Sociedad | ENTREVISTA A NORA MERLIN

Todo odio es político

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Susana Cella

La psicoanalista pone los afectos en el centro de la escena para entender el funcionamiento del neoliberalismo. Su último libro.

Foto: Jorge Aloy

Como psicoanalista, Nora Merlin desarrolla una continua investigación que ha venido plasmando en una serie de ensayos (Populismo y Psicoanálisis, Colonización de la subjetividad, Mentir y colonizar, en una prolífica sucesión desde 2014, a la que suma ahora El despertar afectivo: hacia un amor político) en torno a cuestiones que bien pueden resumirse en las relaciones que se establecen entre la política y el psicoanálisis y, en relación con él, sobre los dilemas de la subjetividad en tiempos del neoliberalismo.
–Es destacable en tu último libro que abordes de manera directa, sin eufemismos, el tema del odio. ¿Qué te motivó a erigir ese concepto y sus modos de manifestarse en el contexto actual como núcleo de esta investigación? 
–Este libro examina los afectos antipolíticos y los afectos políticos; sostengo que el amor político se opone al odio antipolítico. Su impacto tiene que ver con la crisis que padecemos hoy. Erigirlo en una categoría principal de estudio implica desnudar el funcionamiento de la sociedad neoliberal con su nefasta consecuencia de la colonización de las subjetividades. El odio político se opone obviamente al amor, a su valor político ineludible en la construcción de una voluntad popular nacional y democrática.
–¿De qué modo se articulan los afectos con la política?
–Colocar en un lugar central el tema de los afectos en la política retoma el camino que Freud propone en el famoso giro que, en su teoría, significó Más allá del principio del placer. Nuestro punto de vista es que los afectos no están fuera de la experiencia política, por lo que no hay que negarlos, reprimirlos ni disciplinarlos, sino incluirlos y ponerlos a trabajar. En 1920, Freud vio que tener en cuenta la pulsión de muerte le abría una línea de trabajo fundamental respecto de los sujetos y los pueblos: el odio, la guerra, el masoquismo y la repetición del trauma singular y social. La pulsión de muerte es una pulsión desintegradora, cuando se dirige al exterior se expresa como odio, cuando se vuelve contra el sujeto es sacrificial, masoquista. 
–¿Cómo es la relación entre neoliberalismo y odio?
–El neoliberalismo es un dispositivo acéfalo, tanático, ilimitado, que erosiona todo dique, lazo social y discursos. En cuanto a lo afectivo, el odio es su modo de tramitar las diferencias. Rechaza los límites y la dimensión política y social a la vez que instiga al individualismo. El conflicto político rechazado retorna como odio. El neoliberalismo busca asentarse en el poder mediante la eliminación de lo heterogéneo y del otro. Utiliza la táctica del «enemigo interno»: construye como enemigos a las mujeres, los inmigrantes, los militantes populares, los pobres, y desde ahí alimenta un odio que se sostiene en prejuicios. A ese otro/a se le atribuyen rasgos negativos de modo que sean objeto de rechazo y aversión. Las nuevas derechas surgidas de la expansión del neoliberalismo actúan no como pueblo sino como masa. Esta distinción es sustancial, la masa (el conjunto que actúa de modo acrítico, acatando aquello que el poder construye y difunde para manipular y someter al conjunto de la sociedad) es propia del fascismo tradicional, pero, si examinamos el modo de funcionar del neoliberalismo, es evidente que también apela a la masificación destruyendo toda posibilidad de cuestionamientos y promoviendo la adopción de creencias y pautas que los sujetos internalizan, por tanto es el mismo paradigma; esto me permitió establecer vinculaciones y afirmar que el neoliberalismo es la continuación del fascismo por otras vías, en ambos casos sobre la base del cultivo del odio. 
–Otro significativo concepto es el de cuerpo, ¿se trata de destacarlo visto desde una perspectiva psicoanalítica y por tanto en relación con las consideraciones que hacés respecto de las formas de la subjetividad en la etapa neoliberal?
–No solo es la economía la que sostiene la reproducción del discurso capitalista, sino también la ideología neoliberal que promueve el goce singular en todo lo que concierne al sujeto, al modo en que concibe su cuerpo, a sus actos y sentimientos. Cuando trabajé en Colonización de la subjetividad me atravesaba una pregunta: ¿por qué las personas votan en contra de sus intereses de clase o raza, en contra de sus derechos, etcétera? En este aspecto me parece primordial pensar en las formas sutiles de dominio utilizadas por el poder. Supo imponer ideales de consumo, riqueza y libertad individual como fines supremos de la vida humana y logró que esos ideales no solo operen como mandatos sociales, sino que funcionen como una exigencia para el sujeto. Esos ideales devinieron imperativos, quedando el individuo neoliberal atrapado, coaccionado por sí mismo, en una búsqueda ilimitada de apropiación y acumulación. El odio, la adquisición de bienes materiales, el rendimiento ilimitado, el egoísmo, el narcisismo y la obediencia inconsciente constituyen modos de satisfacción propios de la subjetividad neoliberal. 
–¿Predomina hoy esa subjetividad como triunfo de la ideología neoliberal?
–El poder hace años que utiliza los afectos para manipular la subjetividad. En contrapartida, el campo popular se adormeció en un conservadurismo ideacional, así fue que se desvitalizó y desapasionó. Dejó de lado la dimensión afectiva en la política y esta renuncia funcionó como una colaboración inconsciente con el avance y triunfo de la hegemonía neoliberal. Entonces es necesario volver a construir la democracia, reinventarla, y para eso propongo el giro afectivo, del odio al amor. En la voluntad popular, aunque la repriman, hay un resto que insiste, un resto que es soberano, que no se representa, es el afecto, indispensable para la construcción popular.
–¿Cómo se puede caracterizar el amor político?
–Ese amor implica dar lo que no se tiene, lo que no entra en ninguna contabilidad ni cálculo, es lo que no se compra ni se vende; lo que resiste la lógica del discurso capitalista. Es imprescindible para que prevalezca la voluntad popular. No se trata de lo ilusorio, mentiroso o narcisista, no tiende al cierre ni al Uno, sino que reconoce al otro y se muestra capaz de construir lo común. 
–¿Considerás que el entramado que realizaste al hablar de singular-colectivo, soledad-común e individuo-sociedad contribuyen al logro de modificar el actual estado de cosas, según aparece destacado al final de cada uno de los capítulos?
–En esa trama la categoría «articulación» es fundamental para la construcción del pueblo como cuerpo social (cuerpo afectado y capaz de afectar). La articulación fuerza a soportar las preguntas que nunca cierran, «¿qué quiero en esta lucha?», «¿quién soy?». Entonces la identidad surge como algo que no se posee previamente, sino que emerge en la praxis como voluntad colectiva provisoria y abierta. Es necesario comenzar a pensar una nueva hegemonía que no mate lo singular. El amor político excede lo privado, es la «asunción» de una decisión que rechaza el odio en sus múltiples expresiones. Es una apuesta ético-política y una forma de vida, es un afecto que moviliza.

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