20 de mayo de 2021
Físico, investigador y docente, con la pandemia emprendió una cruzada como comunicador de ciencia: advierte que la transmisión por aerosoles es la principal vía de contagio del COVID-19 y la ventilación, la medida más eficaz para minimizar la transmisión. Los riesgos de la segunda ola.
Nació en San Miguel, provincia de Buenos Aires, y estudió Física en la UBA. Quizás porque hizo toda su carrera viajando desde el Conurbano hasta la porteña Ciudad Universitaria tiene un especial interés por las universidades que crecieron «por todos lados» y le permitieron a una nueva generación de argentinos dar ese salto y acceder a la educación superior. Fue decano de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires y hoy se desempeña como secretario de Planeamiento y Evaluación Institucional de la Universidad Nacional de Hurlingham (UNAHUR). «Desde siempre me interesó la docencia y hacer investigación, hice el doctorado y entré al CONICET», dice y advierte que en un momento de su vida se dio cuenta de que tenía «cierta habilidad para la gestión». Esa decisión personal lo impulsó a encontrar otros caminos donde la producción científica le dio paso a la divulgación de la ciencia y al hacer para transformar.
–Usted fue uno de los primeros en decir que la transmisión de la COVID-19 es por aerosoles. ¿Se habría podido enfrentar de otra forma si se hubiera advertido antes?
–En un comienzo me guié por lo que decía la Organización Mundial de la Salud, que no lo aceptaba. Luego escuché un seminario del experto en aerosoles español José Luis Jiménez y empecé a ver que tenía sentido lo que decía y a ver trabajos con fundamentos. La responsabilidad de haber tomado ciertas decisiones no son las mismas en marzo del año pasado que ahora. Uno puede decir que en ese momento se sabía poco. Pero hoy es muy evidente que hay contagios que no se pueden explicar sin tener en cuenta la transmisión aérea. Ahora es una salvajada no tener esto en cuenta.
–¿Estamos más preparados para enfrentar esta segunda ola?
–Sería imperdonable que nos agarre con poca preparación. Pero no es fácil cambiar ciertas cosas. Todos creímos primero que iba a llegar un tratamiento eficaz antes que una vacuna y no llegó. En noviembre se pensó que ya estaba la vacuna y que para este invierno no iba a haber problemas porque íbamos a estar vacunados. Pero en el medio pasan cosas. No hay suficientes vacunas, se demora la entrega. No es culpa de nadie. La realidad es que no vamos a estar todos vacunados para el próximo invierno y ojalá sí lo estén por lo menos los más susceptibles.
–¿Cuál sería el mejor escenario?
–El escenario más benigno sería uno donde la gente que tiene más riesgo de morirse esté vacunada, entonces puede ser que haya muchos casos pero no muchos muertos. Eso es lo mejor que nos puede pasar. Tener pocos casos es muy poco probable porque no hay manera de vacunar a tantas personas. No hay vacunas suficientes en este momento.
–¿Cómo ve el panorama con el crecimiento abrupto de casos?
–Hace unas semanas el exsecretario de Salud Adolfo Rubinstein decía que había una suba de casos pero no exponencial. Eso es porque a los médicos les cuesta entender qué es un exponencial, pero hace rato que lo es, en particular en el AMBA. Hay un debate sobre si es consecuencia de la circulación de las nuevas variantes. Para mí el crecimiento es producto de que volvieron las actividades a pleno. Los transportes públicos se supone que son para personal esencial, pero nadie controla y la gente viaja apiñada, y así con todas las cosas. También está la discusión absurda de si los chicos se contagian en las aulas. Si se logró implementar el protocolo de distancia, tapaboca y ventilación pero los chicos salen y van a reuniones sociales o cumpleaños y viajan en transporte público, es inútil. Más trabajo presencial, más reuniones, con todo el combo los casos se disparan, y es lo que está pasando. Está muy mal la situación en el AMBA y ahora arrastrando al resto del país. Más aún después del fin de semana largo de Semana Santa, cuando la gente salió hacia todos lados, con lo cual aparecerán más casos en los lugares turísticos.
–¿Cuáles son las recomendaciones para frenar la transmisión?
–Tendríamos que lograr ser muy cuidadosos: lavado de manos, uso de tapabocas, distancia de dos metros y ventilación en lugares cerrados, y eso incluye al transporte. Una ventana abierta adelante y una atrás circulando el aire.
–¿Por qué es tan importante la ventilación?
–La transmisión aérea se da cuando se está mucho tiempo respirando el aire de otro infectado, y se va metiendo el virus a medida que se respira. La probabilidad de contagiarse en espacios cerrados es más una cuestión de tiempo. Si uno logra estar en un lugar ventilado y separado de otra persona, es poco probable que el aire que uno mete para adentro haya salido de otro individuo. Y eso vale para una oficina, un colegio, un restaurante. En los últimos años se difundió mucho el uso de aire acondicionado en invierno con los split frío-calor, que no renuevan el aire. Y así como creo que puede haber contribuido en diciembre a la suba de casos, con reuniones en lugares cerrados con aire acondicionado donde la gente piensa que como el aire se mueve está ventilando, de la misma forma puede pasar en invierno. Esta enfermedad se transmite por el aire y el problema es el temor a lo que no se ve.
–Mientras hacemos la entrevista se oye un equipo medidor de dióxido de carbono (CO2) que no para de pitar. ¿Por qué está sonando y para qué sirve?
–Estoy solo en una habitación de tres metros por dos y en este momento tengo 850 partículas por millón (ppm) de CO2, con la puerta cerrada y a medio metro la ventana abierta. Y aún así la medición es alta, porque el aire tiene que correr y con una sola ventana abierta no hay corriente. Por eso es necesario medir, para conocer la cantidad de dióxido concentrado en un espacio cerrado y saber cuándo es preciso ventilar. Solo se puede estar seguro con un medidor, porque si no, se está a ciegas. Uno tiende a pensar que esto es como si fuera un globo, si abro la ventana se va todo por ahí, y no ocurre así porque el efecto de difusión es muy lento y tiene que ser de arrastre. El concepto sería el siguiente: el aire exterior es seguro porque cualquier virus se desparrama y cuanto más parecido es el aire de afuera al de adentro, más seguro estoy adentro. Afuera hay 400 partes por millón (ppm) de CO2, cuanto más cerca esté de 400 ppm adentro, mejor. Y si tengo que poner un número, así como digo que dos metros es la distancia segura, no más de 800 ppm dentro de un ambiente es lo ideal.
–Si es una herramienta efectiva, ¿debería ser adoptada como parte de una estrategia sanitaria?
–Yo difundí la idea, la comuniqué, incluso puse libre el acceso del circuito y el código de programación en mi página web para que el que quiera, lo arme. En este momento están comenzando a aparecer fabricantes que empiezan a vender y lo harán a un precio de mercado. Para tener una referencia, estos son equipos que en el mundo cuestan entre 50 y 200 dólares. Pero se pueden armar equipos low cost, que no sean de alta precisión, porque lo que queremos medir es muy tosco. En un ambiente viciado puede haber 2.500 ppm y nosotros queremos un medidor que nos indique si estamos en 500 o en 1.000 o en 2.000. Y eso se puede hacer con medidores relativamente económicos. Yo lo pongo en esta escala: no estoy diciendo que un equipo de 20.000 pesos es económico para una familia, pero para un Estado es el equivalente a tres determinaciones de PCR. Y se están haciendo decenas de miles por día. Ahora se lanzó la campaña Ventilar y yo estoy muy contento. Tomó la iniciativa la gente del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación y habló con representantes del Ministerio de Salud. Mientras que la OMS fue muy reticente en tomar en cuenta este tema, aquí la misma ministra Carla Vizzotti destacó la importancia de ventilar los ambientes y los medios ya están replicando la importancia de abrir las ventanas. Hemos avanzado muchísimo y es posible que haya otro avance grande en los próximos días en la provincia de Buenos Aires. Desde diciembre hasta ahora, cuando nadie hablaba de este tema, hubo un avance sustantivo.
–¿La pandemia puso de relieve la importancia de la soberanía científica y tecnológica?
–Para muchos que hacen ciencia en las universidades, su principal trabajo no es la investigación, sino la formación de recursos humanos de grado y de posgrado, formar a los próximos investigadores. El investigador, cuando se forma, aprende a investigar. Se desarrolla un sistema científico en un país porque el Estado decide que tiene que tener una carrera de investigadores pagos para hacer investigación, porque decide que necesita tener recursos humanos especializados, con cierta formación para resolver problemas que van a traer bienestar al resto de los ciudadanos. Y al Estado le importa porque es una actividad estratégica.
–¿Cómo ve al sistema científico argentino?
–Argentina no tiene un enorme sistema científico, pero a nivel regional tiene un tamaño razonable, con muchos años de trayectoria, ciertos lugares con una enorme historia como la Comisión de Energía Atómica, que permiten hacer investigación, generar tecnología, tener un INVAP, manejar centrales nucleares, entre otras cosas. Y eso no surge de un día para el otro, viene de generaciones y generaciones de científicos que van transmitiendo sus conocimientos a lo largo del tiempo. Ese capital intangible de recursos humanos demuestra que cada vez que el Estado toca pito y dice «tenemos un problema», los investigadores se alinean. Hubo una convocatoria para resolver problemas de COVID y se presentó mucha gente, muchos reorientaron su tema, a lo mejor transformaron sus herramientas y eso es porque lo más importante que se tiene como científico no es tanto el campo donde se es hiperespecialista, sino la formación para resolver ciertos tipos de problemas, que se puede aplicar para enfrentar otros. Un ejemplo es Andrea Gamarnik, que estaba trabajando con dengue y terminó haciendo kits de diagnóstico de COVID-19. La calidad de la ciencia argentina es altísima.
–¿Hubiera sido necesaria una convocatoria multidisciplinaria para enfrentar la pandemia con una mirada más amplia?
–Hace unos años, cuando era decano, tuve una discusión porque la Facultad de Medicina quería volver a apropiarse de la carrera de Salud Pública, que estaba bajo la órbita del rectorado. Así, dependía de todas las facultades, porque la visión era que la salud pública no era solo un tema de médicos. Yo planteaba: si se les hace un análisis a todos los niños al nacer, se detecta chagas congénito y se le suministra una droga que es cien por ciento efectiva en el recién nacido, se corta la transmisión madre-hijo. Si los arquitectos por su parte resuelven el problema de vivienda y no hay vinchucas, un médico no ve en su vida un caso de Chagas. Hay ciertos temas en el manejo de una epidemia, como el impacto del rastreo de contactos o qué tipo de estrategias son más eficaces, que tienen más que ver con problemas de matemática u otras áreas. José Luis Jiménez explica hasta el cansancio lo que le costó que los médicos aceptaran el contagio por aerosoles. Si hubiera habido asignaciones de roles no solo al Ministerio de Salud, con un manejo más articulado con el Ministerio de Ciencia por ejemplo, habría sido más adecuado. Se fue haciendo lo que se pudo. Todos fuimos aprendiendo sobre la marcha.