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Tomar las palabras

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Soledad Vallejos

La lengua también es nuestra, dicen desde la Academia Argentina de Letras, mientras la RAE pretende instalar la idea de que la lengua verdadera es la que hablan en Madrid. Neologismos, del lunfardo al rap.

APL. La organización fundada por José Gobello es sostenida con la cuota que pagan sus académicos de número.

Foto: Guido Piotrkowski

Cuando no hay una voz oficial propia, las intervenciones de instituciones extranjeras sobre las políticas lingüísticas se convierten en algo problemático. Por ejemplo, «la Real Academia Española (RAE) tiene un discurso de unidad en la diversidad, y sin embargo tiene operaciones a través de los diccionarios, que buscan instalar la idea de que la lengua de verdad es la que hablan en Madrid», explica el lingüista y lexicógrafo Santiago Kalinowski, integrante de la Academia Argentina de Letras (AAL). Por eso la publicación de diccionarios como el de «americanismos», dice, tiene su efecto: «Aun cuando uno no abre ese diccionario, que exista ya indica una idea fuerte y es que los dialectos son los que se hablan en América. Es decir, los “ismos” somos nosotros y la lengua es la de ellos», concluye Kalinowski. Y «es difícil competir con una institución tan poderosa como la RAE, que tiene una financiación de tres millones de euros al año», un número que en términos europeos quizá no sea inmenso, pero que dado el contexto local «abre un abismo». 

«Si un país no tiene su propia institución, que defienda a sus propios hablantes y esté atenta a sus propios fenómenos, hay muchos temas de política lingüística que los terminan tomando instituciones extranjeras como quieren y cuando quieren», señala Kalinowski, y añade que, «desde hace al menos tres gobiernos», las Academias Nacionales padecen un «estrangulamiento presupuestario» consistente año tras año. El especialista advierte que la AAL, en la que dirige el Departamento de Investigaciones, atraviesa un proceso de degradación presupuestaria que tiene consecuencias sociales, culturales, de geopolítica, porque «hay un impacto en no reunir nuestras propias palabras».

Hoy, las 21 Academias Nacionales argentinas trabajan con presupuestos mínimos. Dependen de la Secretaría de Educación, en la órbita del Ministerio de Capital Humano. Los algo más de 100 empleados de todas ellas están percibiendo alrededor del 20% de lo que fue su sueldo histórico. «Es muy difícil trabajar sin tomarse esa precarización como algo personal. En la AAL, la única variable que encontramos es reducir la jornada para que, por hora, nuestro salario se mantenga y tratar de ir a otros empleadores para subsistir, como dar clases en las universidades», comparte el especialista. 


Intereses y diccionarios
¿Para qué sirve, por caso, una Academia Argentina de Letras? Kalinowski repite un concepto que se vuelve clave: la importancia de «reunir nuestras propias palabras». «Es importante que exista un diccionario que reúna la expresión “ah, re”, que diga “esto se usa, es coloquial, tiene tal origen, está en el repertorio de lo que usamos quienes formamos esta comunidad en los límites de la República Argentina», porque «simbólicamente es muy fuerte». Cuando «la gente va al diccionario y ve que las palabras que usa están ahí, es muy diferente a si consulta el diccionario de la RAE, en el que la mitad de las palabras son del siglo XIX y la otra, de otro país». 

El exotismo tiene efectos porque «el mundo moderno usa el dominio del estándar para regular lo que valen las personas». Saber usarlo «es el signo visible que demuestra aptitud para cumplir roles, para administrar bienes en la sociedad», algo tan concreto como el hecho de que «si vos en un cv escribís con faltas de ortografía, perdés oportunidades». Por eso, «el contrapeso modesto que podemos hacer es tener una institución que tenga la independencia de proteger los intereses glotopolíticos del país».

También se mueve en esa lógica la Academia Porteña del Lunfardo (APL), una organización pequeña de la sociedad civil, sostenida con la cuota que pagan sus 30 académicos de número. Kalinowski llegó allí en 2020. «En plena tormenta del idioma inclusivo» lo convocó el poeta y filólogo Oscar Conde, quien ocupa el sillón número 1 de la Academia, el mismo que perteneció al fundador, José Gobello.

Como en toda academia, cada sillón homenajea a un referente del campo: el que Conde heredó de Gobello recuerda al autor y cronista (de culto) Benigno Baldomero Lugones; otros llevan los nombres del escritor Roberto Arlt (corresponde a la docente de Gramática Andrea Bohrn); el compositor Enrique Santos Discépolo (es el de la doctora en Música Marina Cañardo); el historiador Félix Luna (la historiadora Ema Cibotti); por nombrar solo algunos. También hay uno, el que ocupa Kalinowski, que lleva el nombre de un policía, Luis C. Villamayor, porque «los primeros en estudiar el lunfardo fueron policías: estudiaban el crimen y encontraron esto, y ahí apareció la asociación del lunfardo como jerga criminal».

La Boca. En su camino de más de un siglo, el lunfardo dejó las zonas marginales para circular a plena luz del día.

Foto: Shutterstock

Si en el habla se (re)encuentra una identidad social, se entiende que durante tres días consecutivos, más de medio centenar de personas se reunieran en sendos atardeceres en un espacio académico para escuchar sobre palabras propias, disfrutar tango, hojear libros. Fue un festival de tres jornadas con las que la APL celebró en su sede de Monserrat el día de esa habla popular y rioplatense, que tradicionalmente se asocia al tango aunque llegó a 2024 vivita y dejándose cantar en la escena de la música urbana. Si en ese camino de algo más de un siglo el lunfardo dejó definitivamente de ser un espacio pequeño del universo social, peligroso y de los márgenes, para ganar prestigio y circular a plena luz del día, el recorrido lleva a que «hoy es problemático decir que hablamos lunfardo». Si es la norma, parte de la conversación habitual, ¿cómo podría ser una dimensión diferente?

«Arrancó como neológica, por contacto de lenguas, fue prohibida, y si después pasó a estar disponible para todos los hablantes de Argentina, como pasa con un montón de palabras cotidianas, como “laburo”, no puede ser lunfardo», señala Kalinowski. Y sin embargo, a la vez, sí existe, porque hay una «neología actual» del lunfardo, fuertemente dinámica, que anima incluso hechos artísticos. Esa «neología actual interesa para el lunfardo. La Academia es también una plataforma para meterse con eso», tanto que el propio académico Conde, además de ser especialista en tango, sabe de nueva música urbana y escucha a Wos.

La historia del lunfardo «debería pasar del crimen a material lírico del tango, donde adquirió el prestigio que se le había negado previamente. Y de ahí, al teatro. Hoy esa historia nos empuja a ver cuál es la neología popular urbana hoy. Por ejemplo, la expresión “te quiero demasiado” es un típico movimiento de neología popular actual. Acá, en la APL, se mira eso pero inevitablemente volvemos sobre el tango por los intereses de la gente y por el peso histórico. Creo que podemos empujar el debate a la neología actual, que como la gente de clases populares que están creando expresiones no percibidos como actores sociales amenazantes, no se ve con sospecha. El rap hace mucho por llevarlo al centro de la escena. En rigor, hoy las clases populares crean expresiones y atrevidamente encuentran lugar en un género que se consume de manera masiva. Hoy hay un dique que ya no está, que el tango tuvo que romper en su momento y esto no».

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