Sociedad

Territorios de exclusión

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Para la destacada socióloga holandesa, ya no alcanza con hablar de desigualdad: nuevas y brutales formas de expulsión dejan a sectores cada vez más vastos de la población al margen del empleo, el consumo y el hábitat. Una cartografía del capitalismo.


Pensamiento crítico. El año pasado, Sassen participó del foro organizado por Clacso. (Alessandro Albert/Getty Images)

Saskia Sassen dijo su primera palabra a los 2 años. Recuerda que fue «luna». Estaban viajando con su familia desde La Haya hacia la Argentina, y la fluorescencia de aquella forma blanca en el cielo de un mar abierto era deslumbrante. Luego vendrían los años de Córdoba y la casa blanca en el campo. Su padre, un periodista y actor holandés, adquirió una planta de celulosa, pero la pequeña empresa terminó resultando un desastre y los obligó a probar con Buenos Aires. Allí, en la casa de la localidad bonaerense de Florida, es donde los domingos recibían la visita de Adolf Eichmann, uno de los principales responsables e ideólogos del Holocausto. Es que, además de su afición por las artes, Willem Sassen se había alistado en Europa a las SS y aquí en la Argentina tuvo vínculo con varios miembros del círculo nazi. Sin embargo, Saskia, una de las principales referentes de la sociología contemporánea, se muestra un tanto renuente a hablar el tema en las entrevistas. Para entonces no llegaba a los 10 años y tiempo después viajó sin su familia a Italia, comenzando un itinerario que incluyó a Francia y finalmente a Estados Unidos, donde realizó su doctorado y en 1991 publicó uno de sus principales trabajos: La ciudad global.
El pensamiento de Sassen se ha esforzado por construir una verdadera cartografía del capitalismo, en la que las grandes ciudades se vuelven el tejido más efectivo y representativo de sus lógicas. En su opinión, el grado en el que avanzó la globalización ha sido sistemático, al punto de que hablar de desigualdad ya no es suficiente. Ella prefiere utilizar el término «expulsión». «La desigualdad es un término que funciona bien, pero también oculta algo que no se debería ocultar. Por un lado, que todos los sistemas complejos en sociedades como las que hemos conocido a través de los siglos y en diversas épocas históricas van a tener desigualdad de algún tipo. Y, por otro, entender que la desigualdad destruye a la gente, a un pueblo, a un vecindario y a los proyectos sociales».

El fin del progreso
Dueña de una enorme candidez, después de dialogar con Acción en Buenos Aires, accedió a continuar la conversación por correo electrónico desde Nueva York, donde actualmente vive con el sociólogo Richard Sennet y es profesora de la Universidad de Columbia. «Esta vez me quedo un tiempo muy breve, con muchas actividades», explica. Y es cierto. Fue invitada por Clacso para participar del Foro de Pensamiento Crítico realizado en Buenos Aires el año pasado. Allí recibió además un reconocimiento especial por su trayectoria intelectual.  
–Si tuviéramos la tarea de enunciar el principal problema social que supuso la globalización, ¿cuál sería?
–En Occidente hubo una época, en una buena parte del 1900, donde había desigualdad, pero al mismo tiempo cada uno de los sectores sociales iba mejorando su situación. Tal vez no cada fábrica o cada hogar, pero sí la gran mayoría. Y eso, esa posibilidad de ganar bienestar para la familia y los hijos, era más importante para las clases económicas modestas que el hecho de que los ricos se volvían aún más ricos. Hoy en día, lo que vemos es que más y más componentes de las clases trabajadoras y de las clases medias modestas van perdiendo terreno, es decir crecientes mayorías, y ahí entra entonces el análisis que desarrollé en el libro Expulsiones: Complejidad y brutalidad en la economía global.
–Que con hablar de desigualdad no basta…
–Un elemento del análisis plantea justamente que no es suficiente simplemente con decir que hay desigualdad. Hay que poner el énfasis en lo más importante: estamos ante una división que brutaliza de maneras extremas. Una parte de la clase media se ha vuelto más rica de lo que jamás esperaba y la otra mitad se ha empobrecido enormemente, cuando esperaba, por el contrario, que paso a paso les iría mejor, como sucedió mayormente desde 1900 hasta la década de 1980. En las grandes ciudades globales del mundo, hoy en día hay un 30% de clases medias que se han vuelto riquísimas, es decir, suficientemente ricos como para sentir el efecto en el espacio urbano. Esto se traduce, por ejemplo, en el tema de la vivienda: cuatro o cinco familias modestas que compartían antes una vivienda fueron todas expulsadas para que uno o dos de esta nueva rica clase media adquirieran un espacio enorme y de lujo.
–¿Cómo revertir ese escenario de desigualdad cada vez mayor? Al respecto, en sus trabajos ha hecho hincapié justamente en la necesidad de cierta apropiación territorial frente a esta «pérdida de hábitat».
–Sí, creo que en más y más casos, lo que estamos confrontando no es simplemente la cuestión de la vivienda. En mis investigaciones veo algo más decisivo, muy alarmante, que emerge hoy en diversas situaciones. Por un lado, esto que llamo una vasta pérdida de hábitat, que se plantea a través de factores reconocidos –como la expansión de las ciudades o la cuestión extractiva, con las actividades mineras– y factores que no se mencionan suficientemente –como la muerte de las tierras y del agua debido al uso de químicos y prácticas de cultivo que no consideran mantener la vida de la tierra. Por otro lado, una consecuencia de estos procesos que nunca se suele mencionar es la masa creciente de inmigrantes que son expulsados de sus tierras por medio de estas modalidades corporativas. La llegada de muchos de Honduras y de El Salvador al borde sur de Estados Unidos no solo se explica porque quieren una vida mejor. Es también porque han sido expulsados de sus tierras, amenazados por los ejércitos privados de los grandes terratenientes.
–En varios de sus últimos artículos se detiene en estos ejemplos.
–Sí. Citemos cuando la patrulla fronteriza de Estados Unidos fue tomada por sorpresa cuando unos 63.000 menores no acompañados, la mayoría de Centroamérica, cruzaron la frontera sur. Entre el 1º de octubre de 2013 y el 31 de julio de 2014 la cifra fue casi el doble que en años anteriores. La explicación dada por los niños fue «la violencia», en referencia a la violencia en las ciudades. El miedo los llevó a cruzar todo México para llegar a los Estados Unidos. Y es que la mayoría de sus padres estaban muertos o en prisión.  
–Como señalaba al comienzo, un punto central son las clases medias, que, sin embargo, a su vez se convierten en la base de ascenso de las derechas como sucedió en Brasil. ¿Cómo explicar este fenómeno?
–La verdad es que es un tema para el que tengo más preguntas que respuestas. En el caso de Estados Unidos y el Reino Unido, vemos el auge de ciertos actores económicos que van acaparando más espacio. En mi lectura, el rápido auge y empoderamiento de las altas finanzas generó también un auge en el crecimiento y en la concentración de valores, y esto se traduce en lo que piden y demandan, incluso en cuanto a leyes que favorecen al sector de los ricos.

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