18 de febrero de 2022
Un 5% de las niñas y adolescentes argentinas convive con un hombre 15 o más años mayor. Maternidad precoz, violencia y otros riesgos de estos vínculos dispares.
Demasiado jóvenes. La ONU considera a las uniones convivenciales y la maternidad a edades tempranas como «prácticas nocivas».
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En nuestro país, una de cada 20 niñas y adolescentes menores de 18 años convive con un hombre 15 o más años mayor, según revela un trabajo de la Fundación para Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM). Y el fenómeno está subnotificado, porque las cifras derivan del censo de 2010. Estos vínculos tan dispares, naturales para algunas culturas, las alejan de la escuela, las hacen madres precoces y las exponen a altos niveles de violencia.
Se suele pensar que esto ocurre lejos, en países de África o Asia, en culturas muy distantes de la nuestra; pero no: según datos del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), América Latina y el Caribe es la única región del mundo donde en los últimos 25 años no se redujo el matrimonio infantil y adolescente: allí, una de cada cuatro niñas o adolescentes se casan.
Las Naciones Unidas consideran el matrimonio y la maternidad a edades tempranas «prácticas nocivas» y una violación a los derechos humanos. No es difícil de entender por qué: que una niña o adolescente de menos de 19 años se case o se una la expone a la maternidad adolescente (a menudo de varios niños), a dejar la escuela, a una peor ubicación en el mercado de trabajo, a mayor riesgo de infecciones de transmisión sexual, a violencia de género. En suma: a perpetuar una vida sin oportunidades, generalmente en el marco de la extrema pobreza.
«El matrimonio infantil es un fenómeno de violencia de género –puntualiza Cecilia Correa, psicóloga e integrante del equipo de FEIM–. En la Argentina el matrimonio es legal desde los 18 años, y a los 16 con autorización de padres, tutores o un juez. Pero son mucho más frecuentes las uniones de hecho y toda unión antes de los 15 es considerada forzada. Estas uniones se dan más en provincias del NEA y NOA, pero también, aunque menos, en el Gran Buenos Aires. Sucede dentro de un contexto cultural, va pasando de generación en generación. En las entrevistas, muchas abuelas nos decían: “A mí me pasó cuando tenía 14. Me llevaron a la casa de don Alvarado y ahí me quedé…”».
Invisibles
«En nuestro país no reconocemos hechos que no ocurren en las principales ciudades. Y muchas de estas convivencias se producen en el interior del país, a veces en comunidades de pueblos originarios, en áreas rurales o semiurbanas, de las cuales sabemos poco, excepto cuando ocurre algo catastrófico», dice Mabel Bianco, presidenta de FEIM. Bianco agrega que este tipo de uniones son una costumbre muy antigua y atraviesan culturas, religiones, clases sociales. «Están ligadas a sociedades más conservadoras. Por ejemplo, en ciertas zonas todavía existe el derecho de pernada, por el cual el patrón de estancia tiene potestad sobre las hijas del personal que trabaja para él, habitualmente en forma precarizada y casi esclava. Las culturas que naturalizan y aprueban estas uniones están apoyadas en relaciones jerárquicas y de poder donde la mujer está hecha para servir al hombre y darle hijos, como los cacicazgos. O, también en el abuso de algunos grupos de poder sobre las familias pobres».
Las provincias con más altas frecuencias de uniones infantiles entre los 14 y los 17 años son Misiones (7,2%), Chaco (6,9%), Formosa (6,4%), Santa Fe y Entre Ríos (5,4%), Santiago del Estero y Corrientes (5,3%), Salta (5%) y La Rioja (4,9%). Pero en algunas localidades, como por ejemplo Ramón Lista, el límite de Formosa y Salta, la proporción de matrimonios y uniones infantiles trepa a más del 15%.
«En algunos grupos y colectivos está bien visto –dice, desde España, Evangelina Martich, consultora externa de UNFPA y profesora asociada de la Universidad Carlos III de Madrid–. Hay una idea subyacente en las familias: “La casamos, la salvamos”, así que no se lo ve mal. No se lo celebra como en la India, pero está aceptado culturalmente».
Junto con la pobreza y los bajos niveles de educación, factores étnicos y migratorios hacen imprescindible una mirada interseccional. «La mayoría se convierte en madre porque no sabe o no puede usar métodos anticonceptivos o pedirle el uso del preservativo al varón –afirma Bianco–. Son parejas con mucha diferencia de edad y de poder. Estas uniones también aumentan el riesgo de sufrir violencias de todo tipo. Incluso, femicidios». Efectivamente, desde 2017 a 2019 se registraron en el país 605 femicidios, de los cuales el 12%, es decir, 72, eran adolescentes de 14 a 19 años.
La investigación de FEIM consigna que entre las menores de 14 años son más frecuentes el abuso y las violaciones en el propio hogar. «Si de ahí deriva una maternidad –añade la presidenta de FEIM– esa niña debe convivir con padres, padrastros, tíos, abuelos, hermanos o primos, y queda entrampada en relaciones incestuosas y endogámicas, que se repiten generación tras generación».
Las oportunidades
El proyecto que desarrolla FEIM con el apoyo del Fondo Fiduciario de ONU Mujeres para la Lucha Contra la Violencia promueve generar información actualizada e intervenciones. Junto con la visibilización del tema, que aún no está en la agenda pública, son necesarias medidas que, si buscan ser efectivas, deben bajar al territorio. Evangelina Martich, que a través de PNUD lleva adelante un mapeo de costos para determinar de qué manera podrían los Estados de América Latina y el Caribe prevenir este fenómeno, dice que mantener a las niñas y adolescentes en el sistema formal de educación es fundamental. «En Centroamérica –explica Martich–, se dotó a las niñas y jóvenes de bicicletas para que pudieran llegar a la escuela y eso ayudó a que cursaran su año. Otra opción es entregarles laptops o transferencias condicionadas a su asistencia a clase. También, la educación informal. En un barrio, un club, una comunidad, implementar mecanismos para que las niñas participen y trabajen el empoderamiento».
«Argentina tiene un buen marco normativo, derechos, inclusión, diversidad. ¿Cómo lo bajamos en una política? –se pregunta Correa–. Son importantísimos la escuela, la Educación Sexual Integral (ESI), la atención médica. Una chica de 15 años que va por su segundo embarazo debe encender una alarma. Hay que trabajar en los lugares más lejanos. Si llegan para hacer campaña, también pueden llegar para difundir y dar derechos».