Sociedad

Sensatez y sentimientos

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Las consecuencias emocionales se hacen sentir especialmente en algunos grupos más vulnerables: el personal sanitario, los ancianos, los chicos, las mujeres y quienes enfrentan la peor situación económica. El desafío de lidiar con la incertidumbre.


Confinados. Gran parte de la población mundial, en casa para frenar los contagios. (Télam)

Desde marzo de 2020, cuando la pandemia de coronavirus comenzó a extenderse por todo al planeta, un tercio de la población mundial fue puesta bajo alguna forma de aislamiento para evitar el avance del virus y salvar vidas. Y ese drástico viraje en la vida cotidiana de millones causaría, en forma inevitable, un impacto en la salud psíquica de las personas.  
«Tener incertidumbre en este momento es prácticamente un acto de normalidad.  Sí es un problema la negación, que en medio de una pandemia se llame a marchas o a fiestas», enfatiza la psicóloga Alicia Stolkiner, titular de Salud Pública y Salud Mental de la Facultad de Psicología de la UBA, integrante del Comité de Expertos que asesora al Ministerio de Salud de la Nación.
Claudia Borensztejn, médica y presidenta de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) dice que debido a que hasta fines de julio no eran posibles las sesiones presenciales, la APA abrió una línea gratuita a la que se accede online (www.apa-covid-19.com) que recibió miles de consultas.
«Los pacientes siguen orientándose más a las formas remotas de atención –dice la psicoanalista–. La gente tiene temor y para el analista seguir el protocolo implica un consultorio grande, para dejar dos metros de distancia, atender con barbijo, higienizar el espacio entre paciente y paciente, así que lo presencial se deja para casos especiales. Ahora nos preocupan los adultos mayores, que perdieron contacto físico con sus afectos y también los chicos, que en muchos casos se niegan a salir de sus casas. Puede ser difícil reinsertarlos en la escolaridad. Deberá ser un proceso gradual y muy pensado».
«No estoy muy de acuerdo en hacer pronósticos catastróficos sobre lo que va a venir –dice Luciano Lutereau, psicólogo y psicoanalista–. Lo que vendrá es incierto. No existe un trastorno mental típico de la cuarentena, un equivalente a la neurosis de guerra».
Sin embargo, Lutereau reconoce que un grupo especialmente afectado son los profesionales de la salud para quienes, después del primer tiempo de aplausos, hay un panorama de desvalimiento. Otro grupo en riesgo son las familias que sufrieron la pérdida de algún integrante por COVID-19, muertes producidas en la gran mayoría de los casos en aislamiento y soledad, lo que puede causar duelos traumáticos.

Sobrecargadas
Cuando en épocas normales pasaban juntas algunas horas por día, el aislamiento hizo que muchas familias convivieran todas las horas de todos los días de la semana en un espacio físico insuficiente, sin rutinas y con desorganización.
La situación exacerba disparidades de género. Carla Majdalani, coordinadora de Iniciativa Spotlight para la ONU Mujeres, indica: «Más del 60% de las mujeres sienten mayor sobrecarga en todas las tareas del hogar, incluidas las tareas escolares de los hijos. La única actividad donde los varones participan más es en hacer las compras, que implica una salida del hogar y refuerza el confinamiento femenino».
Según datos del Observatorio de Género de la concejal rosarina Norma López, hasta fines de julio se habían reportado 186 femicidios y en el 65% de los casos las víctimas tenían o habían tenido una relación íntima con el femicida.
Para Martín Etchevers, titular de Psicología clínica, Psicoterapias, Emergencias e Interconsultas en la Facultad de Psicología de la UBA, son los niños en realidad los más expuestos al maltrato en el hogar. «La falta de escuela genera la pérdida de la primera evidencia que puede echar luz sobre el problema», advierte.
Una encuesta que Etchevers dirigió para el Observatorio de Psicología Social Aplicada (OPSA) de la Facultad de Psicología de la UBA revela que los jóvenes y adultos jóvenes (hasta 29 años) «sufren más incertidumbre sobre vivienda, inserción profesional, laboral. Suelen tener parejas menos consolidadas, embarazos o niños pequeños. En Argentina, además, los niveles de pobreza son más altos en esta edad».
Es entre jóvenes y adultos de mediana edad donde más creció el consumo de alcohol. Una encuesta del Instituto Gino Germani de la UBA reveló que el 45% de las personas de 18 a 44 años había cuadruplicado su consumo. También se cuadruplicaron los nuevos ingresos por consumo de drogas a Narcóticos Anónimos (N.A). «Tenemos una línea abierta las 24 horas, online, siempre disponible (www.na.org.ar)», informa Ramiro R., vocero de la institución.

Dificultades y oportunidades
«Con el avance del aislamiento y la pandemia, se consolidó la tendencia de que el padecimiento psíquico va de la mano del problema económico. La incertidumbre, la ceguera de futuro aparecen especialmente entre los más jóvenes», afirma Gustavo E. González, director del OSPA.
Etchevers dice que las redes sociales pueden ayudar. «Así como entrás a internet y el algoritmo sabe que sos consumidor de esto o lo otro, se pueden consumir mensajes saludables. Hay ejercicios de meditación, de empatía, autotests sobre estrés. Muchos los consideran tontos, y sin embargo en otros países dieron buenos resultados».
El contacto con los afectos y amistades vía remota también mejora las consecuencias del aislamiento. «Hay muchos vínculos que tienen más relación ahora que antes –afirma Stolkiner–. Mucha gente no la lleva mal estando sola, depende de la personalidad».
La «nueva normalidad» requerirá esfuerzos de adaptación. «Así como el VIH cambió nuestros comportamientos sexuales, este virus cambiará nuestros comportamientos sociales», reflexiona Borensztejn. «Esto no va a terminar rápido –agrega Stolkiner–. Hay un nivel de sufrimiento importante por la situación, pero no significa que deba producir daños psíquicos permanentes».
Lutereau, en ese sentido, ve que el aislamiento también abrió oportunidades. «A medida que pasaron los días fueron diluyéndose las reacciones ansiosas y apareció más la angustia –afirma–. Personas que hasta el inicio de la pandemia vivían para su trabajo y nada más, hoy, después de todos estos meses, empezaron a redefinir, a repensar algunos intereses. La angustia, en ese sentido, es un motor».

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