La zona de la sierra de Ancasti fue escenario de una ocupación intensa durante el primer milenio de la era cristiana, según lo demuestran recientes descubrimientos de un equipo de antropólogos. Los rastros de antiguas culturas sedentarias.
28 de septiembre de 2016
Hallazgos. Representación de un cóndor en la cueva Los Algarrobales, en El Alto. (gentileza Inés Gordillo)
Desde hace varios años un equipo de antropólogos y arqueólogos de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y otros centros académicos está abocado a conocer cómo vivían las sociedades precolombinas en el territorio que actualmente conocemos como Argentina. En su última campaña, realizada en junio en el extremo oriental de la provincia de Catamarca, hallaron nuevas evidencias que hablan de una ocupación intensa y heterogénea en el área de cumbres de la sierra de El Alto-Ancasti y los bosques de yungas de sus laderas orientales, establecidas durante el primer milenio de la era cristiana; esto es, los rastros que dejaron las primeras aldeas sedentarias que hubo en nuestro país.
«Aparecieron sitios arqueológicos desconocidos hasta el momento», explica la doctora Inés Gordillo Besalú, al frente de un equipo de doce expertos, entre investigadores, becarios y tesistas de UBA, Conicet, el Consejo Interuniversitario Nacional (CIN) y la Universidad de Barcelona. Junto con la arqueóloga Verónica Zuccarelli y dos estudiantes avanzados de la carrera de Ciencias Antropológicas de la UBA, Ignacio Gerola y José Miguel Letelier, rastrearon la nueva área de estudio; fue un anticipo de campañas más largas y numerosas que se llevarán a cabo en los próximos meses, con nuevas prospecciones, excavaciones de recintos de piedra y actividades de difusión destinadas, en principio, al público de la zona.
«Nuestra hipótesis inicial es que hubo asentamientos permanentes, y no esporádicos y dependientes de otras áreas como algunos sostienen. La idea es avanzar con los estudios de campo y en paralelo crear un museo donde la gente tenga su protagonismo; un espacio donde figuren las familias y las historias propias, los relatos en torno a lugares y objetos, leyendas y creencias. Hay una mirada dirigida a la investigación y otra a la puesta en valor que permita visibilizar el patrimonio precolombino y plantear vías de interpretación en conjunto», señala Gordillo Besalú y se entusiasma detallando los últimos hallazgos.
Reconstruir el pasado
«Esto es como armar un rompecabezas. Encontramos objetos, elementos no frecuentes; viviendas, posibles corrales y un sistema para las actividades agrícolas: terrazas y campos de cultivo que se extienden a lo largo del relieve, con espacios de estadía y terracitas en los cauces de agua, además de numerosas áreas con morteros múltiples, donde las personas habrían desarrollado prácticas de molienda comunal. En algunas cuevas hasta hay hoyitos donde es probable que hicieran el pigmento para pintar las cuevas», dice Gordillo Besalu.
Se refiere a cinco cuevas descubiertas con evidencias indiscutibles de arte rupestre. «En tres de ellas había una pintura por cueva. Esto puede indicar la señalización de una tumba o de un ritual, porque los antiguos no habitaban en estas cuevas, sino en casas. Las asociaciones entre las figuras representadas, los lugares y los entierros nos permitiría conocer, entre otras cosas, aspectos sobre sus prácticas rituales funerarias, la conformación de su identidad, su cosmovisión», agrega, y describe serpientes, aparentemente un felino, figuras humanas y elementos geométricos que todavía deben periciar para ver cuáles figuras aún siguen ocultas a la visión actual.
Alejado del exotismo cinematográfico, el objetivo de fondo es la reconstrucción de la vida cotidiana. «Más que competir por lo monumental o lo más antiguo», resume la arqueóloga, «lo que tratamos de averiguar, de comprender o interpretar es cómo vivía la gente, las poblaciones precolombinas desde 2.000 años atrás en adelante».