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Un mundo sin abejas

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No solo producen miel: son responsables de la polinización de una gran variedad de plantas y su presencia es necesaria para que se produzcan frutos y semillas. La mortandad de millones de ejemplares en Córdoba encendió una señal de alerta.


En extinción. Desde hace décadas, las especies nativas están reduciéndose por la pérdida de biodiversidad y la aplicación de agroquímicos. (Gentileza Leonardo Galetto)

El tema no es nuevo. Ya en 2013 el editor internacional de la revista Time, Bryan Walsh, lo traía en su artículo «Un mundo sin abejas. El precio que pagaremos si no averiguamos qué está matando a la abeja de la miel». En la nota no solo hacía hincapié en la importancia de estos polinizadores, a los que reconocía como «los trabajadores no remunerados del sistema agrícola estadounidense, que agregan más de 15.000 millones de dólares en valor a la agricultura cada año», sino que advertía del riesgo de su desaparición.
A nivel local, la muerte de abejas melíferas fue noticia tras conocerse la desaparición de 70 millones de ejemplares en el valle de Traslasierra, en la provincia de Córdoba. Se cree, de acuerdo con los análisis del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA), que la causa habría sido el uso de pesticidas.
Según los especialistas, la vida de una colmena depende en gran medida del cuidado y del manejo que se haga de la misma en términos sanitarios, pero también del contexto en el cual se desarrolla, algo que afecta no solo a las especies manejadas por el hombre, sino también a las nativas.
«Hay abejas de la miel y también abejas nativas, Argentina tiene alrededor de 1.000 especies nativas, la abeja de la miel es europea, es exótica, el hombre la maneja y la multiplica porque da un rédito económico, entonces hay muchos medios de recuperar la pérdida anual de ejemplares. Muchas veces, cuando el apicultor descuida la sanidad de las colmenas, se producen pérdidas, todo depende de la calidad de los cuidados, pero también del contexto ambiental donde están colocadas esas colmenas. Por otro lado, la declinación de las especies nativas, que es la que más preocupa, viene ocurriendo desde hace décadas por la pérdida de bosques, de biodiversidad, por la aplicación de agrotóxicos al ambiente. Si seguimos así va a ser irreversible», sostiene en diálogo con Acción Leonardo Galetto, investigador superior del CONICET en el Instituto de Multidisciplinario de Biología Vegetal (IMBIV, CONICET-UNC).
La pérdida tanto de abejas melíferas como de especies nativas tiene un fuerte impacto sobre la producción de alimentos, ya que estos insectos, al igual que muchos otros, son responsables de la polinización de una gran variedad de plantas y su presencia es necesaria para que se produzcan frutos y semillas. «Cuando desaparecen los polinizadores también desaparece ese proceso invisible para la mayoría de las personas que es el ciclo reproductivo de las plantas; hay muchos cultivos, como el girasol, las habas, manzanas, peras, melones, sandías, zapallos, que dependen de los polinizadores en mayor o menor medida, algunas especies que consumimos dependen de ellos totalmente y otras parcialmente», asegura Galetto.
Para Pedro Kaufman, apicultor y secretario de la Sociedad Argentina de Apicultores (SADA), en 10 años disminuyó en un 50% la cantidad de apicultores en el país. «Esto no es porque el apicultor se haya dedicado a otras actividades más rentables sino porque desapareció la posibilidad de hacer apicultura de la misma forma que se hacía décadas atrás, porque desaparecieron los campos con flores por una mayor producción de soja y de maíz transgénico. Hace 30 años, en la provincia de Buenos Aires una colmena producía entre 70 y 100 kilos de miel por año, hoy cuando sacan 20 kilos, todos aplauden. Esto tiene que ver con cómo se destruyó el ambiente», señala.

Enjambres de drones
Pensar en un mundo sin abejas para muchos puede resultar inimaginable o incluso cercano a un futuro imaginado por la ciencia ficción, pero no lo es. Una muestra de esto es lo que ocurre desde hace varios años en muchas regiones de China, país productor de frutas como cerezas, manzanas, damascos o duraznos, todas especies nativas que debido a la increíble contaminación y polución ya no pueden reproducirse naturalmente, porque prácticamente no existen polinizadores allí. Como contrapartida, debieron recurrir a polinizadores humanos que van con una suerte de tubo de plástico donde está el polen y con un pincel lo esparcen en las flores, una por una. En ocasiones para realizar esta tarea es necesario trepar a los árboles y en algunos casos son niños quienes la llevan a cabo.   
«Cuando no hay polinizadores, el hombre debe polinizar a mano, pero este proceso es muy costoso y encarece mucho el producto final. Imaginemos que tenemos que polinizar las flores del zapallo que tiene flores masculinas y femeninas. No hay manera de que el polen llegue si no hay abejas que lo trasladen de una flor a otra. Algunos cultivos, como el trigo o el maíz, no dependen de los polinizadores, pero hay muchos otros que sí. La producción de alimentos en una dieta diversificada y balanceada necesita de ellos», advierte Galetto.
No solamente en China preocupa la desaparición de las abejas. En 2017, el Instituto Avanzado de Ciencia y Tecnología Industrial (AIST) de Japón puso en marcha el primer dron polinizador. En ese momento, Eijiro Miyako, químico a cargo del diseño, propuso la implementación de enjambres de drones para polinizar junto con las abejas.
Para Kaufman, un mundo sin abejas sería muy distinto al que conocemos. «Empezaríamos a sentir restricciones en las frutas y verduras, también en las plantas silvestres que consumen los animales. El problema es que, cuando hablamos con la gente de la industria que trabaja en biotecnología buscando alternativas frente a la ausencia de polinizadores, plantean que lo que se está haciendo es buscar semillas que no necesiten polinización. De este modo, es muy probable que sin abejas el mundo siga andando, lo que claramente va a pasar es que va a ser un mundo muy lejos de los alimentos naturales que conocemos. Estaríamos ante la presencia de materiales transgénicos, de los cuales desconocemos su evolución a futuro; las modificaciones genéticas hay que analizarlas a lo largo de los siglos y no a 10 o 20 años».
Diversificar los sistemas agrícolas y conservar la arquitectura verde es fundamental para garantizar la vida de los polinizadores, tal como lo advirtió en 2016 la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (ver recuadro). «Si, por ejemplo, tenés 10.000 hectáreas, no plantes solo girasol, porque así tenés un paisaje simplificado. Esas mismas 10.000 hectáreas se pueden dividir en parcelas de 1.000 y tener 10 cultivos distintos que van floreciendo en distintas épocas del año. Los polinizadores pueden vivir ahí, esto hace que la biodiversidad implique menor cantidad de agroquímicos en el sistema. Estamos trabajando con la secretaría de Medioambiente en bajar la información surgida de la Plataforma para llevarla a la región y propiciar que los legisladores piensen cuáles son las leyes necesarias para evitar algunos de los problemas detectados sobre la biodiversidad y los polinizadores», indica Galetto.
Para Kaufman, un punto no menos valioso es la producción orgánica de alimentos como forma de evitar la desaparición de los polinizadores y de las abejas en particular. «Orgánico no significa más caro, hay experiencias de producción agroecológica en el mundo, la cuestión es que este modelo agroindustrial no está produciendo alimentos sino granos que van para biodiesel o para alimentar chanchos en China –concluye Galetto–. Los alimentos que llegan a la mesa de la gente están producidos por agricultores que tratan de trabajar con sistemas mixtos, agroecológicos, lejos de las miles de hectáreas de soja o maíz transgénico plantado».

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