Sin pensar en las consecuencias, cada vez son más las personas que gastan considerables sumas de dinero en intervenciones quirúrgicas y estéticas para parecerse físicamente a sus ídolos, ya sean cantantes, modelos, muñecos o personajes de ficción.
12 de julio de 2018
Justin Jedlica, igual al muñeco Ken.
Angelica Kenova, una Barbie rusa.
Recientemente muchos medios dedicados a la farándula se hicieron eco de la noticia de que Felipe Pettinato, el hijo del músico y conductor de televisión, debió ser internado en una clínica debido a graves dificultades para respirar a causa de las numerosas rinoplastias que se viene realizando desde hace años. ¿El motivo de esas operaciones?: parecerse a su ídolo Michael Jackson. Lo curioso es que Felipe no quiere parecerse al Jackson de los 80, cuando estaba en la cúspide de su carrera y todavía guardaba ciertos rasgos de su origen afroamericano, sino al Jackson de los últimos años, aquel ser indefinible que se había sometido a toda clase de cirugías para parecerse, a su vez, a su ídola: la cantante Diana Ross.
Pero el joven Pettinato no está solo en su ardor por querer ser quien no es. Hay personas de todas partes del mundo que gastan decenas de miles de dólares para parecerse a sus ídolos, que pueden ser tanto actores o músicos famosos, como dibujos animados o incluso muñecos populares. Ahí están, como rotundo testimonio, Valeria Lukyanova, la Barbie ucraniana, una precursora; la Barbie rusa, Angelica Kenova; o el ya fallecido Celso Santebañes, el Ken brasileño, que había comenzado su lenta transformación con apenas 16 años. A él lo acompaña el californiano Justin Jedlica, quien ya habría gastado más de 20.000 dólares para semejarse al popular juguete.
«Querer parecerse a otro, famoso o no, no tiene que ser algo normal. Hemos visto a gente que aparece en los medios con la nariz en pésimas condiciones a causa de las sucesiones de cirugías. Caras que han terminado destruidas. Como médico no hay que prestarse a eso. Por suerte en nuestro país son casos excepcionales», explica a Acción el especialista Jorge Pedro, médico de Cirugía Plástica del Hospital de Clínicas y director de prensa de la Sociedad Argentina de Cirugía Plástica y Reparadora. Otro caso argentino es el de Fran Mariano, participante de los programas Soñando por bailar y Cuestión de peso, que ha pasado varias veces por el quirófano con la idea fija de parecerse a Ricky Martin, del que es fan incondicional. Y también está Luis Padrón, un porteño de 25 años que ha gastado una buena cantidad de dinero en una rinoplastia, liposucción en las mejillas, depilación definitiva en todo el cuerpo, aplicaciones de bótox y rellenos, para poder tener la apariencia de un elfo, esos seres etéreos e inmortales que pueblan la saga de El señor de los anillos. Padrón aún planea otras cirugías para aguzar el mentón, hacerse las orejas puntiagudas y colocarse prótesis para lograr unos colmillos puntiagudos como los vampiros.
Sueños inalcanzables
El influjo de los cantantes famosos en muchos jóvenes, que no solo se corporiza en el modo de vestir y plantarse frente a la sociedad, en ocasiones suele llegar a límites insospechados. En Estados Unidos es popular el caso de Adam Guerra, que ya habría gastado 175.000 dólares, durante doce años de cirugías, para ser igual a Madonna. Finalmente, terminó en una crisis y decidió abandonar su sueño inalcanzable. «Los cirujanos serios no hacemos cirugías para parecerse a otro. Tratamos de orientar a los pacientes cuando vienen con fotografías diciendo “quiero la nariz de fulano” o “los pechos de mengana” –aclara Pedro–. La mayoría de las veces tomamos estos deseos como base de qué es lo que quiere el paciente o la paciente, pero luego hay un trabajo de orientación y hacer entender que no se va a lograr exactamente esa cara a la cual quiere parecerse», dice el médico. Un caso trágico es del joven británico Toby Sheldon, quien había gastado 100.000 dólares en cirugías de ojos, pómulos, nariz, implantes de cabello y liposucciones para ser como su ídolo Justin Bieber. Sheldon fue hallado muerto en un hotel en 2015 y se presume que se suicidó con psicofármacos después de una ruptura con su novio.
Adam Guerra quiso ser Madonna.
Valeria Lukyanova, muñeca ucraniana.
Pero, ¿cuáles son las causas emocionales y psíquicas que pueden llevar a una persona a «querer ser otro»? Para los especialistas, muchos rasgos de esta patología podrían encuadrarse en lo que se denomina Trastorno Dismórfico Corporal (TDC). Según explica Ricardo Pérez Rivera, médico especialista en Psiquiatría y director médico del Bio-Behavioral Institute, el único centro en Argentina dedicado a la investigación y tratamiento de TDC, «se trata de un trastorno de la imagen corporal, caracterizado por una excesiva preocupación por un defecto en el cuerpo, completamente imaginario o trivial –explica el médico–. Se define como una preocupación, obsesión, delirio, o una idea sobrevalorada relacionada con la imagen corporal». Según el profesional es una condición crónica y disfuncional que causa a quienes la padecen un deterioro físico, psíquico y social.
Según el especialista, «los pacientes dismórficos no están a gusto con su imagen corporal, son personas con baja autoestima y con necesidad de agradarse» y en los casos citados «la imagen de personas popularmente reconocidas por su belleza puede enlazarse con su búsqueda de perfección corporal. Se toma la imagen del personaje conocido como modelo a seguir, que en definitiva es una imagen validada por la opinión de muchas personas».
En este universo quirúrgico existen casos extremos, como el del venezolano Henry Damon, empeñado en ser el personaje de ficción Cráneo Rojo (un supervillano de la Marvel, enemigo del Capitán América). Este hombre se sometió a múltiples cirugías e implantes subdérmicos (esferas de acero) y después a sesiones de tatuaje para que su frente y cara adquirieran una tonalidad rojiza, como la del villano de películas y cómics. Damon utiliza unas lentes de contacto oscuras que transforman sus ojos en dos bolas negras para parecer más aterrador. Incluso se ha quitado parte del cartílago de la nariz para que quede similar a la del personaje.
Otro fan de los superhéroes es el filipino Herbert Chávez que gastó miles de dólares en 26 operaciones de nariz, labios, barbilla, blanqueo de la piel e implantes en los pectorales para semejarse a Súperman, obsesionado con «el hombre de acero» desde los 4 años. Su primera operación fue en 1998, a los 17 años, para modificar la típica nariz redondeada de los filipinos.
Henry Damon, como Cráneo Rojo.
Felipe Petinatto, un Jackson argentino.
Lo peor de intervenciones como las de Damon es que estas cirugías prácticamente no tienen vuelta atrás y el operado se verá así –como sea que haya quedado– lo que resta de su vida. «En ocasiones –evoca Pedro–, cuando alguna o algún paciente viene con una revista y me muestra la nariz que quiere, suelo decirles “no te operes, tenés una linda nariz, de etnia latina, no de rubia polaca, no va a acordar con tus rasgos”. Y en ocasiones, los convenzo. Pero bueno, también hay colegas que tienen el sí más fácil y no se atienen mucho a cuestiones éticas».
«El que tiene problemas con su cuerpo está peleado con el espejo», comenta Pedro. Quienes sufren TDC suelen llegar a adquirir una «adicción» a las cirugías plásticas y nunca se muestran conformes con los resultados. Según señala a Acción Pérez Rivera, «las personas tienden a aislarse socialmente, terminan deprimiéndose. Las consecuencias físicas son las múltiples intervenciones buscando la perfección o ideal de imagen corporal», dice el psiquiatra.
En tanto, Pedro señala: «Conozco personas que, sin siquiera les hayan sacado el yeso después de una rinoplastia, ya se están quejando del resultado al cirujano diciendo que no les quedará bien y quieren otra operación», revela el médico. «Y la seguridad es fundamental, el paciente debe corroborar que el cirujano haya hecho la carrera de cirugía plástica. En el sitio web de la Sociedad se puede consultar el listado de miembros».