Sociedad

Tatuajes que sanan

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Desde hace años un tatuador dibuja pezones y aréolas a mujeres que atravesaron un cáncer de mama y debieron someterse a una mastectomía. Lejos de representar algo frívolo, verse bien frente al espejo también es considerado un derecho de las pacientes.

Juntos. Staropoli con algunas de las mujeres a las que ayudó a mejorar su calidad de vida.

Cada año se diagnostican unos 21.800 casos de cáncer de mama en el país. Detectar a tiempo la enfermedad sigue siendo la mejor herramienta, ya que el pronóstico, como las chances de curación, dependen del estadio en que se encuentre el tumor.
Así, según explica Lorena Lainati, subjefa del Servicio de Oncología del Municipio de San Isidro, «si el tumor no salió de la mama cuando se lo detecta, las chances de que la mujer esté viva a los cinco años son del 99%. Ahora, si sucede cuando el tumor afectó también algún ganglio de la axila, el porcentaje se reduce al 85%, pero si el cáncer ya avanzó a otras áreas del cuerpo, lo que se conoce como metástasis, el pronóstico es más desfavorable».
Una de las cuestiones que más impactan a las mujeres con cáncer de mama es su imagen corporal ante la caída del pelo y otros efectos del tratamiento con quimioterapia, y en aquellas que deben someterse a una mastectomía, la extirpación completa de una o ambas mamas.
Para Lainati, verse bien es un derecho: «una mujer que está luchando por vivir, pero que además perdió una mama, realmente siente que está perdiendo partes de su cuerpo. Hoy las mujeres pueden acceder a la reconstrucción mamaria en los hospitales públicos, pero no se les da ni el expansor, para generar espacio en piel que necesitan, ni la prótesis. Hay que corrernos del lugar de que reconstruir nuestra imagen y esa identidad femenina es frívolo; no lo es, es un derecho».

Recuperar el cuerpo
Diego Staropoli es tatuador desde hace casi 30 años y su acercamiento al cáncer viene de su historia familiar. Tanto su abuela como su madre y su tía tuvieron cáncer de mama.
«Mi vieja tuvo una cirugía conservadora, pero mi abuela no corrió con esa suerte; recuerdo que ella tenía un corpiño relleno de alpiste, en esa época no existían las prótesis. Un día me llega un mensaje por Facebook de una persona que me decía que había un tatuador en otra parte del mundo que por el día de cáncer de mama elegía a un grupo de mujeres y les hacía la reconstrucción de la aréola mamaria de forma gratuita. Me preguntó por qué no lo hacíamos nosotros, mi respuesta fue que desconocía esta cuestión. Decidí entonces preguntarle sobre el tema a mi vieja y me dijo que a ella le daba vergüenza verse al espejo después de la cirugía, se bañaba con musculosa. Saber eso fue lo que necesité para empezar a hacer la reconstrucción de las aréolas mamarias», relató Diego recientemente, en oportunidad del lanzamiento de una campaña que subraya la importancia de la imagen luego del cáncer de mama y que lo tiene como protagonista.
Actualmente, Staropoli, desde Mandinga Tatoo y a través de la iniciativa bautizada «el club de las tetas felices» lleva tatuadas más de 1.000 mujeres en forma gratuita. Lo que hace es tatuar en 3D las aréolas y el pezón a las mujeres que pasaron por una reconstrucción mamaria tras una mastectomía.
Lo que sienten las mujeres que pasan esta experiencia de tatuarse queda resumido en la experiencia de algunas de ellas, como Andrea Bazar (42), a quien le detectaron cáncer de mama a los 25 años y tuvo que hacerse una mastectomía. «Me sentí mutilada. A partir de ahí empecé a sentirme incompleta, rota. Nunca había entrado a un lugar de tatuajes, estaba súper nerviosa. De pronto, Diego me dice “ya terminé”, y cuando me miré al espejo me largué a llorar, no podía creer lo que sentía en ese momento. El tatuaje me devolvió mi cuerpo completo», señaló.
Quien pasó por una experiencia similar fue Lidia, la primera tatuada por Staropoli. «Es muy fuerte cuando te hacen una mastectomía; a mí me operaron en 2007 y en 2018 me hicieron la reconstrucción. Un día mi hermana me llama por teléfono diciéndome que había alguien que tatuaba pezones, yo no quería saber nada, pero por darle el gusto a ella fui. Recuerdo que entré, me senté y dije “que sea lo que Dios quiera”. Cuando Diego terminó, me dijo mirate al espejo –concluye–, y es como les pasa a todas, lo abracé. Le estoy muy agradecida».

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