Sociedad

Téster de violencia

Tiempo de lectura: ...

Los haters u «odiadores seriales» proliferan en Twitter, Facebook y otros espacios. Carentes de cualquier tipo de empatía, eligen como blanco a personajes ignotos o famosos y los bombardean con comentarios plagados de racismo, misoginia y homofobia.


Cada vez más. Según el INADI, el odio digital creció un 30% en un año. (Kala Moreno Parra)

En 2014, luego de una incansable búsqueda, Estela de Carlotto informaba que el nieto recuperado número 114 era Ignacio Montoya Carlotto. La presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo había tenido que esperar 36 años para, al fin, poder abrazar a su propio nieto. Su emoción se contagió a cientos, a miles. Otros, sin embargo, usaron las redes sociales para expresar sus pensamientos cargados con una alta dosis de violencia y cinismo. Del mismo modo, sobre la multitudinaria marcha convocada por el colectivo Ni una Menos, sobraron los comentarios violentos. «Todas esas que van a la marcha son una manga de inviolables, no merecen respeto alguno estas pelotudas», publicó un tal Horacio, por ejemplo, en el foro de lectores al pie de la noticia del diario La Nación. Tras la derrota de uno de los partidos que la selección argentina jugó por las eliminatorias al Mundial de Rusia, en alusión al capitán del equipo, un usuario de Twitter lanzó: «Ojalá te partan las piernas, nos arruinaste tres finales, delincuente, condenado».
Al parecer, nada ni nadie se salva de los llamados haters. Se trate de famosos o no, de cuestiones trascendentes o triviales, todo puede ser blanco de estos odiadores seriales. La web está plagada de mensajes profundamente agresivos, algunos con contenidos misóginos, racistas u homofóbicos y otros, irrespetuosos e insensibles frente a cualquier postura social o política ajena a la propia. En este sentido, el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) alertó que el problema del «odio digital» creció en un 30% durante el último año. De todas las redes sociales disponibles, Facebook y Twitter son las preferidas a la hora de publicar este tipo de posteos.  
Cabe aclarar que este no es un fenómeno privativo de nuestro país. En el libro Humillación en las redes, el escritor y documentalista galés Jon Ronson recopiló historias de personas comunes que fueron «destrozadas» luego de un tuit desafortunado o simplemente mal entendido.  Las víctimas de estos linchamientos  le hablaron de depresión, ansiedad, insomnio y hasta de pensamientos suicidas. Hay también quienes fueron despedidos de sus trabajos por esta presión mediática. Ronson sostiene que, en un principio, Twitter era como un lugar donde las personas que creían no tener voz pudieron constatar que no solo tenían voz, sino que también esta era poderosa y elocuente. «Si los poderosos hacían mal uso de su privilegio, podíamos pillarlos. Era como la democratización de la Justicia. Las jerarquías se estaban nivelando. Pero esto se empezó a poner raro cuando se les siguió pegando a quienes ya estaban en el piso, derrumbados. Estamos perdiendo nuestra capacidad de empatía. Creo que Twitter es básicamente una prueba de aprobación mutua. Nos rodeamos de personas que se parecen a nosotros y nos aprobamos de manera recíproca. Y si alguien se interpone en el camino, lo echamos», explica Ronson.

Zonas de confort
El sociólogo polaco Zygmunt Bauman, autor de Modernidad líquida, entre muchas otras obras, y uno de los analistas más lúcidos de los efectos de las sociedades globalizadas e individualistas, aportó su crítica mirada al respecto. «Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino, por el contrario, para encerrarse en zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz. La gente falla en aprender las verdaderas habilidades sociales que permiten tener una interacción sensata».
Las llamadas redes sociales son el vehículo, el medio que se tiene a mano para expresarlo, pero no son la razón del odio. Eva Perón falleció a los 33 años tras luchar infructuosamente contra un cáncer de cuello de útero. Los días posteriores a su muerte, en una pared de Buenos Aires, una pintada decía «Viva el cáncer». Y en 1952 el universo de lo virtual estaba muy lejos de ser una realidad.
La empatía es esa habilidad, tanto cognitiva como emocional, que permite que los individuos sean capaces de ponerse en la situación emocional de otro. En la década del 90, las neurociencias determinaron que en este proceso intervienen unas neuronas llamadas espejo o Gandhi –en referencia al líder pacifista indio– que facilitan las conductas prosociales. «Las tres cuartas partes de las miserias y malentendidos en el mundo –dijo Gandhi– terminarían si las personas se pusieran en los zapatos de sus adversarios y entendieran sus puntos de vista».