La eventual futura vacuna contra el coronavirus –tras la cual hay más de 100 laboratorios– se enfrentará a un cuello de botella que no depende de la ciencia: la disponibilidad y, sobre todo, el acceso. Cuáles son las principales investigaciones en curso.
10 de junio de 2020
Reino Unido. El laboratorio Stabilitech trabaja en una inmunización que actúa en las células del sistema respiratorio. (Ben Stansall/AFP/Dachary)Cuánto vale una vacuna contra el SARS-CoV-2? La pregunta –retórica, hoy que no se dispone de ninguna vacuna– ya motiva la inquietud de los Estados y un emergente espíritu de cooperación –inédito en la historia de la medicina, según algunas opiniones– entre quienes tienen el poder y el conocimiento para producirlas. Aunque las iniciativas de la Universidad de Oxford y de algunas de las principales big pharma son las que más trascendieron, hay en realidad más de 120 laboratorios públicos y privados en Oriente y Occidente involucrados en su búsqueda y diez vacunas en fase de ensayo clínico (esto es, en personas).
Al decir de los expertos, las mutaciones que presentó este virus pandémico no ofrecerían obstáculos técnicos graves (como sí sucede con el dengue, donde los problemas asociados con la variedad de serotipos virales vienen haciendo fracasar hasta ahora todas las vacunas en prueba). Aún así, testear la eficacia, inmunogenicidad y, sobre todo, la seguridad de un producto que espera ser aplicado en un corto plazo a cientos y hasta miles de millones de personas es un proceso que no permite saltear etapas, y limita la posibilidad de acelerarlas.
Luego, si alguna –o varias– de las candidatas pasa las pruebas, llega el otro gran cuello de botella: el de la disponibilidad y, sobre todo, el acceso. No es irreal especular con que entre fines de este año y principios del siguiente las vacunas estén, pero, ¿para quién? El 18 de mayo el presidente francés Emmanuel Macron hizo que Sanofi –el laboratorio francés que había acordado darle prioridad a Estados Unidos, el principal inversor, en caso de tener éxito con su vacuna en prueba– se retractase en favor del acceso universal «con el objetivo de hacer un bien público mundial». En esos días el ministro Ginés González García elevaba una carta a la Organización Mundial de la Salud (OMS), pidiendo un «pacto de solidaridad global» por el que, cuando haya una vacuna, sea para todos y no rijan las actuales leyes de patentes que limitarían su producción y accesibilidad.
Cooperación emergente
En una declaración conjunta que firmaron el pasado 13 de abril en el marco de la OMS científicos, médicos, financiadores y fabricantes (entre ellos Sanofi, Janssen y Novavax) se reconoció expresamente la necesidad de acelerar los plazos y «reducir las ineficiencias y la duplicación de esfuerzos» en la búsqueda. El documento habla de una «colaboración, cooperación y compartimento de datos sin precedentes a nivel mundial», de las que participan incluso universidades y laboratorios de China y Corea y las agencias regulatorias de medicamentos de varios países.
En un relevamiento sobre los desarrollos en curso, los chinos Naru Zhang y Choaqun Li, de la Universidad de Zhejiang, explican que hay cuatro tipos de vacunas que se están ensayando: las de ácidos nucleicos (ADN y ARN), las basadas en proteínas recombinantes del propio virus, las vacunas de virus atenuados y las de vector viral, donde con un virus modificado genéticamente (generalmente, un adenovirus) se induce al organismo a producir anticuerpos contra el coronavirus para generar inmunidad.
De este último tipo son las que desarrollan los laboratorios Janssen, GSK, y –en China– CanSino, el cual presentó a mediados de mayo en la revista médica The Lancet los primeros resultados de testeos de fase 1 en humanos para una vacuna del coronavirus.
Según estos resultados, el adenovirus que se inserta con esta vacuna (en cuyo desarrollo interviene también el Instituto de Biotecnología de Pekín) hace que en 14 días el organismo produzca los anticuerpos necesarios para defenderse del SARS-CoV-2. Fue probada aparentemente con buenos resultados en apenas 108 personas, pero, como se sabe, los ensayos clínicos requieren como mínimo tres fases de prueba (la tercera, con miles de pacientes) antes de la aprobación y aplicación. En caso de persistir la buena respuesta, adelantaron quienes trabajan en esta vacuna de vector viral, este proceso estaría cumplido en noviembre.
Los laboratorios Pfizer y Biontech trabajan en el desarrollo de cuatro potenciales vacunas de «ARN mensajero», que ya atraviesan las fases 1 y 2 de ensayo clínico con 200 pacientes (personas sanas entre 18 y 55 años) en Alemania y 360 en Estados Unidos. «A medida que haya buenos resultados, la idea es pasar a probarla en pacientes más añosos, que es donde hay mayor riesgo de enfermedad grave», explicó el gerente general de Pfizer en Argentina, Nicolás Vaquer.
Sumar alternativas
Las vacunas de ARN mensajero se basan en un ácido nucleico que hace «trabajar» a las propias células del organismo en la producción de proteínas del coronavirus, para que a partir de estas el sistema inmunológico genere las defensas que permitirán prevenir la enfermedad. Pero una de las particularidades de esta tecnología es que el ARN mensajero es una molécula que puede obtenerse mediante síntesis química, lo cual hace que su producción sea bastante más sencilla que la de las vacunas de virus, que requieren de procesos biológicos más complejos y difíciles de replicar.
Es lo que sucede, por ejemplo, con las vacunas antigripales, que se fabrican en base a virus generados en cantidades industriales a partir de procesos de crianza en organismos vivos (en general, huevos de gallina). Aquí, la dificultad para obtener exactamente el mismo resultado en otro centro genera otro cuello de botella para la producción. «Por eso –explica Vaquer– cuando el componente activo puede producirse mediante síntesis química se aceleran los tiempos y se hace más fácil de replicar en otros laboratorios».
Eduardo López, médico infectólogo jefe de Medicina del Hospital Gutiérrez y miembro del comité de expertos que asesora al Poder Ejecutivo, señala que las vacunas de ARN parecen ser las que mejores resultados están dando, pero estima que, sea cual fuere la candidata que finalmente funcione y sea segura, «será inevitable decidir a quiénes se vacuna primero».
El escenario, sostuvo López en diálogo con Acción, será «tanto mejor cuantas más vacunas de las que hoy están en prueba superen las fases de ensayo, porque ninguno de los laboratorios va a tener capacidad por sí solo de fabricarla para todo el mundo».
En este sentido, el consenso general es que la prioridad coincida con la necesidad, privilegiando al personal de salud de cada país y a los grupos más vulnerables. No obstante, que la disponibilidad de la vacuna no esté sujeta a las leyes del mercado va a requerir mucho más que declaraciones de buenas intenciones: el terreno de esa discusión, además de científico, será necesariamente político.