30 de julio de 2025
Los problemas económicos disparan cada vez más casos de ansiedad, depresión y estrés. Los especialistas advierten el incremento y alertan sobre el abandono estatal que sufren las áreas destinadas a la contención.

Recortes. Los centros de atención están desbordados de consultas y sufren la falta de profesionales e insumos.
Foto: Patricio Murphy
El impacto de la crisis económica en la salud mental no solo aparece en la consulta médica: está ahí, en el aire. Puede ser la pelea de tránsito, la ira inesperada del que parecía tranquilo o el silencio resignado de quien normaliza no tener ganas de nada. Puede llamarse ansiedad, depresión o síndrome del quemado. A veces es cansancio excesivo o falta de energía. Otras, muchas otras, pura preocupación e insomnio que se vuelve pesadilla. Pero está ahí. Acá. Es un estado emocional y colectivo que, coinciden los especialistas, crece con fuerza en consultorios públicos y privados y flota como una epidemia de aristas variadas.
«Nuestra salud mental depende directamente de las condiciones socioeconómicas en las que vivimos», dice Pablo Cutrera, psiquiatra en el hospital San Martín de La Plata, el centro público más importante de la provincia de Buenos Aires y donde, según el médico, aumentan «cuadros como la ansiedad y la angustia o casos más complejos como los intentos de suicidio, que revelan en su mayoría ánimos sociales de desesperanza, frustración y falta de proyectos». Además, alerta, se nota en el día a día «un incremento de consumos problemáticos y de adicciones relacionadas a las apuestas».
Acaso como un correlato de las distintas señales que emite el drama, la psicoanalista María Manso, que trabaja en el sector público y atiende también en consultorio privado, asegura que ahora son más las personas que «piden entrevistas cada quince días o pagan con retraso, cuando eso era un tema ya saldado». Lo paradójico de la situación, razona, es que «hay mayor necesidad de atención, pero no puede sostenerse por una cuestión económica».
El drama está ahí y muestra sus particularidades en cada ámbito. En las sesiones del consultorio privado, revela Manso, «empieza a introducirse el tema del dinero en personas en las que eso no era un problema, y aparece incluso la necesidad de trabajar más». Y en el sector público, agrega, servicios que tenían tres o cuatro semanas de espera se van espaciando hasta llegar a los dos meses. «La razón es que la gente es despedida y queda sin obra social –apunta–, además de que las propias obras sociales disminuyen la amplitud de sus coberturas».
Lo que señala Manso entra en sintonía con la mirada de la psicoanalista Alicia Paroni, especialista en psiquiatría y psicología pediátrica, quien advierte que la crisis ataca no solo a las personas sino a los organismos afectados por los recortes. «En lo privado es más difícil poder pagar la sesión o el copago que exige la obra social, que aumentó de manera desconsiderada y obligó a que muchos debieran darse de baja –señala–, mientras que en lo público los centros de salud están desbordados de consultas y sufren la falta de profesionales y de insumos».

Termómetro psicosocial
El testimonio de quienes dan su voz de alarma se torna desolador al contextualizarlo en un paisaje donde los ataques que recibe la salud pública por parte del Gobierno nacional son moneda corriente. En lo que hace a esta área precisa, uno de los últimos recortes recayó en las llamadas «Risam» (residencias de formación que nuclean a profesionales de distintas disciplinas en salud mental y que se desarrollan en la red de salud pública de todo el país): dejó sin presupuesto para este 2025 a decenas de centros que dependían del financiamiento del Estado.
«Casos como el del Garrahan o el Bonaparte son ejemplos de un desfinanciamiento que atraviesa a todo el sistema –aporta Cutrera-. El sector público absorbe mayor demanda por la gente que pierde su empleo y por quienes no pueden seguir pagando la consulta particular. Esta situación se combina con políticas de recorte a nivel nacional que derivan en una gran sobrecarga de trabajo».
El drama también tiene antecedentes que alarman: la debacle del 2001, por ejemplo, causó angustia, estrés postraumático y un 18% de incremento de suicidios. Y la pandemia del covid provocó un aumento del 46% en los casos de ansiedad, y 25% en los de depresión. Esta crisis no parece más benévola: hace poco, de hecho, el Observatorio de Psicología Social de la Universidad de Buenos Aires presentó el «Termómetro psicosocial y económico» y el dato más relevante fue que el 72% de los encuestados cree que sus problemas económicos afectan a su psiquis. El trabajo también reveló que el 70% considera que el país está en decadencia y que un 41% tiene miedo a perder su trabajo.
Los números representan un diagnóstico general donde la salud no pasa factura solo frente al psiquiatra o al psicoanalista sino también en los consultorios de al lado. «Paralelamente a las consultas de las diferentes áreas de salud mental –dice el médico clínico Diego Bares, jefe de Servicio en el San Martín y profesor en la Universidad Nacional de La Plata–, en nuestros servicios vemos un incremento notable de reagudizaciones del síndrome de intestino irritable, de cefaleas originadas por tensión y de insomnio. Además, sobre todo en los últimos seis años, diagnosticamos de cuatro a seis veces más cuadros de hipertensión arterial en pacientes menores de 50 años, tres veces más cuadros de cardiopatía isquémica (infarto) y cuadros de arritmias, generalmente vinculadas al exceso de hormonas producidas por el distrés».
Si bien hay antecedentes, los especialistas consideran la crisis actual acaso más inquietante que otras. «En el ámbito privado algo parecido fue lo que ocurrió entre 2016 y 2017 –opina Manso–, pero esto es mucho más profundo. Se percibe una desazón e impotencia que no había antes». Paroni, por su parte, le incluye al cuadro un agravante de estos tiempos: el exceso de virtualidad. «Esta crisis llega en un momento donde el contacto y la interacción social está alterado y donde la vida transcurre en las redes», analiza, y ejemplifica con la desmesura cotidiana que se vive en el plano de lo virtual. «Ante el anuncio de un recorte económico –marca– se ataca al damnificado que opina sin saber si es un niño, un anciano, un discapacitado o una persona que sufre. Se lo ataca con una violencia feroz. En esta guerra virtual se le dice al otro cualquier cosa, con o sin sentido, vía tweet, sin una discusión profunda, cancelando su opinión solo porque piensa distinto. Y la salud mental no está fuera de este contexto».
Está ahí. En el clima de época y en el relato de quienes lo viven a diario, en la trinchera de los consultorios. También en las encuestas que lo ponen al descubierto. A veces es un grito. O un silencio que trona desesperación. El impacto de la crisis en nuestra salud mental puede tener el nombre que tenga y nublar los pensamientos de la forma menos pensada, pero todos coinciden en el diagnóstico: está ahí y crece. No deja de crecer.