1 de agosto de 2024
El politólogo analiza la coyuntura, las debilidades del sistema de partidos argentino y a Milei y los parecidos con la experiencia menemista. La derecha global.
«Una de las cosas que me preocupan mucho de nuestro país es que parecemos tener memoria muy corta. Que adoptemos un rumbo de política como el de los 90, cuyos resultados económicos y sociales debiéramos tener más frescos, me resulta muy sorprendente», señala Marcelo Leiras, licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y doctor en Ciencia Política por la Universidad de Notre Dame.
Especialista en temas de política partidaria, comportamiento electoral y el funcionamiento del federalismo, el también investigador independiente del Conicet examina el sistema de partidos argentino a partir de la irrupción de La Libertad Avanza (LLA) y señala la «provincialización de las estrategias partidarias», una tendencia que torna difícil la construcción de mayorías legislativas en un contexto donde «no hay organizaciones que adopten como propio un punto de vista nacional».
«El resurgimiento de la derecha tiene que ver con la dificultad que tiene el capitalismo para satisfacer las expectativas de una mayoría de la población, sobre todo, de la trabajadora.»
Leiras es autor de Reflections on uneven democracies: the legacy of Guillermo O’Donnell (en coautoría con Scott Mainwaring y Daniel Brinks; 2014) y de Todos los caballos del rey: la integración de los partidos políticos y el gobierno democrático de la Argentina, 1995-2003 (2007), entre otros.
–¿Cuál es su lectura acerca del escenario político posterior a la aprobación de la Ley Bases y el paquete fiscal?
–Hay dos recursos que tienen todos los presidentes argentinos, independientemente del tamaño del bloque legislativo que los acompaña, que son la popularidad respecto de la opinión pública y el control de recursos que son vitales para las gobernaciones. Esos dos recursos, siempre, desde 1983 hasta ahora, consiguieron estimular el apoyo legislativo incluso frente a iniciativas que en otras condiciones los legisladores rechazarían. Es interesante observar, en el tratamiento de la Ley Bases, la diferencia entre la Cámara de Diputados y el Senado. El Senado fue bastante más reacio que la Cámara de Diputados, lo cual quiere decir que esos recursos que se utilizan como herramienta para inducir el apoyo de los gobernadores no han sido tan poderosos como el apoyo que todavía recoge el presidente Javier Milei en una porción mayoritaria de la población. Creo que hay algunos argumentos que se han escuchado que son sintomáticos del peso de ese apoyo.
–¿Cuáles son esos argumentos?
–Uno de ellos, el argumento de que el Gobierno necesita herramientas para gobernar. Hay muchos legisladores, en particular de la Unión Cívica Radical (UCR), que han elegido acompañar los proyectos del presidente y que, si bien no forman parte de La Libertad de Avanza, están muy cerca de todas las iniciativas del Poder Ejecutivo porque creen que es lo que su electorado desearía que hicieran. Y entonces hay piruetas discursivas para justificar ese comportamiento. Creo que lo que ese comportamiento traduce es preocupación de enfrentar a una porción, no sé si mayoritaria, pero sí numerosa, de la opinión pública, que parece seguir dándole un crédito abierto al presidente.
–¿Qué explica ese «crédito abierto»?
–El presidente tiene una virtud política que es que marca un rumbo claro. No sé si ese rumbo es consistente y factible, pero sí es nítido y es reconocible. Es importante tener en cuenta que la Argentina viene de un proceso de estancamiento económico que es probablemente de los más largos de los últimos 70 años. Tuvo una muy mala década del 80, con muy alta inflación y muy bajo crecimiento, y tiene hoy el producto bruto per cápita aproximado de mitad de la década de los 2000. Desde 2011, aproximadamente, la economía argentina no crece. La sensación de estancamiento es muy frustrante y entristece mucho. Frente a ese estancamiento, tres administraciones –la última de Cristina Fernández, la de Mauricio Macri y la de Alberto Fernández– no hablaron como si hiciera falta un cambio de rumbo, cuando el comportamiento de la economía indica y la experiencia social sugiere que un cambio de rumbo es necesario. El presidente Milei es muy nítido desde ese punto de vista. Entonces, que haya una proporción importante de gente que crea que alguien que ofrece algo distinto puede efectivamente producir algo distinto, no me resulta sorprendente. Diría, incluso, que su apoyo puede sobrevivir a malos resultados económicos que son los que tiene hasta ahora y que muy probablemente tenga por unos cuantos meses todavía. Hay una analogía en la que pienso seguido y que son los primeros dos años de Menem.
–¿Dónde encuentra esa analogía, puntualmente?
–Los primeros dos años de Menem fueron muy malos, con resultados económicos pésimos y grandes escándalos de corrupción. Es cierto que Menem llegó a la asunción de Domingo Cavallo como ministro de Economía con la lengua afuera; su popularidad era bajísima. Pero aguantó esos dos años y aguantó por el mismo motivo que puede aguantar Milei, y es que anunciaba un rumbo. Y veníamos de un estancamiento muy parecido a este, aunque en ese momento las fuentes de frustración eran distintas. Eso le compró un crédito, que lo sostuvo hasta que la enganchó con un modelo económico. No sé si eso le va a pasar a Milei. Quiero destacar también que los cambios que produjo Menem en la sociedad argentina fueron muy negativos: la desintegración social con la que convivimos desde entonces se produjo con esas primeras iniciativas, en particular el megadesempleo que terminó catastróficamente hacia el fin de la década del 90.
«Que hayamos atravesado problemas parecidos a los de los 80 y que adoptemos un rumbo de política como el de los 90 me resulta muy sorprendente.»
–Hay quienes indican que los resultados de las medidas actuales pueden ir por ese lado también.
–Una de las cosas que me preocupan mucho de nuestro país es que parecemos tener memoria muy corta. Que hayamos atravesado problemas económicos parecidos a los de los 80, 30 años después, me parece muy sorprendente, y que adoptemos un rumbo de política como el de los 90, cuyas consecuencias económicas y sociales debiéramos tener más frescos, también me resulta muy sorprendente. Creo que los efectos de un modelo como el que lleva adelante Milei pueden ser igualmente negativos desde el punto de vista social; pero Menem ganó la elección del 95 muy cómodo. Pueden ser muy negativos y muy dolorosos para mucha gente, dejarnos un país que desde mi punto de vista es muy poco deseable, pero no implica que no sea suficiente para ganar elecciones. Hay un rasgo de la Argentina con el que convivimos con demasiada comodidad que es la inflación. La inflación es muy perturbadora. Cavallo se fue del Ministerio de Economía en medio del oprobio público, pero el 60% de la gente quería que continuara la Convertibilidad. La estabilidad es muy importante. Creo que los últimos tres Gobiernos subestimaron esa relevancia.
–¿Cuál es el problema principal o la mayor debilidad del sistema de partidos argentino?
–El sistema de partidos hoy es una confederación de agrupaciones. Las y los legisladores construyen su carrera política y su popularidad en relación con electorados provinciales y con liderazgos provinciales que tienen cada vez más autonomía y más desinterés también respecto de las coaliciones nacionales. Hay una provincialización de las estrategias partidarias.
–¿Para anteponer la competencia provincial?
–Un esfuerzo de los partidos por privilegiar la competencia provincial. El sistema de partidos en la Argentina siempre funciona de un modo bastante confederal. Ahora, cuando no hay liderazgos nacionales potentes que puedan servir como fuerza de arrastre de las candidaturas provinciales es razonable que la gente que compite en las provincias trate de aislarse de las tendencias nacionales y sobrevivir. Eso hace muy difícil la construcción de mayorías legislativas y, sobre todo –y este el problema más grande–, no hay organizaciones que adopten como propio un punto de vista nacional, esto es, que asuman como propios los problemas fiscales nacionales o las prioridades de desarrollo nacionales. Creo que ese es el principal problema del sistema de partidos argentinos: no tiene una organización nacional.
–¿Con qué asocia el avance y crecimiento de los partidos de extrema derecha en el mundo?
–Creo que el resurgimiento de la derecha tiene que ver con la dificultad que tiene el capitalismo occidental para satisfacer las expectativas de una mayoría de la población, sobre todo, población trabajadora. Las recetas de política económica y de política de gobierno de centroderecha y de centroizquierda parecen agotadas. Hay problemas de vivienda y de empleo en muchos lugares del mundo. No hace falta tener una macroeconomía desequilibrada y una economía estancada durante más de una década para que aparezca un líder de derecha. Los reclamos contra lo que Milei llama la «casta», una expresión que encuentro muy infantil, son muy extendidos en todo Occidente y tienen algo de verosímil. Las élites políticas no parecen registrar la dificultad con la que se enfrentan. Y para los mismos problemas tienen siempre la misma receta, en particular las recetas de austeridad. Eso pasa en todo Occidente y también en América Latina. Ahora, que la gente esté enojada no implica que tenga que surgir la derecha. ¿Por qué el enojo no se expresa por izquierda? Por empezar, los de derecha son los discursos anti status quo más desvergonzados y encuentran muy rápidamente chivos expiatorios.
–¿Son más eficaces en el uso de redes sociales?
–Son más audaces y no tienen ningún problema en mentir abiertamente. Las redes sociales les dieron presentabilidad a posiciones de derecha. No parece haber un dique que contenga lo que se puede decir en público; no hay forma de detener la cantidad de cosas ridículas que estamos escuchando. A uno le queda más cómodo empezar por el presidente Milei, que dice que le van a dar el Premio Nobel de Economía… Pero no es el único que las dice. En el debate entre Biden y Trump escuchamos a Trump decir absolutamente cualquier cosa.
«El presidente tiene una virtud política que es que marca un rumbo claro. No sé si ese rumbo es consistente y factible, pero sí es nítido y es reconocible.»
–¿Qué similitudes y diferencias encuentra entre Milei y Trump?
–Las semejanzas son múltiples. Por empezar, el esfuerzo de acercamiento de Milei hacia Trump es muy evidente. Le interesa esa relación y apuesta a que Trump gane la elección presidencial porque estima que eso puede ayudarlo en su relación con el FMI, y en general. Luego, tienen una semejanza muy importante que es la combinación de conservadurismo cultural y políticas de libre mercado. Esa idea de hacer una derecha popular –y lo que la convertiría en popular es abrazar el conservadurismo cultural–, aparece en Murray Rothbard, que es uno de los autores que más influyó sobre Milei, y no sé si Trump lo leyó, pero es lo que practica. Alguna gente destaca que Trump es proteccionista y que Milei no lo es. Eso es correcto, pero desde el punto de vista del alineamiento internacional están muy cerca también. El paralelo entre Milei y Trump es muy estrecho.