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La especie humana tendría una antigüedad mayor a la que se creía, según nuevos hallazgos que vuelven aún más complejo su árbol genealógico. La genética y los aportes que el estudio de la evolución puede ofrecer para entender nuestro presente.

Cráneos. Piezas de distintos antecesores del hombre: solo el Homo sapiens (último a la derecha) sobrevivió a las transformaciones del planeta. (Shutterstock)

Un cráneo encontrado en Grecia con un antigüedad de 210.000 años. Dientes de Homo sapiens con una datación de 180.000 años que aparecen ante la vista de un equipo de antropólogos en una cueva de Israel. Y la incorporación periódica de nuevas especies a un complejo árbol genealógico evolutivo. Como un texto en constante edición, en el que se agregan párrafos y se modifican otros, la historia de la evolución de los humanos se reescribe con cada nuevo hallazgo.
Las anteriores novedades no dan un giro de 180 grados al conocimiento actual que hay sobre el surgimiento de los primeros humanos que llegaron a poblar todo el mundo. Sin embargo, sí crean nuevas preguntas acerca del surgimiento del Homo sapiens en África –entre casi dos decenas de especies del género Homo–; su salida de este continente e, incluso, sobre nuestro antepasado directo en un árbol genealógico cada vez más enredado.
La teoría más aceptada hoy sobre la historia de nuestra evolución como especie, en líneas generales, señala que hace 200.000 años, en África oriental, surgió el Homo sapiens tras separarse de alguna otra especie, producto de los mecanismos que dan lugar a la evolución. Luego, hace 120.000 años, estos humanos habrían salido del continente africano para dispersarse por el resto del planeta aunque ya previamente otras especies, también humanas, como el Homo erectus o el Homo antecessor, habían hecho lo mismo. Sin embargo, en 2017, en el yacimiento de Jebel Irhoud, en Marruecos, a una mandíbula de Homo sapiens le estimaron una edad de 300.000 años. El año pasado, en la cueva Misliya, en Palestina, un fragmento de maxilar izquierdo se convirtió en un hallazgo excepcional para los paleoantropólogos, quienes concluyeron que el resto óseo pertenecía a un individuo de nuestra especie y que su antigüedad era de aproximadamente 180.000 años. En tanto, este año, un equipo de investigadores señaló que un cráneo hallado en los 70 en la gruta de Apidima, en el sur de Grecia, perteneció a un Homo sapiens de 210.000 años.
Todos los hallazgos parecen ir en la misma dirección: nuestra especie tendría una antigüedad mayor a la que hoy figura en los libros de historia y ciencias naturales.
«El carácter fortuito de restos tan antiguos hacen que descubrimientos como este sean muy relevantes, en parte por eso, y en parte porque van reconstruyendo la historia de la evolución», dice Leticia Cortés, antropóloga investigadora en el Instituto de las Culturas (UBA-Conicet).
Como sucede con cada hallazgo y anuncio en esta área del conocimiento, la conclusión a la que arribaron los científicos sobre los restos de Grecia fue cuestionada. «Una de las cosas que se pone en duda es si el fechado de ese individuo está bien, no que no sea la especie que los investigadores dicen que es. Es un campo que está permanentemente en pugna y tironeado para un lado y para el otro según distintos hallazgos que son como pequeñas agujas en un pajar», señala Cortés. Pero de sostenerse la antigüedad de estos fósiles significaría que el Homo sapiens, además de tener un origen más antiguo, también salió del continente africano rumbo a Eurasia antes de lo que se creía, en donde convivió con otras especies humanas y, seguramente, se hibridó.

Mitos que caen
De aquellos tiempos prehistóricos, solo una especie, Homo sapiens, llegó hasta hoy y sobrevivió a las transformaciones del ambiente. ¿Qué sucedió con aquellos otros grupos de humanos que no llegaron hasta hoy? Pensar en una extinción, en ocasiones, lleva a suponer  una superioridad por parte de quienes sí sobrevivieron a las condiciones de aquel ambiente primitivo.
En esta idea, sin embargo, puede decirse que hay distintas cuestiones: tal vez otras especies de humanos –como los famosos neandertales y los poco conocidos denisovanos–  no se hayan extinguido literalmente y hoy, una buena parte de la humanidad tenga (o sea) un poco de ellas. De hecho, entre un 1% y un 4% del material genético de humanos de origen europeo y asiático corresponde al Homo neanderthalensis. «La comprobación de que hubo flujo génico con neanderthales fue como el gran cambio, eso fue un cimbronazo muy grande», dice el bioantropólogo Sergio Avena, docente de la UBA y de la Universidad Maimónides. «Esto hace caer al Homo sapiens como una especie única. El relato, diez años para atrás, era así, que sapiens reemplaza por su mayor complejidad a neandertales, entonces implicaba un mito de la superioridad».

Maxilar. Descubierto en Misliya, Palestina. (AFP/DACHARY)

También hoy, ya resulta pasado de moda ubicar a especies como los denisovanos (ver recuadro) en un escalón inferior. «A neandertal se lo ha reivindicado, ya no se piensa que eran torpes o brutos. Hoy sabemos que los neandertales tenían ciertos lugares para enterrar a sus muertos y que podrían haber hecho arte, algo que siempre se les asignó al Homo sapiens», dice Dejean. Y agrega: «Hay una gran intriga sobre si fuimos o no la misma especie. ¿Cuándo dos especímenes son de la misma especie? Cuando son capaces de reproducirse entre sí. Y hoy en día sabemos que los neandertales pasaron algunas cosas buenas, como la defensa para algunas enfermedades».
Desde que comenzaron a emerger los distintos fósiles de hombres, mujeres y niños que vivieron hace millones o cientos de miles de años, una incógnita desvela a muchos científicos: cuál sería nuestro ancestro directo. La respuesta tiene varias especies candidatas, aunque no hay una respuesta definitiva.
De hecho, aquel gráfico que se reproduce en publicidades y dibujos cómicos, que muestra una evolución lineal de los humanos –con un chimpancé en un extremo y un hombre (blanco) en postura erecta que camina sobre sus dos piernas– nada tiene que ver con el conocimiento actual. Sin embargo, cada vez más, esquematizar la evolución como un gran tronco con sus ramas también es algo que, poco a poco, comienza a dejarse de lado. «La metáfora del árbol es muy linda pero lo que se está viendo es que es más complicado», afirma Avena.
Cortés, por su parte, añade: «Es tal la discrepancia que hay ahora que en muchos lugares ya no se usa el formato de árbol filogenético, sino que los cuadros son como una extensión temporal de los distintos géneros y especies. Muchas veces ni siquiera se animan (los autores) a hacer conexiones, porque cuantos más datos hay, más en duda se ponen. Lo cual no quiere decir que haya investigadores que estén convencidos de que, por ejemplo, el Homo heidelbergensis sea el antecesor directo. Pero se está complicando esta idea de trazar un árbol donde haya una rama clara que dé lugar a Homo sapiens», añade Cortés.
Lejos de tratarse de una ciencia sin controversias, la antropología biológica es de las disciplinas científicas en la que más se discuten los hallazgos y se ponen a prueba las teorías previas. «Hay un montón de revisiones de nomenclatura y de comparaciones. Por ejemplo, entre el Homo rudolfensis y el Homo habilis, que son de los más antiguos, las diferencias son cuestiones proporcionales de su cráneo», apunta Dejean.
Pero más allá de las polémicas y arbitrariedades que pudieran estar en juego, más de una verdad con efectos sobre nuestro presente puede dejar el estudio de la evolución y de los humanos. «Si fueras a un cementerio en una ciudad cosmopolita y excavaras los esqueletos, y te encontraras con una persona que viene de Laponia (Finlandia) y con un señor que viene del África subsahariana, dirías “qué diferencia entre los dos esqueletos”. Sin embargo –dice Dejean–, somos una especie muy homogénea. Por debajo de los caracteres fenotípicos (los rasgos visibles) somos muy parecidos y somos todos la misma especie los que vivimos hoy en la Tierra».  

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