejó de ser una obligación. Casarse y tener hijos dejó de ser un proyecto a cumplir sí o sí, esos valores se fueron modificando, hoy las parejas conviven sin casarse, incluso, están más preparados para la separación. Piensan que cuando ya no existan las ganas de estar juntos, cada uno va a continuar por su lado. Los jóvenes no tienen miedo a separarse, y en la gente más grande, con hijos de por medio, pasa lo mismo; el divorcio dejó de ser un cuco».
La opinión de Álvarez tiene su correlato en la estadística. Uno de los datos que llamó la atención de los responsables del informe fue la alta tasa de divorcios en parejas de edad avanzada y de matrimonios de larga duración. En ese sentido, el relevamiento detalló que «la variación porcentual muestra un incremento en todos los grupos de duración del matrimonio que se disuelve, pero el incremento de los divorcios en matrimonios de 20 años y más de duración supera ampliamente el promedio (68,6% frente al 41,3%), en consonancia con el incremento de los grupos de edad de 50 años y más».
En el mismo sentido, un informe del Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de La Plata dio cuenta de que la jubilación de las amas de casa alteró la dinámica de poder dentro de cada hogar e incrementó la probabilidad de divorcios.
Según el estudio, que lleva como título «La dependencia en la vejez y las pensiones no contributivas», las mujeres con alto nivel de escolaridad «incrementan la probabilidad de separarse/divorciarse en 5,6 puntos porcentuales», mientras que las de bajo nivel «optan por mantenerse en pareja, peo ganan poder de negociación dentro del hogar».
«Que se separen las parejas de más años no debería sorprender. El hecho de que la mujer haya logrado un espacio de trabajo fuera de la casa, más allá de que la disparidad en la escala salarial todavía está presente, la vuelve una persona autónoma que está privilegiando la libertad. Hoy, los valores de la tolerancia no son los mismos que tenían nuestras abuelas. Ellas sacaban cuentas de todo lo que tenían: hijos, nietos, los buenos momentos pasados junto a la pareja, y decidían soportarlo, incluso habiendo malos tratos. Por suerte, las mujeres ya tenemos en claro que existen cosas muy pesadas que no tienen por qué ser soportadas», remarca Álvarez.

Mayor realismo
Otro dato que revalidó el informe es que en los hombres aumenta la reincidencia matrimonial posterior divorcio: «Un aspecto diferencial –detalla el trabajo– es el número más alto de reincidentes divorciados (entre los varones, 9,7 %; y 7,1% para las mujeres) y en menor medida de viudos varones (0,8%) en relación con las mujeres (0,5 %)».
El estudio también concluyó que la edad promedio al momento del divorcio para el varón es 48 años y para la mujer 46; que las mujeres se casan y se separan a edades más jóvenes; que el 70,7% de los divorcios inscriptos en 2017 fueron de matrimonios con duración de 10 años y más; y que en el 85,4% de las separaciones el estado civil anterior de ambos cónyuges era soltera/soltero.
Silvia y Ariel se casaron antes de los 30. Tuvieron una hija y sacaron una hipoteca para comprar el departamento que hasta hace unos días compartían. «Que se haya ido de la casa fue lo más difícil, sobre todo para la nena», cuenta Silvia, pero enseguida aclara: «Sentí una liberación, hice lo que tenía que hacer». «Una –continúa– demora la separación porque internamente lo vive como un fracaso, pero a mí me sirvió entender que lo que no iba más era la pareja, no el concepto de familia. Lo que se había perdido era el deseo de estar con el otro, pero no el amor». «Mi hija sabe que nos separamos y también que siempre vamos a ser su papá y su mamá. Tratamos de vivirlo, no como una pérdida terrible, sino como una nueva etapa. Nos fuimos dando cuenta de que eso de “hasta que la muerte nos separe” que propone el matrimonio tiene bastante de mito».
La sexualidad es un valor importante y los deterioros en la intimidad motivan a separarse. ¿Por qué resignarse? ¿Por qué no buscar una intimidad más gozosa?, se pregunta Álvarez y enseguida responde: «Si pienso otra vez en mis abuelas, y hasta en mi madre, no puedo decir que hayan sido felices y que comieron perdices. Ellas pensaban que para qué se iban a separar si no habían visto pasar al príncipe en caballo blanco. Esa resignación hoy ya no existe, hay un mayor realismo en el sentido de que la vida tiene que ser vivida, de que la vida merece ser vivida».

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