Sociedad | EDAD Y POBLACIÓN

¿Una sociedad de viejos?

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Soledad Vallejos

El aumento de la esperanza de vida y la reducción de la tasa de natalidad configuran escenarios inquietantes. La tensión en los sistemas de seguridad social.

Salud pública. Prevenir la aparición de enfermedades crónicas en adultos mayores.

Foto: Jorge Aloy

Dentro de 30 años, casi toda la región tendrá «economías envejecidas». Los pronósticos de Cepal señalan que en 2030 Chile y Cuba se ubicarán en esa categoría; en 2045, será el turno de Brasil, Colombia, Costa Rica, Jamaica, México y Uruguay. Para 2060 «19 países de la región serán economías envejecidas», y Argentina estará también en ese grupo.
En 2015 ninguno de esos países tenía ese perfil demográfico, por lo que la experiencia será decididamente novedosa: «América Latina va a tener la situación de envejecimiento que tiene Europa hoy, pero Europa primero se enriqueció y después envejeció. Acá, va a ser un proceso de envejecimiento más acelerado, pero con deudas sociales impagas», observa Enrique Peláez, demógrafo e investigador del Conicet. El experto, sin embargo, plantea una mirada conciliadora, porque finalmente el envejecimiento será un proceso inexorable, pero en la región «se debe a factores deseados: el hecho de prolongar la vida y el de que la reproducción se acerque más al deseo» reproductivo de las personas que a gestaciones no intencionales. Por eso, explica, «soy contrario a pensar el envejecimiento de la población como problema, pero sin lugar a dudas supone una serie de cambios en la sociedad, que implican desafíos sobre cómo los vamos a resolver», a nivel de país y de región, en el mediano y el largo plazo.
En Latinoamérica «desde antes de 2000 se produce una oleada caracterizada por el declive de la población juvenil (de 0 a 19 años), patrón que se repite en una generación siguiente con los adultos jóvenes y más tarde con los adultos de mediana edad. La fase final de la transición de la estructura etaria ocurre con la oleada de la población de personas mayores, que continúa creciendo hasta más allá de 2060», detalla el informe de Cepal Envejecimiento, personas mayores y Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.

Mujeres solas
La vejez ya no es lo que era, o lo que la sociedad imaginaba que era. En Argentina, por caso, en 2022, de cada 100 personas de 60 o más años, 23 tenía empleo, indicó el Indec en su Dosier estadístico de personas mayores, publicado en octubre de 2023. La vejez está fuertemente feminizada, una característica que acarrea el sesgo adicional por el cual las mujeres suelen envejecer solas (y los varones, acompañados, en hogares unigeneracionales). Aunque los ingresos de las personas mayores suelen provenir del sistema previsional, observó el Indec, «los varones en edad jubilatoria tienen una mayor proporción de ingresos laborales que sus pares mujeres».
Entre un momento y otro, la transformación obligará a replantear mucho más que estructuras económicas. Se trata, en realidad, de desafíos, de los cuales el demógrafo señala «cuatro esenciales: la seguridad social, la salud, los cuidados y los entornos».
«Evidentemente, los sistemas de seguridad social –que han sido diseñados como sistemas que equilibran la cantidad de beneficiarios y aportantes– cuando aumenta la cantidad de beneficiarios y disminuye la de aportantes, entran en tensión. Ahí hay un llamado de atención: a ver cómo resolvemos para que esos sistemas sean sostenibles en el tiempo», señala Peláez. La experiencia es tan novedosa que, lejos de las voces agoreras sobre el asunto como irresoluble, «un investigador notó que países de los más envejecidos, como Japón o Alemania, no dejaron de generar riqueza. Al contrario». En esos casos, por ejemplo, se planteó «cambiar la forma de organizar y vincular los impuestos a la renta», tanto para la población activa como la pasiva.
Tal vez, arriesga, «se podría establecer algún tipo de seguro universal que cubra la canasta básica de bienes y servicios, y dejar lo otro librado a un seguro privado». Establecer un mínimo de cobertura es, de todos modos, preciso, «más considerando que hay una crisis del mercado laboral» por la cual «los avances tecnológicos, como la inteligencia artificial, van a hacer que muchas actividades que conocemos hoy desaparezcan».
Si no se prevé esa cobertura, «¿qué se va a hacer con esas personas fuera del sistema?», pregunta Peláez, quien emparienta la situación con lo sucedido a nivel global en las décadas de 1950 y 1960, de la mano del incremento de la natalidad y la población de niñas y niños: «Eso generó demanda en educación, en salud; hoy, el eje puede estar en la demanda laboral, y en otros países, en la demanda de derechos de las personas mayores».

Paradigma
Por otra parte, con el envejecimiento poblacional ya en proceso, «cambia el paradigma de salud». He allí el segundo desafío, indica Peláez. «Las demandas no son las mismas de una persona joven que de una mayor, donde prevalecen más las enfermedades crónicas», por lo que el replanteo del rol de la salud pública «pasa por prevenir e intentar postergar la aparición de esas enfermedades crónicas, alentar mejores dietas, más actividad física».
La economista Mercedes D’Alessandro acota que, entre tanto, «hay presión de los organismos internacionales para aumentar las edades de retiro», por la creciente longevidad y por las crisis de los sistemas de seguridad social. En esos planos, el envejecimiento de la población subraya los sesgos de género, porque, en aras de solucionar lo que dejan sin cubrir los sistemas, «los cuidados recaen en las mujeres». Cómo, en qué condiciones vitales, se llega a vivir esas edades que, hace solo décadas, resultaban impensables para las expectativas promedio, «depende mucho también de las condiciones en que transitamos nuestra vida», y en países como Argentina puede suceder que «llegamos a vivir más años, pero en peores condiciones».
La necesidad de retomar el debate sobre los cuidados y la aplicación de políticas públicas al respecto es clave, y particularmente inevitable en el proceso de la transformación de las economías y las poblaciones, «en la medida en que las personas mayores vamos perdiendo autonomía y pasamos a necesitar apoyo de otras personas para las actividades básicas de la vida diaria. En Latinoamérica, eso se había resuelto con los cuidados familiares, con sesgo de género», concede Peláez.
Sin embargo la profesional marca un cambio también allá: «En la medida en que baja la fecundidad y también la dinámica social derivada de migraciones –porque en la región hay mucha población migrante–, hay personas mayores que no van a tener disponibilidad de cuidadores familiares».  Ese aspecto, añade el demógrafo, de momento está siendo encarado por Uruguay, «uno de los países más envejecidos de la región» que diseñó «un sistema nacional de cuidados».
El último de los desafíos, para Peláez, es el de los entornos: «Cómo preparás al transporte público, los edificios, las viviendas para una sociedad más envejecida». Para eso todavía, al menos en Argentina, no hay respuesta.

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