Sociedad | EDADES Y MIRADAS

Quizá, llegar a viejo

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María José Ralli

Contra la cultura del descarte, surge un paradigma que subraya la diversidad de los adultos mayores y apuesta a su capacidad de disfrutar de esta etapa de la vida.

Foto: Shutterstock

Vejez como sinónimo de inútil, obsoleto, aislado, inactivo, asexual, infantil, limitado. Son solo algunos de los adjetivos que reflejan las percepciones de la sociedad sobre esta etapa de la vida. Un paradigma que el médico psiquiatra Robert Butler en 1968 bautizó como «viejismo» o «ageism», en su término anglosajón, y que se nutre de estereotipos y discriminación sistemática contras las personas solo por el hecho de ser mayores, sesgos que en la mayoría de las culturas se transmite de generación en generación. 
En un mundo donde las proyecciones demográficas revelan un crecimiento constante de la población adulta mayor, es necesario poner el foco en cómo se perpetúan estereotipos y prácticas discriminatorias, provocadas por el miedo o el rechazo a envejecer, o en todo caso, por la incapacidad de aceptar el envejecimiento como una etapa más de la vida.

«El descarte –o la cultura del descarte– es una de las líneas que podemos pensar dentro de esta etapa de una manera peyorativa, desvalorizada, equiparando vejez con obsoleto y también con enfermedad o muerte, lo descartable», define la médica psiquiatra Diana Zalzman, y se refiere al «viejismo» de Butler como «la experiencia subjetiva dada por este prejuicio de estereotipos de denigración y aversión sobre esta etapa». Zalzman señala que «es tal el prejuicio intrapsíquico que también se traslada a la cultura, por eso se transforma en un mito social de representaciones sobre adultos mayores donde podríamos pensar: viejo igual a clase pasiva, deterioro, enfermedad o viejo verde si hablamos de lo sexual o viejo gagá o marginal o enfermo».
Pero hay otras formas de pensar la vejez. Para Zalzman, «las teorías psicosociales van cambiando a lo largo de las épocas». Hoy se podría pensar en una vejez singular, es decir, que cada sujeto envejecerá de acuerdo a cómo vivió y cuáles fueron las experiencias a su alrededor. La prolongación de la vida y la longevidad desafía a pensar la vejez y sus formas de transitarla. Dentro de las diferentes teorías del envejecimiento, «algunas van hacia el lado del apego y la actividad, otras al desapego y al encierro y otras a la continuidad, es decir, a lograr en esta etapa vivir con lo que uno ha disfrutado a lo largo de la vida, en la medida en que el equilibrio y la salud lo permitan», dice la especialista y advierte que, si esto no es posible, es importante «no negarlo» y sustituir modelos de vida posibles a cada etapa y de acuerdo con salud física, psíquica y social.
Si se tiene la suerte de llegar a viejo y teniendo en cuenta que son cada vez más las personas que se acercan a los 100 años y que numéricamente la vejez arrancaría, al menos en nuestra sociedad, con el comienzo de la jubilación, es necesario estar preparado para esas décadas por venir. «Hay una parte de la población que evita pensar en la vejez y deja que las cosas transcurran, sin querer elaborarlas y sin prever qué puede suceder», analiza Zalzman y dice que «no pensar en esta etapa, cuando se precipita puede sobrellevar a una crisis que involucra a la familia y a todas las personas que conviven con ese sujeto». 

Miradas
El discurso hegemónico que plantea la vejez desde la «abuelidad» no da cuenta de su diversidad. «Como colectivo heterogéneo, tenemos que pensar en la singularidad y no hablar de viejas y viejos como una masa homogénea», define Zalzman quien subraya que «la diversidad de la jerarquización revela un grupo etario muy disímil, que fue cambiando con el transcurrir de las décadas, sobre todo en relación con la independencia y autonomía».  En esta etapa de la vida, como en todas las demás, hay espacios para incluirse, sentirse útil y amado, seguir aprendiendo y en definitiva, vivir la vida en plenitud. 
En el mundo son varias las culturas que permiten la integración del adulto mayor a objetivos posibles para vivir una vida plena. «Las “blue zone” como Okinawa en Japón, Icaria en Grecia, Cerdeña en Italia, Loma Linda en California y Nicoya en Costa Rica entre otras», donde sus habitantes viven más de 100 años, enumera Zalzman y destaca cómo en la ciudad japonesa se organizan para recibir a quienes llegan a esta etapa. «Ellos dicen que hay que adoptar un “ikigai” que es tener un propósito en la vida; llevar una dieta basada en vegetales, soja y pescado, cuidar de un huerto, tener un jardín medicinal». También «formar parte de un “moai”, un grupo de amigos que se reúnen y prestan ayuda mutua» donde se proponen disfrutar del sol, estar activos, hacer caminatas, mantener la serenidad. 
En estas latitudes occidentales de a poco va prendiendo la idea de un co-housing, una forma de planear la vejez entre pares. 
En definitiva, se trata de aceptar el paso del tiempo y poder planificar otro modo de transitar la vejez, esa hermosa etapa de la vida. 

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