Sociedad

Vidas que cuentan

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«De ser hablados a tomar la palabra» es la propuesta de los talleres que funcionan en el centro de atención de adicciones Casa Flores, en la Ciudad de Buenos Aires, de los que participan docentes de la UBA. Un espacio de integración e intercambios.

(Ilustración: Hugo Horita)

Que nunca te falte la palabra». Esta es una de las frases que suelen decirles a quienes llegan a Casa Flores, un centro de atención de adicciones para jóvenes y adultos que depende del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. No se trata de una invocación religiosa, sino literalmente de la expresión de un deseo para que las personas que buscan ayuda puedan disponer de los vocablos que necesiten para expresar sentimientos, ideas, fantasías, proyectos. Así lo contaban las y los jóvenes en tratamiento que acudieron a la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la Universidad de Buenos Aires (UBA) para participar de las «Jornadas Vidas que cuentan. Escritura, educación y consumo problemático». ¿Por qué en esa Facultad? Básicamente porque en los últimos años entre el centro terapéutico y la FFyL se tendieron puentes por los que circulan personas y conocimientos en una y otra dirección.
Existen dos espacios de formación fundamentales que funcionan en Casa Flores, uno es la escuela secundaria y otro es el taller de escritura Hablaturas (ver recuadro). Tanto en la escuela como en el taller participan docentes de Letras de la UBA. La escuela comenzó a funcionar en 2008 –un año después de la creación de Casa Flores– y se armó sobre la base de las necesidades planteadas por la comunidad, cuando todavía no existía un andamiaje institucional –en el Ministerio de Educación de la Ciudad– que la cobijara completamente. Como el tratamiento que realizan en la Casa –que funciona como un hospital de día– implica una internación domiciliaria, los jóvenes no pueden asistir a otros establecimientos educativos. Por lo tanto, la escuela inserta en este espacio forma parte del Programa Educación en Contextos de Encierro del Ministerio de Educación de la CABA, que funciona en centros socioeducativos de régimen cerrado (antes denominados institutos de minoridad), en otros centros de atención de adicciones y en la cárcel de Villa Devoto. Este programa no hace otra cosa que cumplir con lo que establece la Ley de Educación Nacional –la 26206, del año 2006– en relación con modalidades del sistema educativo en Contextos de Privación de Libertad para promover la formación integral y el desarrollo pleno de todas las personas que se encuentran en esta situación.

Productores de textos
«El ingreso al tratamiento es un momento de crisis para los jóvenes. En estas circunstancias donde lo prioritario es atender el riesgo de vida, la propuesta de la escuela suele generar rechazo y los pone en situación de revisar sus experiencias escolares previas», cuenta la profesora de Letras, Úrsula Argañaraz, orientadora institucional de la escuela y coordinadora del taller. «En este contexto, el taller propicia actividades de lectura y escritura diferentes del tratamiento y anticipa el espacio de lo estrictamente curricular. Por otra parte, es un ámbito de carácter comunitario al que concurren todos los residentes e implica una aproximación a la cultura letrada».
Hablar, leer, comprender textos, escribir: eso es lo que hacen los y las estudiantes en las clases de lengua y literatura, y también en los talleres de escritura. Se generan encuentros en los que jóvenes y adultos intervienen materiales literarios, discuten y también se vuelven productores de cuentos, poesías o crónicas. Se forman como lectores activos y críticos, valoran sus ideas, su voz, su pensamiento.
Para la UBA, tanto la escuela secundaria como el taller de Casa Flores se convirtieron no solo en espacios de intervención social y extensión universitaria, sino también en lugares de producción de conocimiento. Argañaraz lleva adelante el proyecto de investigación «Hacemos hablaturas. De ser hablados a tomar la palabra», que cuenta con el reconocimiento institucional de la FFyL. «Reconocemos las voluntades y la convicción política, y el trabajo de universitarios con no universitarios», afirmaba durante las Jornadas la doctora en Antropología, Ivanna Petz, secretaria de Extensión Universitaria y Bienestar Estudiantil de la facultad. «Este tipo de trabajos de articulación territorial, que se produce colectivamente fuera de las aulas de la facultad, nos brinda posibilidades para repensar la universidad y reflexionar sobre lo que se hace para construir conocimiento, y esto diferencia lo que hacemos de lo que podría hacer una ONG, por ejemplo». En este mismo sentido, como una apuesta a la generación de conocimiento, desde la FFyL se desarrollan Prácticas Socieducativas Territorializadas (PST), que desde hace un tiempo son reconocidas como materias de grado. Una de estas PST es la que ofrece el seminario «Oralidad, lectura y escritura como prácticas inclusivas», a cargo del doctor en Letras, Gustavo Bombini, que se desarrolla en Casa Flores; y también en una escuela primaria de adultos del barrio de Once y en el Centro Educativo Isauro Arancibia, que atiende a población que vive en situación de calle. Por otra parte, desde la cátedra de Didáctica Especial y Prácticas de la Enseñanza del Profesorado de Letras (UBA), de la cual es titular Bombini, se promueven desde 2002 prácticas profesionales en lugares como el Centro de Régimen Cerrado General San Martín para niños, niñas y adolescentes. La cátedra propone «un enfoque sobre la lectura y la escritura y su enseñanza desde el punto de vista de los derechos, una mirada inclusiva donde los jóvenes pueden ser participantes activos en espacios de producción lingüística, en los que sus propias voces como lectores y escritores pueden seguir circulando», señala Bombini, que fue quien hace una década estuvo al frente del Plan Nacional de Lectura del Ministerio de Educación de la Nación.
El profesor de Letras de la UBA, Pablo Grimozzi también expuso durante las Jornadas de la FFyL acerca de su experiencia docente con jóvenes en tratamiento por consumo problemático de drogas en el Hospital Nacional de Salud Mental y Adicciones Licenciada Laura Bonaparte (ex-CENARESO) y en Casa Lucero, en el barrio Los Piletones de Villa Soldati. «Mi trabajo es de profesor, no soy psicólogo, ni psiquiatra, ni médico –aclara–. El tratamiento funciona en paralelo a nosotros, pero son esferas diferentes». «La educación tiene que ser vista como una cuestión de restitución de derechos, y el espacio educativo tiene que ser fijado por la cuestión del aprendizaje. No lo pienso en función del potencial o rendimiento académico, sino en lo que pueda generar la persona que tengo delante, que sea un conocimiento significativo que le permita enriquecerse como ser humano».
La lectura y la escritura pueden funcionar como prácticas sociales inclusivas, formadoras y hasta liberadoras. El acceso a la escuela y a otras modalidades educativas en el tránsito de un tratamiento por adicciones posibilita que las personas accedan a derechos que exceden el espacio terapéutico. Sin dudas, la potencia creadora del lenguaje ilumina esos derechos.

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